Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







lunes, 1 de agosto de 2011

Las Lagrimas de San Lorenzo (Capítulo IX)


CAPITULO IX

La esperanza es lo último que se pierden, dicen los optimistas. ¡Cuántas vidas ha arruinado esta frase! ¡Cuánto tiempo y esfuerzo dilapidado en perseguir un sueño inalcanzable! Es preferible perder la esperanza y ganar la inteligencia necesaria para saber que es lo que está a nuestro alcance y lo que no. Algunos a esto lo llaman pragmatismo, con cierto tono de desprecio. Seguramente están en lo cierto. Pero si adoptásemos un punto de vista escéptico…, mejor dejemos esto para otra ocasión más apropiada, y centrémonos en el tema que nos ocupa. Daniel estaba sentado a la puerta de la casa de los belgas, con la esperanza de ver a Irene. Por un extremo de la calle apareció el Vivillo montando su bicicleta y al pasar por delante de las Medias tocó el timbre.
-         ¿Qué es ese ruido?- preguntó la medio ciega.
-         ¿Qué dices?-  preguntó la medio sorda.
-         ¿Qué que es ese ruido?- gritó la medio ciega.
-         Es el crío del Pepe, que pasa con la bicicleta.
-         Ah.
El Vivillo llegó a la casa de los belgas, derrapando con la rueda trasera de su bicicleta sobre la calle.
-         ¿Dónde vas con tanta prisa?- dijo Daniel.
-         Aquí- dijo el niño, bajándose de la bicicleta que quedó tirada en medio de la calle. ¿Qué haces?
-         Nada.
-         ¿Quieres jugar conmigo al balón?
-         Bueno.
El niño montó en la bicicleta, salió escopetado y regresó al instante. Al pasar por delante de las Medias, esta vez no tocó el timbre porque tenía las dos manos ocupadas: con una manejaba y en la otra traía el balón. El Vivillo puso unas piedras señalando las porterías. Se colocaron cada uno a un lado de la calle y como estaba en cuesta, Daniel eligió la parte alta, por que así cuando metía gol, el balón corría calle abajo y el niño tenía que ir a buscarlo al final de la pendiente. De esta forma tardaba más y molestaba menos.
     Estaban aplicados al juego cuando llegó Toño, el conejo, con las ovejas. Era un rebaño mediano de ovejas pequeñas, recién esquiladas, con mala pinta, casi todas cojas, unas blancas, otras negras y unas pocas blancas con una mancha negra alrededor del ojo. Toño vestía un mono azul roto por varios sitios y una cazadora verde raída. Calzaba botas de goma. Cuando hablaba mostraba su dentadura. Arriba le faltaban todos los dientes menos los dos paletos y abajo los tenía todos salvo los del medio, por lo que parece que los de arriba encajan en el hueco de los de abajo. De ahí le viene el nombre del conejo. Toño traía un cordero recién nacido. Lo agarraba por las patas delanteras y el cordero colgaba. La oveja venía detrás con el hocico pegado a su hijo y con la lana manchada de la sangre del parto. El Vivillo salió corriendo hacia el pastor y le preguntó:
-         ¿Puedo cogerlo?
-         Bueno, pero ten cuidado- dijo, depositándolo en el suelo.
El niño lo levantó del suelo abrazándolo y caminó unos pasos siguiendo al resto del rebaño, pero como pesaba lo dejó en el suelo otra vez. Entonces sucedió algo curioso. El pastor tenía un perro negro, que no se separaba nunca de él ni del rebaño. La oveja recién parida no perdía de vista al perro. Cuando el perro se acercó demasiado al cordero la oveja lo envistió iniciando una persecución en la que los papeles estaban cambiados, era la oveja la que atacaba al perro. Esta operación se repitió varias veces, cada vez que el perro se acercaba al cordero más de lo que su madre estaba dispuesta a consentir. Al final Toño se cansó de tanta correría, y lanzó unas piedras al perro para que se fuese con el resto del rebaño y lo empujase hacía dentro del corral. Fue una operación lenta, pues las ovejas solo podían entrar de dos en dos, porque en la puerta del corral había un obstáculo que las obligaba a pasar por un canal con desinfectante para curar las patas de las ovejas. Aprovechó Daniel para preguntar a Daniel por un tema de su interés.
-         ¿Hay lobos por aquí
-         No, aquí no hay, pero en Valgrande, que está detrás de aquel monte- dijo Toño, señalando un monte que todavía tenía restos de nieve- el invierno pasado hubo una lobada. A mi amigo Melchor, por nochebuena, los lobos le mataron diez ovejas. Lo malo no son las que matan, lo peor es las que esbaratan. Pero bueno a ese le da igual, que ni sabe las que tiene, se le pierden por el monte y ni se entera.
-         ¡Qué pánico tienen que pasar las ovejas cuando les ataca el lobo!, dijo Daniel para hacerle hablar.
-         ¡Coño claro!, a ellas y a todo bicho viviente, que a las yeguas cuando huelen al lobo se les eriza el pelo, y las ovejas cuando se acercan a un lugar donde ha estado el lobo o hay un animal que han estado comiendo les da miedo y no se arriman.
“Como decía Félix Rodríguez de la Fuente, ¿hasta cuándo va a durar la guerra entre el hombre y el lobo? Ha llegado la hora de firmar la paz. Los ganaderos se quejan, con razón, de los daños que causan los lobos a sus rebaños. Lo que habría que hacer es indemnizarles cuando sufren un ataque de los lobos. En lugar del racanerísmo  y la burocracia de las administraciones, éstas deberían ser más generosas y diligentes. Deberían  pagar los daños de forma inmediata, tanto el valor del animal muerto como el de las pérdidas en la producción por el stress o las lesiones. Si a un ganadero se le pagase al día siguiente diez veces, por poner una cifra un poco a lo grande, el valor del animal y de la producción de todo el rebaño durante un mes, es decir que cada ganadero ganase con cada ataque del lobo, este pasaría de ser un enemigo a ser bienvenido. Si gano dinero cada vez que me atacan, pues que me ataquen cada semana. Pero las administraciones no harán eso nunca, son rácanas a la hora de soltar el dinero al ciudadano, pero diligentes a la hora de sancionar. No hay más que ver los boletines oficiales que están repletos de notificaciones comunicando sanciones. Es el problema de la estructura administrativa. Con la excusa de que hay que controlar el uso que se hace del presupuesto se establecen unos protocolos que realmente para lo que sirven es para que los funcionarios se excusen en ellos y no tengan que pensar, ni tomar decisiones. El que decide, el que actúa,  puede equivocarse y entonces ya está el lío montado. Es más fácil que te digan: cuando es A hay que hacer esto y cuando es B esto otro. Aunque bien pensado, esto es para las decisiones pequeñas porque cuando se trata de cantidades importantes vemos a diario que los controles no existen y así se adjudican los proyectos a los amigos o se hacen mil trapicheos. Pero bueno esto está en boca de todos y no es nada original. ¿Por qué no se da el dinero a los ganaderos que son los que conviven con el lobo? Se gasta mucho dinero en la protección de las especies, pero, ¿realmente tiene efecto? Hay muchas reuniones de expertos, se organizan congresos fantásticos, con especialistas de todo el mundo, que cuestan una pasta, ¿para qué? ¿Cuáles son sus conclusiones?, y sobre todo, ¿sirven para la protección de las especies? Las revistas están repletas de estudios sobre conservación de la biodiversidad, sobre esta o aquella especie, y normalmente concluyen diciendo; “conclusión: debería incentivarse este tipo de estudios para…”, traduciendo lo que quieren decir es: gastaros el dinero en esto que es de lo que nosotros vivimos”.
Estas preocupaciones ocupaban a Daniel después de hablar con Toño, el conejo. Entonces apareció Irene por el portal de su casa y se olvidó del lobo, de la loba y de todo bicho viviente. El Vivillo comprendió que el juego se había terminado y como la oveja y su cordero ya estaban en el interior del corral, se subió a su bicicleta y se despidió a toda velocidad con un “chao pringao, que te coma un bacalao”.
     Daniel e Irene se saludaron con un “hola” y la rubia dijo:
-         Me apetece dar un paseo.
Analícese la frase en profundidad, no gramaticalmente como se hacía en el colegio, con aquello de que las oraciones tienen el sujeto, verbo y predicado y que Daniel nunca llegó a entender bien. A él le gustaban las asignaturas de ciencias y si luego, en la universidad, estudió Historia del arte, fue por una serie de circunstancias que no vienen al caso. La frase es representativa de la personalidad de la chica, no dice: ¿te apetece dar un paseo?, lo que indicaría atención y una cierta preocupación por el prójimo; tampoco dice: “¿damos un paseo?”, que sería algo más neutro. No, no dice nada de eso. Su frase es: ¿Me apetece dar una vuelta?”. Su deseo es dar una vuelta después de pasar el día estudiando y si tiene a alguien que la distraiga y le dé conversación mejor. Pero Daniel no está para esas nimiedades, lo que ve es que la churri está muy buena y si quiere pasear, pues se pasea, y punto.
Al pasar por delante de las Medias dieron las buenas tardes.
-         ¿Quienes son?, preguntó la medio ciega.
-         La Irene, con el chico ese, que trabaja en la Iglesia.- dijo la medio sorda.
-         Ah.
-         ¿Qué han dicho?- preguntó la medio sorda.
-         Que, buenas tardes.
Irene y Daniel se rieron al oír la conversación de las dos viejas. Pasaron junto al caño de la Fuente Vieja. Un grupo de jilgueros volaba entre los cardos que crecían en el borde del camino.
-         ¿Qué tal va el trabajo del retablo?- preguntó Irene.
Daniel le contó que estaban a punto de terminar las tareas de limpieza y que es ahora cuando comenzaba el trabajo más interesante, y bla, bla, bla… Irene le interrumpió.
-         He leído en el periódico, que estrenan una película en tres dimensiones, realizada con un nuevo avance técnico que debe ser impresionante.
Se lo estaba poniendo a huevo.
-         Si te parece bien podemos ir el viernes a la ciudad a verla- dijo Daniel.
-         Me parece bien. Pásame a recoger por casa- dijo Irene, mientras miraba su reloj de muñeca. Mi tiempo de descanso se ha terminado, tengo que volver a casa.
Volvieron rápidamente, sin hablar.
Nosotros como meros espectadores que somos, vemos que la chica estará todo lo buena que quieras, que es brillante, inteligente, responsable, estudiosa, y muchas cosas más, pero también que es una engreída y una egoísta.
Si tuviésemos ocasión, si por casualidad nos encontrásemos con Daniel, le advertiríamos del lío en que se está metiendo y que seguramente va a salir mal parado. Tampoco serviría de nada, pues Daniel no nos escucharía ni se daría por enterado. Los consejos no sirven para nada en estos casos, y si no que se lo pregunten al Che.
Una noche Daniel llamó a su amigo para contarle que había conocido a una chica, que se llama Irene y todas las demás cosas que ya sabemos, el Che dijo:
-         ¡Joder macho!, no me jodas que te has enamorado de esa piva. No tienes remedio, la vas a cagar…
-         ¿Quién te ha dicho que estoy enamorado?
-         Se te nota, según hablas de ella… Primero te lías con aquella sosa,… menos mal que por una vez me hiciste caso y la mandaste a Sebastopol, pero es que ésta va ha pasar de ti o ¿es qué no te das cuenta?...Vamos, lo tengo tan claro como que yo me llamo el Che…
-         Tú no te llamas Che, tu te llamas Jo …
-         Oye tú, no te hagas el gracioso.
Al che no se le puede negar que habla claro. Continuó así:
-         Tú lo que tienes que hacer es buscarte una chica como mi Yeni. Ella va con sus amigas y yo con mis colegas, y cuando nos apetece salimos juntos. Porque la Yeni es una tía cojonuda, y se está con ella de puta madre, que hasta se puede hablar con ella de todo. Y cuando nos apetece, follamos, que hasta para eso es buena, que lo hace como ninguna, la muy…No terminó la frase que esto ya era demasiado hasta para el Che.
-         Menudo ejemplo. Si tú estas colgado de la Yeni- dijo Daniel.
-         Vale, puede que está colgado, pero lo último que haré será que ella se enteré,.. y a ti no se te ocurra decirle nada, porque te corto los güevos.
-         Yo sólo voy a ir al cine con Irene. – dijo Daniel. No es para que me montes éste número.
-         Veremos como termina la cosa- dijo el Che.
Llegó el viernes y Daniel fue a buscar a Irene, tal como habían acordado. Llamó a la puerta de su casa. Irene se asomó por una ventana del piso de arriba y dijo:
-         Espera un momento que ya bajo.
El ya, resultó ser un cuarto de hora. Cuando por fin apareció, Daniel pensó que había merecido la pena esperar. Estaba guapísima.
Irene abrió el portón de la cochera y sacó su auto. Era un coche pequeño, con forma de huevo, de color verde y con un golpe en una aleta. El Che si lo hubiese visto, habría dicho que es el típico coche de mujer: pequeño y con bollo en la puerta. Ya sabíamos que al amigo de Daniel no le va dar un premio el Ministerio de Igualdad. El coche por dentro estaba tan limpio que parecía nuevo.
Irene conduciendo era igual que corriendo, lo hacía con habilidad, suavemente, y muy rápido. En cuanto salieron del pueblo y enfilaron la carretera que era la obsesión del Alcalde, Irene aceleró. Tomaba las curvas a toda velocidad, esquivando los baches y a la vez encendía la radio y seleccionaba el canal.
-¡Qué bien conduces!- dijo Daniel.
- Sí, bueno. Pero no estoy acostumbrada a este coche. Es de mi padre y lo tiene aquí para usarlo cuando viene de vacaciones. A mi me gustan los coches grandes. Yo tengo un 4x4.
Esto pasa por prejuzgar a la gente. La próxima vez que vea al Che, se lo tengo que decir. Así que: “coche pequeño y a paso burra; mujer segura”… Pensó Daniel.
Era viernes por la noche lo que quiere decir que el centro de la ciudad estaba lleno de gente. No había forma de encontrar un sitio donde aparcar el coche. Dieron vueltas y vueltas buscando una plaza libre que estuviese cerca del cine. Daniel propuso que se alejasen un poco del centro, que sería más fácil aparcar y luego ir caminando hasta el cine, pero a Irene no le gustó la idea. Dieron otras dos vueltas hasta que por fin un coche salió delante de ellos dejando su espacio libre. Llegaron al cine en el momento justo en que empezaba la película.
La película era muy buena, espectacular y con unos efectos especiales increíbles, pero Daniel estaba más atento a Irene que a la película. Al salir del cine entraron en un bar a tomar una caña y comer algo. Daniel intentaba ser agradable y parecer ingenioso, pero Irene estaba distante, seria y no muy habladora.
- ¿Qué te ha parecido la película? – pregunto Daniel
- Bien.
- Los efectos especiales son espectaculares.
- Sí.
De ahí no la sacó. Terminadas las cañas, Irene dijo que quería volver a casa porque al día siguiente tenía que levantarse pronto para estudiar.
A la vuelta, ya de noche, Irene conducía más rápido aún que a la ida, adelantando a todos los coches.
En el cruce de la carretera de San Lorenzo estaba la pareja de la Guardia Civil. El sonriente sargento Tejedor les hizo un gesto de saludo con la mano. La guardia Rodríguez sólo los miro, con el gesto serio de siempre.