CAPITULO XIX
Por la Virgen de agosto los campos adquirieron el color ocre y amarillento de los pastos secos. Seguía haciendo mucho calor. Los desmemoriados decían que “nunca habían visto un verano con tanto calor”, sentencia que con seguridad pronunciaron el año pasado y dirán el próximo. El río dejó de merecer tal nombre. Quedaron unos charcos de un agua oscura y turbia. Algunas fuentes se secaron y otras casi no manaban.
Los veraneantes iniciaron el retorno a sus casas. San Lorenzo del Valle este año se había portado bien. El asesinato de Justo el panadero y su repercusión mediática proporcionó un extra de entretenimiento con el que no contaban. Ya sea por el morbo del acontecimiento, por la publicidad gratis ofrecida por la prensa, o porque con la crisis económica algunos decidieron pasar las vacaciones en el pueblo que es más barato que ir a un hotel a Benidorm, el caso es que las fiestas estuvieron muy concurridas. “Este año hay mucha gente, ¡como hacía muchos años!”, era el comentario general, y esta vez como todo el mundo estaba de acuerdo, nos lo creemos.
Los veraneantes llegan al pueblo ligeros de equipaje, pero cuando se marchan llevan los coches cargados a tope. Llevan patatas, tomates, huevos, chorizo, salchichón, dulces, queso, vino, de todo. “Como lo casero no hay nada”, “¿dónde encuentras un tomate que se parezca a los de casa?”, “los de la oficina me han encargado cuatro quesos”. Y así uno tras otro hará acopio de los productos de la tierra.
Daniel desde la fiesta no tenía ánimo para nada. Fíjense como estaría que ni ganas de salir al campo tenía. Se refugió en el trabajo. Le mantenía ocupado y distraído. Al finalizar la jornada sus compañeros se marchaban y el se quedaba con la excusa de que iban con retraso. El verdadero motivo era que mientras trabajaba se olvidaba de sus penas. A sus compañeros es evidente que no le gustaba la actitud de Daniel, pero tampoco decían nada.
Un día al volver del trabajo se encontró con Irene en la casa de los belgas. La belga le hizo un gesto para que se acercase.
- Ha venido a despedirse- dijo.
Daniel miró a Irene, y esta le confirmó el dato.
- Me voy mañana. Ha salido la fecha del examen, es dentro de tres semanas.
Daniel desde el día de la fiesta no había vuelto a hablar con ella.
- Buena suerte- le deseó Daniel.
Se sentó en una silla junto a Maria, la belga. No tenía ningún interés en hablar con Irene y si no se ausentó inmediatamente fue por no hacer un feo a los belgas.
Mantuvieron un parloteo intrascendente, de esos en que se repiten las mismas cosas una y otra vez y que no merece la pena ser reproducido. Daniel no abrió la boca. Cuando le pareció que llevaba sentado el tiempo suficiente para no parecer descortés, se excusó diciendo:
- Perdonar que os deje pero tengo cosas que hacer.
Se levantó, Irene hizo lo mismo y se dieron besos en las mejillas. Daniel repitió:
- Suerte en los exámenes.
- Gracias- contestó Irene.
Daniel se quedó quieto esperando algo más pero como no se producía, dio media vuelta y se fue. De camino a su cuarto pensaba, “Esta tía debe tener un trastorno bipolar, doble personalidad, o como se llame. Hay días que no calla, te cuenta confidencias que parece que somos amigos de toda la vida y a la vez siguiente está más seca que las hierba agostadas. ¡Hay que joderse! Durante meses nos hemos visto casi a diario, hemos pasado un montón de horas juntos y cuando nos despedimos para no vernos nunca más, no se le ocurre otra cosa que decir más que “gracias”.¡Que esté sufriendo por esta tía!,¡ hay que estar tonto. Me fastidia pero una vez más le voy a tener que dar la razón al Che”.
Cuando le contó al Che sus tribulaciones su amigo puso el grito en el cielo. Los calificativos que empleó para aludir a Irene, fueron muchos pero ninguno favorable. El mas repetido era “puta”. La conversación telefónica fue larga. Daniel algunas veces tenía que retirar el auricular del oído para no quedarse sordo con los gritos que pegaba el Che.
- Esa tía es una puta. O sea que en todo este tiempo no es capaz de decirte que tiene novio. ¿Nunca habla de su novio? Explícamelo porque no lo entiendo.
- Yo tampoco- dijo Daniel.
- Bueno es que lo tuyo tampoco tiene nombre. ¡Mira que te avisé!, pero a ti te da igual. Te tiene embobado y no eres capaz de darte cuenta de nada. Eres un caso sin remedio.
El Che tiene razón y Daniel lo sabe. Ha hecho el primo. Su amigo continuaba.
- Ahora, también te digo una cosa. Tu eres un pringao pero es que lo de ella no tiene nombre. Es tan bruja, tan mala, tan hija de puta que resulta hasta difícil de creer.
El Che seguía y seguía. Al cabo de media hora, preguntó, un poco más calmado.
- ¿No estarás jodido? Porque entonces ya es para darte de hostias.
- Un poco- dijo Daniel.
- Lo que me faltaba- dijo el Che, comenzando a gritar otra vez y obligando a Daniel a retirar el teléfono. ¿Qué voy ha hacer contigo? Olvídate de esa zorra, ya mismo. Como me entere que andas penando por esa puta, voy para allá y te doy de ostias hasta que no te reconozca ni tu madre.
El Che tiene una forma de hablar poco recomendable. Pero es un buen amigo. A Daniel le provocó dolor de cabeza con sus gritos pero también le hizo reaccionar. “He metido la pata y me he dejado tomar el pelo, pero lo que no puedo hacer es estar como alma en pena. Hay que pasar página”. Sabemos por propia experiencia que estos propósitos son fáciles de hacer pero difíciles de cumplir. Es imposible olvidarse de la noche a la mañana de alguien y eso que Daniel tiene algo que se lo pone más fácil, Irene se va y así es más fácil olvidar.
Irene se fue un sábado y casi todos los veraneantes se fueron un domingo. En el pueblo quedaron los de siempre más Daniel. El lunes llegó el viento del sur, lo que hizo subir otra vez la temperatura del termómetro. Eran las condiciones ideales para la propagación del fuego y el martes se inició. Evidentemente no es casualidad. Al menos sabemos que no lo ha provocado alguno de los veraneantes, porque ya se han ido. La guardia Rodríguez dijo que el incendio era provocado. Comenzó junto a la carretera a media tarde cuando el calor era más intenso y el viento soplaba con más fuerza. El pirómano sabía lo que hacia. Eligió bien su objetivo; el monte de pinos de repoblación. Desde la torre de vigilancia contra incendios dieron el aviso inmediatamente, y a los pocos minutos llegó el primer coche de bomberos, pero ya no pudieron controlar el fuego. Fueron llegando más camiones de bomberos, Guardia Civil y forestales. El despliegue de medios era impresionante. Establecieron un puente de mando desde el que controlaban las maniobras de los helicópteros y de los aviones. Los helicópteros cargaban agua en cualquier lugar, en el río, en las piscinas; parece mentira que puedan maniobrar en espacios tan reducidos. Los pilotos tienen que ser muy hábiles.
Por la noche los medios aéreos abandonaron el trabajo. En la oscuridad el incendio daba más miedo. Si durante el día lo más llamativo era la columna de humo, por la noche era la luz que desprendía el incendio. Cada vez se acercaba más al pueblo. Los vecinos, asustados, no se fueron a dormir, se concentraron a las afueras del pueblo para observar el fuego. El Sargento Tejedor habló con Porfirio, el Alcalde; le dijo que estuviesen preparados por si había que evacuar el pueblo. Por segunda vez en menos de un mes San Lorenzo del Valle era protagonista en las noticias. Volvió otra vez la periodista del culo gordo, pero en esta ocasión la gente no quería hablar con ella. Recordaban su crónica, del día de la muerte de Justo el panadero y aquello de la “España profunda”, el tópico que tanto les había ofendido.
El intento de la periodista de entrevistar a Toño el conejo, fue rechazado con un “vete a tomar por culo”, que a pesar de lo triste de la situación provocó en los que lo escucharon una sonrisa maliciosa.
La periodista se puso como una avispa en un bote. Estaba roja, y no era el resplandor de las llamas lo que le daba ese color; era la ira. Gritaba como una energúmena:
- Si no quiere hablar, no hable, pero no hace falta que me insulte. Yo lo único que pretendo es hacer mi trabajo y cumplir con mi deber de informar.- Tomó aire para continuar con su diatriba-. Yo no le he faltado el respeto a usted, ni le he insultado así que le pido, no, le exijo, que me trate con educación y si no quiere hablar…
Pedrito el catalán que también estaba presente, harto de tanta palabrería la interrumpió:
- Mire señorita, en primer lugar si quiere usted informar; informe. Usted está viendo lo mismo que nosotros. El fuego avanza y no hay forma de detenerlo y eso no hace falta que se lo diga ni este señor- refiriéndose a Toño, el conejo- ni otro de los que aquí estamos. Y en segundo lugar, eso de usted no le ha faltado al respeto, no lo tengo yo muy claro. Usted nos ha retratado como brutos, ignorantes, paletos y casi, casi, como criminales. Así que lo mejor que puede hacer es irse a dar la paliza a otra parte que ya tenemos bastante con lo nuestro.
El discurso de Pedrito fue premiado con un aplauso por los presentes. Si las elecciones fuesen mañana a Porfirio no le bastaría con los votos de Barbarita, la Olivia y su familia para vencer.
La periodista se marchó a otro lugar arrastrando su desmesurada anatomía.
Durante la noche en viento amainó algo y los vecinos de San Lorenzo pudieron ir a dormir. Por la mañana el fuego se reavivó y regresaron los medios aéreos. La cosa pintaba mal, pero a media mañana el viento cambió de dirección. El huracán que alimentaba el fuego se convirtió en viento y luego en brisa así que unas horas después el fuego estaba controlado. Durante el resto del día del monte surgían volutas de humo sobre las que instantes después un helicóptero arrojaba una carga de agua. Los bomberos atacaban los últimos frentes y refrescaban las zonas quemadas. La conclusión al final de la jornada era que: “podía haber sido peor”. Se quemó una parte del pinar. Los ingenieros anunciaron a Porfirio el Alcalde que volverían a plantar la parte quemada. “Las alternativas que hay a la plantación de pinos son pocas y poco realistas”, dijeron. En esas laderas peladas, prácticamente el único árbol capaz de prosperar es el pino y algo habrá que plantar si queremos evitar la erosión, porque sino cuando lleguen las lluvias se llevarán el poco suelo que hay. Porfirio alegó que si se volvía a plantar pinos volverían a tener incendios, a lo que los ingenieros contestaron que probablemente sea así, pero que no hay otra alternativa. En los lugares aptos para ello, plantarían especies autóctonas. Cualquiera que conociese el monte y Daniel era uno de ellos sabía que los lugares del monte en que se podía hacer lo que los ingenieros decían eran muy pocos. Ahora mismo recorriendo la zona quemada se comprobaba que en las vaguadas donde la humedad resistía algo más la sequía del verano, o donde el suelo era mejor, los robles, las encinas y algún fresno aislado habían prosperado. Estas zonas el fuego las había respetado. En su carrera azuzado por el viento, había devorado los pinos, pasando de largo por estas islas de frescor que ahora destacaban más entre el negro circundante.
San Lorenzo del Valle este verano iba de sobresalto en sobresalto. Algunos ya mostraban su deseo de que terminase. No sabían que la mayor sorpresa estaba por llegar.
Don Simón desde la noche del crimen no había vuelto a ser el mismo. Cuando el cura sustituto volvió a la ciudad, Don Simón retomó su rutina de misas y confesiones, pero era lo único que hacía, el resto del día lo pasaba encerrado en su casa.
Una mañana anunció que iría a visitar a Ovidio. Era su obligación como pastor de hombres atender a todos por igual independientemente de los terribles crímenes que hubiesen cometido.
Tomó el coche de línea de las doce.
En el de las seis en lugar del cura llegó Ovidio. Cuando el autobús paró en la plaza de San Lorenzo todo el pueblo estaba esperándolo. Las noticias corren más que los vehículos. Antes de que Ovidio subiese al autobús los vecinos de San Lorenzo ya sabían que estaba libre. Los que esperaban en la estación a la salida del autobús, cuando vieron llegar a Ovidio, lo primero que hicieron fue llamar por sus teléfonos móviles para dar la noticia y lo segundo que hicieron fue preguntar a Ovidio cómo es que estaba libre. El pastor no soltó prenda. Durante el viaje los móviles de los pasajeros no pararon de sonar. Ovidio se sentó sólo y mantuvo su silencio. Llegó el autobús a su destino y los vecinos hicieron un corro en torno a él. Ovidio se apeó, no traía equipaje. Se puso en camino hacía su casa atravesando el circulo formado por los espectadores que se separaron dejando libre un pasillo por el que atravesó Ovidio, siempre en silencio. Alguien se atrevió a preguntar. “Ovidio “¿qué ha pasado?, ¿porqué estás libre?”. El pastor no respondió.
Cuando llegó a su casa todo estaba tal cual lo había dejado. Incluso la cena preparada para esa noche estaba todavía en los platos, cubierta de moho o lo que diablos fuese eso y desprendiendo un olor nauseabundo. Ovidio recogió los platos y restos de comida, los sacó al patio y los puso debajo de la manguera. A continuación se dirigió al dormitorio. Los cajones estaban abiertos y la ropa desordenada. La Nico en su huída debió de coger lo imprescindible, dejándolo todo revuelto.
Ovidio se sentó en el borde de la cama, escondió la cara entre las manos y así permaneció toda la noche, rumiando su desgracia.
“¿Qué ha pasado?, ¿porqué lo han dejado salir?”, eran las preguntas que todo San Lorenzo se hacía. En el Senado se debatía acaloradamente- si eso es posible entre personas cuya media de edad está en los ochenta- sobre los motivos por los que habían dejado libre a Ovidio.
- Debe ser por que no se puede tener en la cárcel a un anciano- dijo uno.
- ¿De donde has sacado tú eso?
- No lo sé, me parece haberlo escuchado alguna vez.
- Pues si no sabes lo mejor que puedes hacer es tener la boca cerrada.
- Será por que como no ha aparecido el arma del crimen, no tienen pruebas para tenerlo detenido- dijo otro.
- Eso qué mas da. Si Ovidio a confesado, el caso está resuelto, no hay más que hablar.
Los senadores se quedaron en silencio durante un buen rato. El viejo que normalmente estaba callado fue el que se atrevió a pronunciar en voz alta lo que todos estaban pensando.
- ¿Es qué Ovidio a confesado?
Nadie supo contestar. Quizá por la trascendencia de lo que estaban tratando, que afectaba a la vida y la muerte de algunos de sus vecinos o quizá por el desconcierto que le produjeron las últimas novedades sobre el caso, por una vez el Senado no se lanzó a opinar a la ligera como es su costumbre.
Tomaron una decisión. Pedirle al Alcalde que como máxima autoridad de San Lorenzo del Valle, llamase al cuartel de la Guardia Civil, para preguntar que es lo que pasa.
Porfirio llamó. Preguntó por el Sargento Tejedor que tardó un poco en ponerse al aparato y cuando lo hizo, dijo:
- Dígame.
- Buenas noches- dijo Porfirio.
- Buenas noches.
- Sabes que no me gusta meterme donde no me llaman ni interferir en el trabajo de la Guardia Civil ni otras autoridades, pero las circunstancias me obligan a …
- Al grano Porfirio- le interrumpió el Sargento- tú lo que quieres saber, es lo que pasa con Ovidio.
- Pues sí.
- Lo que pasa, para que lo sepas, es que hemos detenido a un inocente. Y de eso el culpable soy yo. No me siento muy orgulloso ¿sabes?
Porfirio guardaba silencio. El Sargento continuó:
- Nunca pensé que otro que no fuese Ovidio, hubiese matado a Justo. Todo el mundo le señalaba a él. Yo no me planteé otra posibilidad y me equivoqué. He cometido un error.
- Pero es que Ovidio nunca dijo que no lo hubiese matado.
- Ni tampoco que lo hubiese hecho.
- Entonces ¿quién ha sido?- preguntó Porfirio.
- Don Simón.