Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







jueves, 8 de diciembre de 2011

MORIR POR UN HUEVO DE PINGÜINO


La expedición al polo sur de Scott es un ejemplo de valor y sacrificio, que constituye una de las epopeyas más heroicas de la historia de la humanidad, aunque también lo es de mala organización. Mientras los ingleses arrastraban sus trineos o empleaban caballos y tractores ineficaces, Amundsen utilizaba tiros de perros realizando el primer viaje al polo sur de forma rápida y eficaz. En la expedición de Scott hay un episodio menos conocido. Se trata del viaje que realizaron tres de sus compañeros  (Wilson, Birdie y Cherry-Garrard) durante el invierno antártico  de 1911 para recolectar huevos de pingüino emperador: viaje que estuvo a punto de terminar en tragedia.

Partieron del cabo Evans el 1 de agosto arrastrando dos trineos cargados de material por el hielo, en la oscuridad de la noche  austral y con temperaturas inferiores a -50 ºC. Su destino era el cabo Crozier, en el mar de Ross, donde llegaron el 25 de julio.

El relato que hace del viaje Apsley Cherry-Garrard narrando los sufrimientos que padecieron describe perfectamente lo absurdo de la empresa.

Habría que repetir la experiencia para darse cuenta cabal de lo horroroso que fueron los diecinueve días que nos costó ir desde el cabo Evans hasta el cabo Crozier, y la persona que volviera a realizar el viaje sería una estúpida. Es imposible describirlo. Las semanas siguientes fueron placenteras en comparación, pero no porque las condiciones fueran mejores (fueron mucho peores), sino porque nos habíamos vuelto insensibles. Sin ir más lejos, yo había llegado a un grado de sufrimiento tal que en el fondo me daba igual morir si no sentía mucho dolor. Quienes hablan del heroísmo de los moribundos no saben lo que dicen. Sería tan fácil morir… Bastaría con una dosis de morfina, una grieta acogedora y un plácido sueño. El problema es seguir adelante…”

Consiguieron llegar a la colonia donde los emperadores incubaban sus huevos pero ahí no terminaron sus penalidades. Una tempestad terrible se llevó su tienda por los aires, sin la cual el viaje de regreso era imposible y destruyó una cabaña que habían construido con piedras y hielo. Pasaron dos días y dos noches sin ninguna protección, metidos en sus sacos, cubiertos por la nieve y sin comer. Estaban al borde de la muerte. Cantaban salmos y todas las canciones que conocían una y otra vez, sin salir del saco durante los dos días tratando de pasar el tiempo y no pensar en la muerte. Cuando por fin se calmó la tempestad la fortuna le devolvió lo que antes le había arrebatado: la tienda. Tenían una oportunidad de sobrevivir y lo consiguieron.

Fueron los primeros en observar una colonia de pingüinos incubando los huevos durante el invierno. Así lo cuenta Cherry-Garrard:

”Tras sufrir tremendas adversidades y realizar un esfuerzo ímprobo, estábamos presenciando una maravilla del mundo natural y además éramos los primeros en hacerlo. Teníamos a nuestro alcance material que podía resultar de enorme importancia para la ciencia y cada observación que hiciésemos serviría para convertir teoría en hechos”.

Para comprobar esa teoría era necesario investigar el embrión del pingüino emperador por que según creían:

“…es el ave mas primitiva que existe. El embrión muestra vestigios de desarrollo de un animal en épocas y fases antiguas, resume sus vidas anteriores. El embrión de un emperador puede servir para demostrar la existencia del eslabón perdido entre las aves y los reptiles de los que surgieron”

La búsqueda de ese eslabón perdido era el motivo por el que organizaron esa expedición de locos, en las peores condiciones que se pueden dar en la tierra. Desde el punto de vista actual puede parecer absurdo, pero es un error intentar juzgar los motivos que condujeron a esa personas a arriesgar su vida. Hay que situar a cada persona y sus acciones en su contexto histórico.

Por aquella época el paleontólogo Ernest Haeckel estudiaba las características de muchos tipos de embriones llegando la conclusión de que muchas fases del embrión de una especie “superior” se corresponden con los adultos de otras especies “inferiores”. Por ejemplo, en el desarrollo humano hay una fase con hendiduras branquiales parecidas a las de los peces. Es como si en el desarrollo del embrión de una especie estuviesen resumidas las fases de otra. Esto implicaría que para que surgiese una nueva especie “mas desarrollada” bastaría con añadir una etapa más a su desarrollo embrionario. Como esto lógicamente podía ir prolongando el desarrollo embrionario cada vez más haciéndolo mas largo otros científicos cono Edgard Drinker Cope recurrieron a la idea de la “Ley de aceleración del crecimiento”, es decir que el desarrollo de los embriones se aceleraba para acortar los tiempos y así evitar el problema que se planteaba a la teoría de Haeckel. Lo que parece una solución a la medida para que las cuentas cuadren.


Estas teorías contradicen la teoría de la evolución de Darwin, pues según Haeckel y Cope la formación de las especies se debe a las alteraciones en el desarrollo embrionario, eliminando cualquier papel que pudiese tener la selección natural, lo que en definitiva, les acercaba más a la teoría de los caracteres adquiridos de Lamarck que a la de la selección natural de Darwin.

Ahora que la teoría de la evolución parece aceptada por todo el mundo salvo por algunos integristas religiosos, puede parecer absurdo que unos hambres arriesgasen sus vidas para conseguir unos huevos de pingüino, con el fin de estudiar si sus embriones se parecen más a las aves o alos reptiles, pero seguro que en sus momento les parecía una cuestión de gran importancia.

Los tres expedicionarios solo pudieron permanecer unas horas junto a los pingüinos debido a las pésimas condiciones y estas fueron sus observaciones:

“Los agitados emperadores graznaban con sus curiosas voces metálicas haciendo una bulla tremenda. No cabía duda de que tenían huevos pues arrastraban las patas por el suelo intentando que no se les cayeran. Pero cuando se les apuraba perdían muchos de ellos y los dejaban sobre el hielo. Algunos eran recogidos rápidamente por los que no tenían…”


Consiguieron reunir cinco huevos dos de los cuales se rompieron durante el viaje de regreso y los otros se congelaron. Pero peor fue la indiferencia con que fueron recibidos al regresar a Londres. Cuando Apsley Cherry-Garrard, el único de los tres exploradores superviviente, los llevó al  Museo de Historia Natural no prestaron la menor atención a los huevos, incluso cuando fueron preguntados posteriormente por el estudio de los mismos, llegaron a afirmar que allí no estaban tales huevos y solo tras la insistencia de la hermana del fallecido Scott, reconocieron que los huevos estaban en el museo. Este fue el premio que recibieron por arriesgar su vida en una de las expediciones más extravagantes y peligrosas de la investigación polar.


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