CAPITULO XII
Con el mes de julio llegó el calor y los veraneantes. Primero llegaron los abuelos, abrieron las casas, las puertas y las ventanas, pusieron los colchones al sol para que se oreasen, arrancaron las malas hierbas que habían salido entre las piedras de los patios o las lanchas de las aceras, repararon las goteras, arreglaron las puertas que no cierran bien y aprovisionaron las neveras. Con las vacaciones llegaron sus nietos y el pueblo se trasformó, pasamos de no encontrarnos a nadie por las calles a un bullicio permanente. Coches aparcados en las calles donde antes sólo había cagarrutas de ovejas, chavalería en bicicleta o corriendo detrás de una pelota donde antes estaba la soledad del Vivillo, y el bar de Pepe que siempre estaba vacío ahora está lleno a todas horas.
Daniel casi no se enteró de esta trasformación. Llevaba unos meses como atontado. Sus pensamientos se reducían a un solo tema: Irene. Su estado de ánimo era un tobogán en donde los picos se correspondían a los progresos con Irene y los valles a sus desplantes. Se veían casi todos los días, cuando el salía de trabajar y la Irene hacía su descanso entre tema y tema.
Irene un día era atenta y cariñosa y Daniel se subía a las nubes, pero al día siguiente, la guapa, como queriendo neutralizar o desmentir lo hecho el día anterior se mostraba reservada y esquiva, casi como si le molestase la visita de Daniel. Este hundido acudiría al día siguiente a cumplir con la visita, diría alguna frase de cortesía estaría un rato en casa de Irene y se iría pronto con cualquier excusa. Al día siguiente Irene volvería a ser la chica simpática y agradable y volvería a comenzar el ciclo.
El estado de Daniel era tal, que casi no se enteraba de nada de lo que hacía o decía la Mantovani. Aunque le ignorase, aunque le tratase sin respeto alguno, Daniel no se daba cuenta. Fue en esa época de mayor atontamiento cuando se produjo la conversación con Ovidio y aquello de que “puedes dejarte engañar pero no humillar” le impresionó mucho. Le hizo pensar. Y pensar siempre trae consecuencias, unas veces buenas y otras malas. Por fin se dio cuenta de que la Mantovani le trataba sin respeto y pensó en qué hubiese hecho Ovidio en su lugar. No lo tenía claro. Estaba seguro de lo que habrían hecho otros pero de Ovidio tenía dudas. Porfirio el Alcalde seguramente hubiese cogido el cuchillo matancero y se lo habría enseñado a la bruja gritando “o me pides bien las cosas o tenemos un disgusto” o alguna frase lapidaria por el estilo, pero Ovidio. ¿Qué haría Ovidio si estuviese en su lugar? Una cosa sí que tenía clara y era que ya no iba a consentir más impertinencias y desplantes.
Daniel no pudo cumplir sus intenciones porque el mismo día que tomó esa decisión a la Mantovani la llamaron para que volviese urgentemente a Madrid.
Daniel estuvo una semana entera sin recibir noticias. Tampoco es que las echase en falta pues como ya hemos explicado, por entonces su mundo se reducía a Irene. Las noticias llegaron por medio de Anselmo que le llamó por teléfono.
- ¿Qué tal estás?- preguntó Anselmo.
- Bien- dijo Daniel.
- Me alegro. Por fin alguien optimista, que no está quejándose todo el día, porque ¡valla temporadita que llevamos!
Como Daniel no decía nada, Anselmo preguntó.
- Oye, ¿tú estás enterado de lo que pasa?
- ¿Pasa algo?-dijo Daniel.
- Me lo temía. Joder macho, es que tu nunca te enteras de nada.
- ¡Como me voy a enterar si no me contáis nada!
- Pues serás el único que no lo sabe, si hasta hemos salido en la prensa.
- Anselmo, me estás poniendo nervioso. Ve al grano y dime de una vez que está pasando.
- Pues lo que pasa es que hemos estado a punto de cerrar. Vamos, que todavía tienes trabajo de milagro.
- ¿Por qué?
- Porque tu jefe es un chorizo y nos ha estado robando. Bueno, robando a la empresa se entiende. En febrero los socios encargaron una auditoria interna, porque no se fiaban del jefe, ni de sus cuentas y cuando llegaron los resultados vieron que con razón. El jefe había desviado parte del dinero de la empresa para comprar pisos y fincas, que según le habían dicho iban a ser recalificadas y por lo tanto eran una inversión segura. De paso aprovechó y se compró un chalet que cuesta una pasta y que es mejor que no sepas lo que pagó por él, para que no te de un soponcio. El caso es que esas operaciones inmobiliarias que iban a ser un pelotazo se han quedado en nada y si no es porque los socios han inyectado dinero ahora estaríamos cerrados y el jefe posiblemente en el juzgado. Pero ya sabes como son estos Figueroa. Prefieren perder dinero antes que su nombre pueda verse afectado por un escándalo. Ha llegado el tío del jefe, que es el que de verdad manda en los negocios y lo ha mandado a la mierda y ha nombrado un nuevo jefe, mejor dicho jefa.
Al oír esto, Daniel se puso en lo peor. “Que no sea lo que estoy pensando, que no sea ella, por favor”.
- ¿No me vas a preguntar quién es el nuevo jefe?
- ¿Quién es?- se atrevió a preguntar, con un hilo de voz.
- ¿Cómo dices, que no te oigo?-dijo Anselmo.
- ¿Qué, quién es?- repitió Daniel, más alto.
- Maria Victoria.
“¡O no!, es ella”.
Anselmo preguntó:
- Daniel ¿sigues ahí?
- Aquí sigo- dijo Daniel.
- Como te has quedado mudo.
- Ya.
- ¿No te ha gustado la noticia?
- De momento ni me gusta ni me disgusta, lo que pasa es que no me lo esperaba- mintió Daniel.
- Pues es lo que hay, y ¡oye, no veas con que ganas lo ha cogido! En una semana lo ha puesto todo patas arriba y eso que no lo tiene nada fácil. Los socios le han dicho que tiene que sanear la empresa y que para eso haga lo que sea. Van a despedir a gente.
“Ya está. A la puta calle. Seguro que soy yo el primero en caer”.
- Esto te lo digo para que estés informado, pero tú puedes estar tranquilo.- dijo Anselmo.
- ¿Y eso por qué?
- Pues, porque aunque tú pienses que Maria Victoria es una bruja, que se que lo que piensas… Anselmo hizo una pausa esperando que Daniel dijese algo de este último comentario, pero como Daniel guardaba un prudente silencio continuó diciendo: ha decidido que como eres el único que conoces el estado de las obras, en la restauración de San Lorenzo debes continuar. Así que tú no corres el riesgo de ser despedido. De momento.
A Daniel esta amenaza no le hizo ni fu ni fa, él estaba pensando que de momento se libraba de la Mantovani, y eso ya es suficiente motivo de alegría y satisfacción.
- Daniel…, si,..¿Me escuchas?... ¿sigues ahí?...
- Sí, estoy aquí.
- Pues di algo, no te quedes así, callado.
- Bueno es que no me lo esperaba, además no tengo tan seguro como tú, que no me vaya a despedir.
- Tenlo por seguro, Maria Victoria es ante todo práctica y si tú le sales rentable te mantendrá. De todas formas ella te lo dirá directamente. Ha convocado a todos los trabajadores para la próxima semana, así que tendrás que venir tú también.
Daniel viajó a Madrid. En las oficinas había un revuelo de mil demonios. Algunos ya conocían su destino y recogían sus cosas, las metían en cajas y bolsas y se marchaban. Una chica que Daniel no conocía porque había entrado después que él lloraba, rodeada por otros compañeros que intentaban consolarla. Daniel lo primero que hizo cuando llegó fue ir a ver a Anselmo. Ahora ocupaba el despacho que antes había sido de la Mantovani. Por lo visto Anselmo es de los que han salido beneficiados con el cambio. A Daniel le parecía lógico, pensaba que: “Anselmo vale mucho”.
Estuvo en su despacho más de una hora, tiempo que aprovechó Anselmo para contarle con más detalles lo que había sucedido en los últimos meses y para decirle que lo habían ascendido a jefe de departamento. Que a partir de ahora era el jefe de restauración y que por lo tanto Daniel dependería de él directamente.
- Esto significa que a mi, no me echan- dijo Daniel.
- Mira que eres cabezota. Ya te lo dije el otro día. Puedes creerme. Ahora te lo confirmará la Jefa de Personal. ¿Te alegras?
- ¿De qué?, de que no me echen o de que seas mi jefe.
- De las dos cosas- dijo Anselmo.
- Me alegro de seguir aquí, y de que seas mi jefe, ya se verá. De momento me parece mejor que lo que tenía.
- Eso que tenías es ahora la que manda.
- Y no te creas que no me asusta.
- ¿Porqué?, ella piensa que eres un buen trabajador.
- Eso puede ser, pero no le caigo bien, no soy de su categoría.
Daniel pensó en contarle que durante todo este tiempo la Mantovani lo había ninguneado y tratado sin respeto ni consideración, pero decidió no hacerlo. Si ahora han ascendido a Anselmo será por se lleva bien con la nueva jefa, así que será mejor ser prudente y tener el pico cerrado.
Llamaron a la puerta.
- Pasa – dijo Anselmo.
Entró Natalia para decir que la Jefa de Personal estaba esperando a Daniel y que ya era el último.
- Vale, ya hemos terminado- dijo Anselmo. Cuando salgas tienes que ir a ver a Maria Victoria.
Cuando Daniel llegó al despacho de la Jefa de Personal, salía José Luis López. Es un hombre de unos sesenta años, al que Daniel casi no conocía, porque durante el tiempo que estuvo en las oficinas antes de partir para San Lorenzo, había estado casi siempre de baja. Sí sabía que era uno de los que más antigüedad tenían en la empresa. El señor López al salir del despacho de la Jefa de Personal dio un portazo. Daniel le saludó, pero el hombre no contestó. Estaba que echaba humo. Se acercaron a consolarle algunos compañeros.
Daniel entró. La Jefa de Personal es una mujer bajita y rellenita con la cara redonda y pinta de ser tranquila. “Parece buena persona, seguro que debe estar pasando lo suyo. La verdad, no envidio su trabajo”; pensó Daniel. Empleó poco tiempo con él. Le dijo que el era de los elegidos para continuar en la empresa, y que de momento seguiría con las mismas condiciones. Le preguntó si le parecía bien. Daniel dijo que sí, y se terminó la reunión. A Daniel sólo le quedaba hablar con la Mantovani, que ya había tomado posesión del despacho del Mandamás. La nueva secretaria de la Mantovani, le dijo que tenía que esperar un momento, porque primero tenía que hablar con la Jefa de Personal.
Le hizo esperar un buen rato. Se acercaba la hora de la comida. Daniel pensó que la Mantovani haría alguna de las suyas. “Seguro que me tiene esperando aquí una hora para que cuando llegue la hora de comer se pire y me haga volver luego. Si es que lo estoy viendo”. Se equivocaba, y no sería la última vez esa mañana. Casi nunca salen las cosas como uno se las imagina, por eso no es bueno tener mucha imaginación. Es mejor ceñirse a las circunstancias y tomar las cosas según van llegando. Si nos imaginamos las cosas y anticipamos el futuro lo más probable es que nos equivoquemos. Se equivocaba Daniel y se equivocaba la Jefa de Personal. Ella pensaba que la Mantovani la llamaba al despacho para informar, como tantas veces había hecho durante esta última semana. Por la cara que tenía al salir del despacho se veía que la cosa no había salido como ella pensaba. Estaba roja, el gesto torcido y el sudor le corría por la frente.
- ¡No hay derecho! … Esto no me lo esperaba… ¿Cómo se puede ser tan cabrona?- dijo gritando.
- ¿Qué te pasa?- preguntó la secretaria de la Mantovani.
- Que me ha despedido. Dice que ya he terminado mi trabajo y que ahora no me necesita, que puede encargarse ella.
“Esta Mantovani es la ostia”, pensó Daniel.
Al sentir el alboroto acudió el resto del personal.
-¿Qué pasa?- preguntó uno.
- Que la han despedido- dijo la secretaria de la Mantovani.
Y así se iban enterando según iban llegando. Entonces se escuchó por encima de las demás la voz de José Luis López que decía:
- No se porqué preparas tanto escándalo. Hace un momento a mí me decías que no me lo tomase tan mal, que lo viese como una oportunidad. Que los momentos de crisis son aquellos que nos permiten crecer como personas y abrirnos nuevos caminos. Si como tú dices yo con sesenta años y mi experiencia no voy a tener problemas para encontrar un nuevo trabajo, tú que eres tan joven lo tendrás mejor, ¿o no?..
Algunos de los presentes aplaudieron.
- Vete a tomar por culo- dijo la ex Jefa de Personal, mientras se marchaba.
Cada mochuelo se fue a su olivo y Daniel pasó al despacho de la Mantovani. Los muebles seguían siendo los mismos que cuando era el despacho del Mandamás, pero esta era la única coincidencia, todo lo demás estaba cambiado. Ya no estaban ni sus cuadros, ni sus fotografías. La Mantovani en su lugar había colgado una fotografía del retablo de San Lorenzo, y otra de la catedral de Salamanca. Sobre su mesa en el único espacio que dejaban los papeles tenía una fotografía de sus hijos y su marido. Había cambiado la ubicación de la mesa y del sofá, y en el armario ahora se veían carpetas con archivos y documentos. Eso sí ella seguía igual de pija que siempre, con sus trajes, sus joyas y el perfecto peinado. Daniel la comparaba con una garza. El traje gris y la camisa blanca con el cuello alto, los tacones de medio metro que la hacía parecer aún más delgada y más alta, y el peinado con un moño atravesado por una aguja negra, era una imitación del de la zancuda. Daniel se esperaba cualquier cosa. Le tenía más miedo que a un nublado de tormenta y por mucho que Anselmo le hubiese dicho, que no había nada que temer, él no las tenía todas consigo. “De esta mujer se puede esperar cualquier cosa y mira si no a la Jefa de Personal, que estaba tan tranquila y se la ha quitado del medio sin compasión”.
La Mantovani estaba leyendo unos papeles que tenía sobre la mesa. Cuando lo sintió entrar, levantó la cabeza un momento, lo miró, y dijo:”Ah, eres tú”. Volvió a sus papeles y así lo tuvo durante un rato, de pie en la mitad del despacho sin decirle siquiera que tomase asiento y sin ocuparse de él. Terminó de leer el informe, lo apartó a un lado, abrió un cajón del escritorio y sacó un espejo de mano. Se puso a mirar en él y a colocarse los pelos del flequillo. Mientras, Daniel seguía esperando de pie como un pasmarote, poniéndose de mala leche y pensando que era igual que la bruja de Blancanieves mirándose al espejo y preguntándose si había alguien más guapa que ella. “Puede ser que las haya más guapas pero más brujas y gilipollas es imposible”, pensó Daniel.
Por fin la bruja se acordó de él.
- Mira no tengo mucho tiempo así que voy a ir al grano. Ahora soy la que manda aquí y tú no me caes bien, pero como ante todo soy una buena profesional, no voy a despedirte. Si sigues trabajando como hasta ahora podrás seguir en esta empresa mucho tiempo. ¿Algo que decir?
- Nada.
- Por mi parte solo una cosa más. Voy a bajarte el sueldo un cinco por cien.
- ¿Y eso por qué?
- Porque si lo hace el Gobierno con sus empleados ¿porque no lo voy a hacer yo?
- La Jefa de Personal me dijo que yo seguiría en las mismas condiciones.
- La jefa de personal está despedida, y además la que manda aquí soy yo. ¿Lo tomas o lo dejas?
Daniel no estaba preparado para esto, le pasaba como a la Jefa de Personal había entrado pensando que las cosas serían de una manera y ahora se encontraba que la conversación era muy diferente a lo que se esperaba. No sabía como reaccionar ni que responder; quería volver a San Lorenzo, le gustaba el pueblo, le gustaba el trabajo, le gustaría terminarlo y sobre todo le gustaba Irene. La Mantovani pareció leerle el pensamiento.
- ¿No se qué es lo necesitas pensar tanto, si estás deseando ir para ver a tu amiguita Irene? Creo que he sido muy generosa debería reducirte más el sueldo, por que vas a ir de todas formas ¿Me equivoco?
Esto ya es demasiado hasta para Daniel. De repente le vinieron a la memoria las palabras de Ovidio “…un hombre no puede perder la dignidad”. Daniel se puso a gritar.
- No tienes ningún derecho a meterte en mi vida privada. Lo que yo haga o deje de hacer fuera del trabajo a ti no te importa. Quédate con tú empresa, tú despacho, y tu responsabilidad de los …
Daniel agarró la puerta y se fue dando un portazo.
Cuando la secretaria lo vio salir pensó que a Daniel también lo habían despedido.
- A ti también. Si decían que tú eras de los que te quedabas.
Daniel se paró delante de ella y con los brazos en jarras, dijo:
- A mi no me echan, yo me voy porque me da la gana.
Se dirigió a la puerta de la oficina y se marchó sin despedirse de nadie. Anselmo cuando sintió el alboroto, acudió al despacho de la Mantovani y cuando la secretaria le contó lo que había pasado salió corriendo detrás de Daniel. Daniel estaba parado en la acera, a la puerta de la oficina. Al ver llegar a Anselmo empezó a caminar en dirección contraria. Anselmo le llamó:
- Espera un momento. ¿Qué ha pasado?
- Déjame en paz- contestó Daniel, y se marchó.
Entre esa tarde y la mañana siguiente Anselmo llamó unas veinte veces a Daniel. El timbre de su móvil era el canto de unos pájaros. Al principio sonaban flojo pero según pasaba el tiempo sin descolgar iba aumentando el volumen. A la veintiuna cogió el teléfono con la intención de apagarlo, ya estaba harto de tanto pájaro, pero vio que la llamada no era de la Oficina. Era de su hermana.
- Hola- dijo Daniel.
- Jelou- dijo su hermana.
- ¿Qué tal estáis?- preguntó Daniel.
- Bien. Nos pasamos el día en playa. El niño se lo está pasando pipa. El primer día le daba miedo el agua, pero ahora ya no hay quien lo saque.
- Y mamá ¿cómo está?
- No veas como se lo está pasando. En el hotel tienen por las mañanas un monitor que les lleva a hacer gimnasia en la piscina. Van muchas señoras de su edad, y cuando terminan se van todas juntas a tomar algo por ahí. Así que casi no le vemos el pelo en toda la mañana, y después de co…
Se cortó la comunicación. Al instante retornó el canto de los pájaros.
- Se ha cortado- dijo Daniel. Pero al otro lado del teléfono no fue la voz de su hermana la que respondió, fue la de Anselmo.
- ¿Porqué no coges el teléfono?-dijo su compañero y se supone que amigo.
- Déjame en paz- dijo Daniel, con intención de colgar, pero antes de pulsar el botón de apagado se escuchó una voz que decía “no cuelgues, aguarda un momento”.
- ¿Qué quieres?
- Hablar.
- Yo no quiero hablar contigo. Tengo que colgar estaba hablando con mi hermana.
- ¿Estás bien?
- ¿Desde cuando te importa eso a ti?
- Te estas comportando como un crío.
- Puede ser- dijo Daniel, cada vez más irritado.
- Me gustaría hablar contigo.
- ¿Qué tienes que decir?
- Por teléfono no. ¿Podemos vernos?
Daniel se lo pensó un rato antes de contestar.
- Estoy en casa- dijo, y colgó.
Daniel vivía en casa de su hermana. Alquiló su apartamento cuando ella se casó y se fue a vivir con su marido a un piso más grande.
Una hora más tarde sonó el timbre de casa.
- Soy Anselmo- se escuchó por el megafonillo.
- Sube- dijo Daniel.
Se sentaron en dos sillas uno a cada lado de la mesa de la cocina. Daniel sirvió dos cervezas. El primero en hablar fue Anselmo.
- Maria Victoria me ha contado lo que pasó.
- ¿Todo?- preguntó Daniel.
- Creo que sí. Si falta algo espero que me lo cuentes tú.
- ¿Qué te ha dicho?
- Que te bajaba el sueldo un cinco por cien y que te has puesto como un energúmeno. Que has dado un portazo al salir y que a ella no le hace un desplante así nadie.
- ¿No te ha dicho nada más?
- Me ha contado algo de una tal Irene.
- Entonces ya lo sabes todo, no hay nada más que hablar.
- ¿Quieres dejar el trabajo?
- No se trata de trabajo.
- ¿De qué se trata?
- Tú no lo entenderías.
- Trata de explicármelo.
- Se trata de dignidad.
- ¿De dignidad?
- Sí, ya te dije que no lo entenderías.
- Lo que no entiendo es como alguien quiere perder un trabajo que le gusta y en el que está a gusto.
- Es lo que hay.
- ¿Que me dirías si te digo que en lugar de bajarte el sueldo te lo subimos un cinco por cien? He convencido a Maria Victoria de que tú eres el que mejor conoce la obra de San Lorenzo y que por lo tanto debería nombrarte Jefe de Proyecto, y ya sabes que eso supone un diez por cien más de sueldo, así que una reducción se compensaría con el aumento y todos salimos ganando.
Daniel se levantó, se dirigió al frigorífico y sacó dos cervezas. Era una forma de ganar tiempo para pensar en la repuesta que debía dar. La rectificación que le ofrecía Anselmo le permitía aceptar dignamente, pues eran ellos los que cambiaban su posición inicial, por otro lado el comentario de la Mantovani sobre su relación con Irene era demasiado ofensivo como para dejarlo pasar, pero lo que más le jodía era que la bruja tenía razón, estaba deseando volver a San Lorenzo. Finalmente dijo:
- Agradezco tu esfuerzo pero no se trata solo de dinero. Maria Victoria se ha metido en mi vida privada y a eso ella no tiene ningún derecho.
- Entiendo que estés molesto con ella, pero ella también lo está contigo. Has salido de su despacho dando un portazo y gritándole. Si me permites te voy a dar mi opinión.
- Adelante- dijo Daniel.
- Tú estás enfadado con ella por meterse en tú vida privada, pero ella no te va a pedir perdón porque no lo ha hecho nunca en toda su vida, ni sabe hacerlo, ni está dispuesta a ello; y está molesta contigo porque te has ido de su despacho dando gritos y un portazo, pero tú tampoco vas a pedirle perdón, por que se te ha metido en la cabeza eso de la dignidad. Así que los dos estáis iguales. Ella ha rectificado con lo del salario, así que a ti te corresponde aceptar el trabajo.
- Puede que tengas razón.
- ¿Entonces que le digo?
- Dile que voy.
Durante un rato permanecieron en silencio, bebiendo de sus cervezas. Anselmo terminó la suya.
- ¿Quieres otra?- preguntó Daniel.
- Sí.
Daniel se quedó en Madrid un par de días más, que aprovechó para hacer algunos trámites administrativos, comprar algunas cosas imprescindibles, como una guía de orugas de polillas, y quedar con el Che, para tomar unas cañas. Lo de las cañas se fue liando y cuando llegó a casa a las tantas, tenía un punto más que contentillo.
A la 7:00 sonó el despertador. Lo apagó. A las 7:05 volvió a sonar. Lo volvió a apagar. Siguió durmiendo. A las 7:32, se despertó. Al ver la hora comprendió que ya llegaría tarde. Se levantó y dio dos pasos en dirección al baño. Estaba tan cansado que dio marcha atrás y se sentó al borde de la cama. Adoptó la posición de la escultura del pensador de Rodén, sólo que en este caso la cabeza apoyada sobre la mano no era una muestra de concentración; era un síntoma del dolor de cabeza. Le pesaba la cabeza una tonelada, tanto, que tuvo que utilizar el otro brazo para sujetarla. Así en esa postura, con los dos brazos doblados, los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos permaneció hasta las 7:41 en que reunió las fuerzas necesarias para llegar hasta la ducha.
En la oficina tienen horario flexible. Pueden entrar al trabajo entre las 8:00 y las 9:00. Daniel Llegó a las 9:19. Nadie le dijo nada. Daniel esperaba tener un día tranquilo, pero no fue así. A los diez minutos, Anselmo le llamó. Le preguntó si había desayunado y como Daniel contesto que no, le invitó a tomar algo. Salieron a una cafetería que estaba en frente de la oficina. Anselmo le dijo que tenían mucho de que hablar, y mientras mojaba un sobao en el café con leche en taza grande, se puso a la tarea.
- Hemos pensados que vuelvas cuanto antes a San Lorenzo.
- Por mi bien.
- Te van a acompañar Natalia y Carlos. Necesitamos darle un impulso a ese proyecto. Vamos un poco retrasados. Como Jefe de proyecto vas a ser tú el que manda. ¿Te hace ilusión?
- No. Eso de “mandar” como tú dices es una cosa que a mí no me interesa.
- Ya lo sabía. Pero lo que si te gusta es que la restauración se haga según tu criterio y a tu gusto, ¿me equivoco?
Daniel no contestó.
- Di algo, hombre. Si no pasa nada por reconocerlo- insistió Anselmo.
- No.
- ¿No me equivoco, o no te gusta?
- No te equivocas.
- Bien. Os vais mañana.
- Eso si que es pronto.
- ¿Algún problema?
- Por mi parte ninguno.