Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







lunes, 12 de diciembre de 2011

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo XIII)

CAPITULO XIII

San Lorenzo estaba igual que una semana antes. En el mismo sitio, con los mismos baches en la carretera, con las mismas casas destartaladas, el mismo olor a oveja, el mismo tractor aparcado a la puerta del bar, y los mismos senadores a la sombra del Ayuntamiento. ¿Pero qué cambios se pueden esperar en una semana de un lugar en el que no ha sucedido nada en los últimos treinta años? Aquí los únicos cambios son los que traen las estaciones, el frío del invierno, el calor del verano, el breve esplendor de la primavera y la calma del otoño. Daniel preguntó a Maria, la belga si en su ausencia había sucedido algo interesante, a lo que contestó que “nada de particular”. Decidió que lo mejor sería ir a probar suerte con los senadores. Si algo pasaba en el pueblo ellos se enteraban al momento. Se sentó en un banco junto a ellos. Le recibieron con comentarios socarrones, pero sin mala intención.
-         ¡Hombre!, estás de vuelta, ya pensábamos que no te volvíamos a ver el pelo.- dijo uno, que a pesar del calor que hacía llevaba puesta una chaqueta.
-         Normal, si yo tuviese su edad, aquí iba a estar- dijo el más viejo de todos. Un hombre que utilizaba un andador para ir desde su casa al banco a la sombra del Ayuntamiento.
-         ¿Dónde vas a ir tú?- dijo el primero.
-         Ahora a ningún sitió. Yo cuando salga de mi casa será para ir al camposanto, pero él es joven.
-         Tú nunca has sido joven- dijo una mujer, que empleaba un tono de voz tan alto que cada vez que decía algo se enteraba todo el barrio.
-         Lo dirás tú. Yo cuando tenía su edad recorría las fiestas de todos los pueblos. Puedes preguntárselo a cualquiera. Y una cosa te digo, para que te enteres, era el que mejor bailaba de todos. Mira si bailaba bien, que las mozas hacían cola para bailar conmigo.
-         Ya será menos- dijo la mujer gritona.
-         Lo que yo te diga.
-         Pues de joven bailarías mucho, pero lo que ha sido después nada de nada- dijo la mujer del viejo del andador. Porque desde el día en que nos casamos  no volviste a bailar conmigo.
-         A ver si os pensáis que Daniel no habrá ido a visitar a alguna amiga, de esas tan modernas y tan guapas que hay en las capitales. ¿O no?- preguntó otro senador.
Daniel no se dio por enterado.
-         A lo mejor el apaño lo tiene aquí- dijo una vieja con tono malicioso.
Como a Daniel no le gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación, preguntó por lo que le había traído hasta los bancos del Senado.
-         ¿Hay alguna novedad?, ¿ha pasado algo interesante en esta semana?
-         Nada de particular.
-         Han llegado los nietos de Asun, tu vecina- dijo la gritona
-         Pues yo no me había enterado- dijo el viejo del andador.
-         Tu no te enteras de nada- replicó su mujer.
-         A Toño, se le perdió una oveja.- dijo un hombre que hasta ahora había permanecido en silencio.
-         ¡A si!, es verdad,- dijo el de la chaqueta. Tres días la anduvo buscando y que no aparecía por ningún sitio hasta que al tercer día vio muchos buitres volando sobre el Valle Miguel y cuando llegó, se encontró con que ya casi la tenían comida.
-         Esa seguro que se quedó enganchada en un zarzal- dijo la gritona.
-         Mira que se oyen bobás- dijo el silencioso, ¿Cuando has visto tú que una oveja se pierda por eso?
-         Pues yo se lo escuché decir muchas veces a mi padre que en paz descase- replicó, la mujer, sin darse por vencida.
-         Toño dice que estaba muy malita, que casi no podía andar- dijo el de la chaqueta. Se quedaría sola y se perdió.
-          La matarían los buitres. El otro día dijeron por la televisión que en… ¿dónde dijeron?..., me parece que era por el norte,…, ya no me acuerdo,…, ¿vosotros no lo escuchasteis?..., bueno da igual donde fuese, el caso es que los bichos esos se han acostumbrado a cazar, y que ya han matado no se cuantos corderos y hasta alguna oveja. Oye, y tu que sabes tanto de esas cosas. ¿Crees que esos bichos pueden  matar una oveja?- preguntó dirigiéndose a Daniel.
-         Es cierto que se dice que hay buitres que no sólo comen carroña y que han matado algún animal doméstico. Puede que sea así, pero a mi me parece que deben ser casos aislados y un poco excepcionales. La oveja de Toño seguramente se habrá muerto, porque estaba para morirse. Estaría enferma, se quedaría sola, y se moriría. Y eso sí, los buitres la encuentran rápido.
Debió de convencer su explicación al Senado, porque ninguno dijo nada. Permaneció un rato más, en los bancos del hemiciclo, pero como las novedades que le contaban eran irrelevantes, que si fulanito hoy había ido en el coche de línea a la ciudad, que si a menganito se le había estropeado la lavadora, decidió que lo mejor que podía hacer era irse para casa. Engorró el tiempo hasta que llegó la hora de la visita a Irene. Llevaba una semana sin verla y la verdad sea dicha: se moría de ganas.
Llamó a la puerta de su casa como todos los días, pero esta vez en lugar de asomarse por la ventana y decirle que pasase, Irene le abrió la puerta directamente. Le cogió del brazo y tiró de el hacia dentro de la casa.
-         Ya pensaba que no ibas a venir. Dijo Irene- Te he echado de menos.
El corazón de Daniel se aceleró. Poca cosa basta para alimentar las ilusiones de aquellos que anhelan alcanzar su sueño. Dicen que la fe mueve montañas y es bien cierto. Es la esperanza de lograr el objetivo deseado el motor que nos mueve y como las dificultades son muchas y el resultado incierto debemos recurrir a la fe para no desfallecer. Sin la fe, sin creer en nuestras posibilidades no seríamos capaces de iniciar el camino. Daniel todavía cree que podrá conseguir el amor de Irene.
El patio de la casa de Irene es grande. En un rincón tiene una pérgola de madera cubierta de rosales con un banco a su sombra. Daniel no lo había estrenado.  Durante el invierno los encuentros tenían lugar en la cocina y con la llegada del calor se trasladaron al patio. Se sentaban en unas sillas alrededor de una mesa redonda de jardín con un agujero en el centro donde se ponía una sombrilla con la publicidad de una marca de cervezas. Pero hoy Irene invitó a Daniel a sentarse en el banco. Casi siempre el peso de la conversación lo llevaba Daniel, y no era poco esfuerzo, que se pasaba todo el día buscando algo que contar. No le hizo falta en esta ocasión porque Irene estaba muy habladora. Habló durante media hora sin parar. Daniel no la conocía en esa faceta. Habló de cómo llevaba los temas, de lo difícil que le resultaba mantener en verano la disciplina que requiere el  estudio de la oposición y de que en los próximos días vendría su familia para pasar las fiestas del pueblo. Finalizó su discurso diciendo:”el domingo me gustaría ir a la piscina de Casasola, desde que era pequeña no he vuelto”. Ya sabemos por otras veces lo que pasó y como Daniel se ofreció a acompañarla. Quedaron citados para el domingo.
Daniel estaba en la inopia. El cambio de actitud de Irene y las esperanzas depositadas en la cita del domingo ocupaban todos sus pensamientos. Estaba obsesionado. Nada conseguía distraerlo, ni siquiera sus dos nuevos compañeros. Carlos y Natalia no quisieron quedarse a vivir en San Lorenzo. Prefirieron quedarse en Castro e ir y venir todos los días al trabajo. Empleaban media hora en cada trayecto, pero según ellos San Lorenzo es muy pequeño, aburrido, no tiene tiendas, ni comercios y el único bar está lleno de viejos, que más bien parece el hogar del jubilado. Así que los nuevos fichajes le aportaron la misma compañía que la Mantovani, es decir, ninguna.
Sus nuevos compañeros son buenos trabajadores, correctos y eficientes, sin más. Tampoco es que haya que pedir otra cosa. Llegan a su hora hacen el trabajo y se van también a su hora ni un minuto antes ni un minuto después. Si están haciendo algo y les llega la hora de irse, no se quedan más tiempo para terminar, lo dejan como esté y se van, de todas formas ya se habrán organizado ellos para que eso no les suceda. Si llega Don Simón, o Porfirio el Alcalde, y les preguntan alguna cosa sobre la marcha de los trabajos, le darán las explicaciones correctamente, pero si les llega la hora, los dejan a medias, dicen que tienen que irse y se van.  A Daniel eso no le parece correcto. Comprende que nadie está obligado a trabajar más de la cuenta y más aún si no te lo van a pagar, pero es de la opinión, que antes que nada hay que cumplir con las obligaciones de cada uno, estén o no escritas en un contrato. A Daniel no le importa quedarse un poco más si hace falta. Como cuando ayuda a Don Simón a preparar algo. “Encima que le tenemos la iglesia invadida, que tiene que hacer malabares para dar la misa los domingos entre tantos trastos, como no voy a ayudarle”.
Al principio, cuando Carlos y Natalia decidieron quedarse en Castro, Daniel se llevó un chasco. El se había echo ilusiones, pensando en que tendría compañía, sobre todo teniendo en cuenta lo largas que son las tardes de verano y que Irene desde que hacía calor estudiaba hasta más tarde. En verano  dormía la siesta después de comer, y estudiaba hasta que se ponía el sol. Así que Daniel solo podía verla a partir de las diez de la noche, y poco rato. La desilusión le duró poco, porque cuando conoció mejor a sus compañeros y sus costumbres, pensó que era mejor que se quedasen en Castro.
Sánchez Rodríguez, Natalia, es una chica muy maja, pero cuando aterrizaron en San Lorenzo, hacía quince días que había vuelto de su luna de miel y como es lógico estaba deseando que llegase el viernes para irse a Madrid a pasar el fin de semana con su marido recién estrenado. Según le contó Carlos, al salir del trabajo se metía en la habitación del hotel a hablar por el móvil o sentarse delante del ordenador para chatear y ya no salía hasta la hora de la cena. 
Alcurrucén Montero, Carlos, - Daniel, no puede evitar esa manía que tiene de fijarse en los apellidos de la gente- es un fraude. Forma parte de ese grupo de tíos que se creen muy graciosos, y que sólo hacen gracia el primer día, al segundo aburren y al tercero son inaguantables. Repite los mismos chistes una y otra vez, y pretende estar de guasa todo el tiempo, sin hablar nunca en serio y tomándoselo todo a chirigota. A los pocos días Carlos provocó un incidente que a Daniel no le sentó nada bien.
Estaban trabajando los dos en el andamio, quitando la suciedad depositada sobre una de las columnas salomónicas del retablo. El trabajo era pesado y rutinario y como no se necesitaba mucha concentración, se pusieron a charlar mientras trabajaban. Carlos contaba que su especialidad era la restauración de documentos, “soy el Messi del pergamino” decía, creyéndose muy ocurrente. El caso es que se pasó una hora alardeando de sus facultades. Se fue animando él sólo cada vez más, hasta que le dio por decir que era capaz de imitar a la perfección cualquier documento. “Estoy pensando en hacerme falsificador”, dijo en tono de broma. Daniel ya empezaba a cansarse. “Si quieres te puedo hacer una demostración ahora mismo”. Como Daniel no contestaba, continuó diciendo: “Mira te voy copiar una página de ese misal”. Sobre el atril del púlpito, Don Simón tenía abierto el libro con la lectura del domingo.
Carlos se bajó del andamio, preparó su portátil y con una cámara de fotos, hizo varias fotografías del libro del cura. Se puso a trabajar en el ordenador y al poco rato le dijo a Daniel: “déjame ese libro que estas leyendo”. Se trataba de La Vida de Don Quijote y Sancho, de Don Miguel de Unamuno. La tarde anterior fue la más calurosa de lo que llevábamos de verano y Daniel pensó que estaría más fresco en el atrio, a la sombra de la iglesia que en su habitación. Estuvo leyendo casi toda la tarde y como llegó la hora de ir a ver a Irene y no quería que ella lo viese llegar con ese libro, no fuese a pensar que era un intelectual decidió dejarlo en la iglesia. Carlos abrió la obra maestra del rector de Salamanca al azar y al poco rato apareció con una hoja impresa.  Era una copia exacta del misal de Don Simón, solo que uno de los párrafos había sido sustituido por otro del libro de Unamuno. El párrafo copiado era este:
“¡Y cuán profundamente castellana fue aquella plática entre canónigo y cura! En el contacto y trato de estos espíritus alcornoqueños, lejos de gastárseles el corcho de que están recubiertos, se les acrecienta, como con el roce crece, en vez de menguar el callo. ¡Qué alegría hubieron de sentir al encontrarse tan razonables el uno para el otro! Está visto que esta casta sólo llega  a lo eterno humano, a lo divino más bien, o cuando rompe, gracias a la locura, la corteza que le aprisiona el alma, o cuando con la simplicidad lugareña le rezuma el alma de ella. No le falta inteligencia, sino le falta espíritu. Es brutalmente sensata, y el supuesto espiritualismo cristiano que dice profesar no es, en el fondo, sino el más crudo materialismo que puede concebirse. No le basta sentir a Dios, quiere que le demuestren matemáticamente su existencia, y aún más, necesita tragárselo”
-         Podíamos cambiar una página del libro, por esta. Sería una risa. Imagínate estar en misa el domingo y que leyesen esto-dijo Carlos.
-         Ni se te ocurra, yo no le veo la gracia- dijo Daniel.
Así quedó la cosa y Daniel se olvidó del asunto.



jueves, 8 de diciembre de 2011

Los aviones se preparan para emigrar

A finales del verano los aviones comunes se juntan para inicial su viaje a tierras más cálidas. En las primeras horas de la mañana se van posando en los cables de la luz, por decenas, como se puede observar en las siguientes fotografías realizadas en la calle.


FÁBULAS Y OTRAS MENTIRAS SOBRE LAS SERPIENTES

Los reptiles en general y las serpientes en particular son posiblemente, el grupo animal más odiado y perseguido. No hace falta remontarse a la serpiente bíblica incitando a Adán y Eva a comer la manzana del pecado para darse cuenta de la mala fama que arrastran.

En España son muy pocas las especies que tienen veneno, pero el desconocimiento hace que todas ellas sean perseguidas por igual. ¡Cuántas veces hemos visto como mataban a una serpiente! Toda la que se deje atrapar será víctima de palos, piedras o de las ruedas de los coches que muchos conductores maniobran para atropellarlas voluntariamente.

Las leyendas que circulan en torno a las serpientes no contribuye a mejorar su fama. Las hay de todo tipo, atribuyéndoles cualidades casi sobrenaturales. Hay quien asegura que las serpientes capturan a los pájaros hipnotizándolos. Según ellos levantan la cabeza y con la mirada hipnotizan a los pájaros que están posados en las ramas de los árboles o en los cables de la luz, haciéndolos caer.

Otra leyenda muy extendida es su supuesta afición por beber la leche directamente de las ubres de las vacas, ovejas o cabras e incluso de las mujeres; mientras la serpiente mete la cola en la boca del niño para engañarlo y que no llore. Algunos afirman haberlo visto personalmente.

Sobre el tamaño de las serpientes también se exagera mucho. Serpientes gigantes capaces de tragarse a un hombre o un ternero son fábulas fruto de la imaginación cuyo único destino es atemorizar a los niños. Recuerdo cuando de niño escuchaba como se contaban historias de serpientes gigantes cubiertas de pelo. En mi ignorancia me creía esas historias, así que la primera vez que tuve una guía de reptiles entre las manos busqué a semejantes monstruos; comprobando que la realidad es menos fantástica.



Aunque estas historias pueden tener un carácter folclórico y divertido, lo cierto es que causan un daño terrible para este grupo animal. La gente las teme y por lo tanto las odia y esa es la principal causa de su persecución y su muerte.

Hay que cambiar los hábitos de la gente y proteger a los reptiles pues son animales beneficiosos y hasta hermosos.

MORIR POR UN HUEVO DE PINGÜINO


La expedición al polo sur de Scott es un ejemplo de valor y sacrificio, que constituye una de las epopeyas más heroicas de la historia de la humanidad, aunque también lo es de mala organización. Mientras los ingleses arrastraban sus trineos o empleaban caballos y tractores ineficaces, Amundsen utilizaba tiros de perros realizando el primer viaje al polo sur de forma rápida y eficaz. En la expedición de Scott hay un episodio menos conocido. Se trata del viaje que realizaron tres de sus compañeros  (Wilson, Birdie y Cherry-Garrard) durante el invierno antártico  de 1911 para recolectar huevos de pingüino emperador: viaje que estuvo a punto de terminar en tragedia.

Partieron del cabo Evans el 1 de agosto arrastrando dos trineos cargados de material por el hielo, en la oscuridad de la noche  austral y con temperaturas inferiores a -50 ºC. Su destino era el cabo Crozier, en el mar de Ross, donde llegaron el 25 de julio.

El relato que hace del viaje Apsley Cherry-Garrard narrando los sufrimientos que padecieron describe perfectamente lo absurdo de la empresa.

Habría que repetir la experiencia para darse cuenta cabal de lo horroroso que fueron los diecinueve días que nos costó ir desde el cabo Evans hasta el cabo Crozier, y la persona que volviera a realizar el viaje sería una estúpida. Es imposible describirlo. Las semanas siguientes fueron placenteras en comparación, pero no porque las condiciones fueran mejores (fueron mucho peores), sino porque nos habíamos vuelto insensibles. Sin ir más lejos, yo había llegado a un grado de sufrimiento tal que en el fondo me daba igual morir si no sentía mucho dolor. Quienes hablan del heroísmo de los moribundos no saben lo que dicen. Sería tan fácil morir… Bastaría con una dosis de morfina, una grieta acogedora y un plácido sueño. El problema es seguir adelante…”

Consiguieron llegar a la colonia donde los emperadores incubaban sus huevos pero ahí no terminaron sus penalidades. Una tempestad terrible se llevó su tienda por los aires, sin la cual el viaje de regreso era imposible y destruyó una cabaña que habían construido con piedras y hielo. Pasaron dos días y dos noches sin ninguna protección, metidos en sus sacos, cubiertos por la nieve y sin comer. Estaban al borde de la muerte. Cantaban salmos y todas las canciones que conocían una y otra vez, sin salir del saco durante los dos días tratando de pasar el tiempo y no pensar en la muerte. Cuando por fin se calmó la tempestad la fortuna le devolvió lo que antes le había arrebatado: la tienda. Tenían una oportunidad de sobrevivir y lo consiguieron.

Fueron los primeros en observar una colonia de pingüinos incubando los huevos durante el invierno. Así lo cuenta Cherry-Garrard:

”Tras sufrir tremendas adversidades y realizar un esfuerzo ímprobo, estábamos presenciando una maravilla del mundo natural y además éramos los primeros en hacerlo. Teníamos a nuestro alcance material que podía resultar de enorme importancia para la ciencia y cada observación que hiciésemos serviría para convertir teoría en hechos”.

Para comprobar esa teoría era necesario investigar el embrión del pingüino emperador por que según creían:

“…es el ave mas primitiva que existe. El embrión muestra vestigios de desarrollo de un animal en épocas y fases antiguas, resume sus vidas anteriores. El embrión de un emperador puede servir para demostrar la existencia del eslabón perdido entre las aves y los reptiles de los que surgieron”

La búsqueda de ese eslabón perdido era el motivo por el que organizaron esa expedición de locos, en las peores condiciones que se pueden dar en la tierra. Desde el punto de vista actual puede parecer absurdo, pero es un error intentar juzgar los motivos que condujeron a esa personas a arriesgar su vida. Hay que situar a cada persona y sus acciones en su contexto histórico.

Por aquella época el paleontólogo Ernest Haeckel estudiaba las características de muchos tipos de embriones llegando la conclusión de que muchas fases del embrión de una especie “superior” se corresponden con los adultos de otras especies “inferiores”. Por ejemplo, en el desarrollo humano hay una fase con hendiduras branquiales parecidas a las de los peces. Es como si en el desarrollo del embrión de una especie estuviesen resumidas las fases de otra. Esto implicaría que para que surgiese una nueva especie “mas desarrollada” bastaría con añadir una etapa más a su desarrollo embrionario. Como esto lógicamente podía ir prolongando el desarrollo embrionario cada vez más haciéndolo mas largo otros científicos cono Edgard Drinker Cope recurrieron a la idea de la “Ley de aceleración del crecimiento”, es decir que el desarrollo de los embriones se aceleraba para acortar los tiempos y así evitar el problema que se planteaba a la teoría de Haeckel. Lo que parece una solución a la medida para que las cuentas cuadren.


Estas teorías contradicen la teoría de la evolución de Darwin, pues según Haeckel y Cope la formación de las especies se debe a las alteraciones en el desarrollo embrionario, eliminando cualquier papel que pudiese tener la selección natural, lo que en definitiva, les acercaba más a la teoría de los caracteres adquiridos de Lamarck que a la de la selección natural de Darwin.

Ahora que la teoría de la evolución parece aceptada por todo el mundo salvo por algunos integristas religiosos, puede parecer absurdo que unos hambres arriesgasen sus vidas para conseguir unos huevos de pingüino, con el fin de estudiar si sus embriones se parecen más a las aves o alos reptiles, pero seguro que en sus momento les parecía una cuestión de gran importancia.

Los tres expedicionarios solo pudieron permanecer unas horas junto a los pingüinos debido a las pésimas condiciones y estas fueron sus observaciones:

“Los agitados emperadores graznaban con sus curiosas voces metálicas haciendo una bulla tremenda. No cabía duda de que tenían huevos pues arrastraban las patas por el suelo intentando que no se les cayeran. Pero cuando se les apuraba perdían muchos de ellos y los dejaban sobre el hielo. Algunos eran recogidos rápidamente por los que no tenían…”


Consiguieron reunir cinco huevos dos de los cuales se rompieron durante el viaje de regreso y los otros se congelaron. Pero peor fue la indiferencia con que fueron recibidos al regresar a Londres. Cuando Apsley Cherry-Garrard, el único de los tres exploradores superviviente, los llevó al  Museo de Historia Natural no prestaron la menor atención a los huevos, incluso cuando fueron preguntados posteriormente por el estudio de los mismos, llegaron a afirmar que allí no estaban tales huevos y solo tras la insistencia de la hermana del fallecido Scott, reconocieron que los huevos estaban en el museo. Este fue el premio que recibieron por arriesgar su vida en una de las expediciones más extravagantes y peligrosas de la investigación polar.


lunes, 7 de noviembre de 2011

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo XII)

CAPITULO XII

Con el mes de julio llegó el calor y los veraneantes. Primero llegaron los abuelos, abrieron las casas, las puertas y las ventanas, pusieron los colchones al sol para que se oreasen, arrancaron las malas hierbas que habían salido entre las piedras de los patios o las lanchas de las aceras, repararon las goteras, arreglaron las puertas que no cierran bien y aprovisionaron las neveras. Con las vacaciones llegaron sus nietos y el pueblo se trasformó, pasamos de no encontrarnos a nadie por las calles a un bullicio permanente. Coches aparcados en las calles donde antes sólo había cagarrutas de ovejas, chavalería en bicicleta o corriendo detrás de una pelota donde antes estaba la soledad del Vivillo, y el bar de Pepe que siempre estaba vacío ahora está lleno a todas horas.
Daniel casi no se enteró de esta trasformación. Llevaba unos meses como atontado. Sus pensamientos se reducían a un solo tema: Irene. Su estado de ánimo era un tobogán en donde los picos se correspondían a los progresos con Irene y los valles a sus desplantes. Se veían casi todos los días, cuando el salía de trabajar y la Irene hacía su descanso entre tema y tema.
Irene un día era atenta y cariñosa y Daniel se subía a las nubes, pero al día siguiente, la guapa, como queriendo neutralizar o desmentir lo hecho el día anterior se mostraba reservada y esquiva, casi como si le molestase la visita de Daniel. Este hundido acudiría al día siguiente a cumplir con la visita, diría alguna frase de cortesía estaría un rato en casa de Irene y se iría pronto con cualquier excusa. Al día siguiente Irene volvería a ser la chica simpática y agradable y volvería a comenzar el ciclo.
El estado de Daniel era tal, que casi no se enteraba de nada de lo que hacía o decía la Mantovani. Aunque le ignorase, aunque le tratase sin respeto alguno, Daniel no se daba cuenta. Fue en esa época de mayor atontamiento cuando se produjo la conversación con Ovidio y aquello de que “puedes dejarte engañar pero no humillar” le impresionó mucho. Le hizo pensar. Y pensar siempre trae consecuencias, unas veces buenas y otras malas. Por fin se dio cuenta de que la Mantovani le trataba sin respeto y pensó en qué hubiese hecho Ovidio en su lugar. No lo tenía claro. Estaba seguro de lo que habrían hecho otros pero de Ovidio tenía dudas. Porfirio el Alcalde seguramente hubiese cogido el cuchillo matancero y se lo habría enseñado a la bruja gritando “o me pides bien las cosas o tenemos un disgusto” o alguna frase lapidaria por el estilo, pero Ovidio. ¿Qué haría Ovidio si estuviese en su lugar? Una cosa sí que tenía clara y era que ya no iba a consentir más impertinencias y desplantes.
 Daniel no pudo cumplir sus intenciones porque el mismo día que tomó esa decisión a la Mantovani la llamaron para que volviese urgentemente a Madrid.
Daniel estuvo una semana entera sin recibir noticias. Tampoco es que las echase en falta pues como ya hemos explicado, por entonces su mundo se reducía a Irene. Las noticias llegaron por medio de Anselmo que le llamó por teléfono.
-         ¿Qué tal estás?- preguntó Anselmo.
-         Bien- dijo Daniel.
-         Me alegro. Por fin alguien optimista, que no está quejándose todo el día, porque ¡valla temporadita que llevamos!
Como Daniel no decía nada, Anselmo preguntó.
-         Oye, ¿tú estás enterado de lo que pasa?
-         ¿Pasa algo?-dijo Daniel.
-         Me lo temía. Joder macho, es que tu nunca te enteras de nada.
-         ¡Como me voy a enterar si no me contáis nada!
-         Pues serás el único que no lo sabe, si hasta hemos salido en la prensa.
-         Anselmo, me estás poniendo nervioso. Ve al grano y dime de una vez que está pasando.
-         Pues lo que pasa es que hemos estado a punto de cerrar. Vamos, que todavía tienes trabajo de milagro.
-         ¿Por qué?
-         Porque tu jefe es un chorizo y nos ha estado robando. Bueno, robando a la empresa se entiende. En febrero los socios encargaron una auditoria interna, porque no se fiaban del jefe, ni de sus cuentas y cuando llegaron los resultados vieron que con razón. El jefe había desviado parte del dinero de la empresa para comprar pisos y fincas, que según le habían dicho iban a ser recalificadas y por lo tanto eran una inversión segura. De paso aprovechó y se compró un chalet que cuesta una pasta y que es mejor que no sepas lo que pagó por él, para que no te de un soponcio. El caso es que esas operaciones inmobiliarias que iban a ser un pelotazo se han quedado en nada y si no es porque los socios han inyectado dinero ahora estaríamos cerrados y el jefe posiblemente en el juzgado. Pero ya sabes como son estos Figueroa. Prefieren perder dinero antes que su nombre pueda verse afectado por un escándalo. Ha llegado el tío del jefe, que es el que de verdad manda en los negocios y lo ha mandado a la mierda y ha nombrado un nuevo jefe, mejor dicho jefa.
Al oír esto, Daniel se puso en lo peor. “Que no sea lo que estoy pensando, que no sea ella, por favor”.
-         ¿No me vas a preguntar quién es el nuevo jefe?
-         ¿Quién es?- se atrevió  a preguntar, con un hilo de voz.
-         ¿Cómo dices, que no te oigo?-dijo Anselmo.
-         ¿Qué, quién es?- repitió Daniel, más alto.
-         Maria Victoria.
“¡O no!, es ella”.
Anselmo preguntó:
-         Daniel ¿sigues ahí?
-         Aquí sigo- dijo Daniel.
-         Como te has quedado mudo.
-         Ya.
-         ¿No te ha gustado la noticia?
-         De momento ni me gusta ni me disgusta, lo que pasa es que no me lo esperaba- mintió Daniel.
-         Pues es lo que hay, y  ¡oye, no veas con que ganas lo ha cogido! En una semana lo ha puesto todo patas arriba y eso que no lo tiene nada fácil. Los socios le han dicho que tiene que sanear la empresa y que para eso haga lo que sea. Van a despedir a gente.
“Ya está. A la puta calle. Seguro que soy yo el primero en caer”.
-         Esto te lo digo para que estés informado, pero tú puedes estar tranquilo.- dijo Anselmo.
-         ¿Y eso por qué?
-         Pues, porque aunque tú pienses que Maria Victoria es una bruja, que se que lo que piensas… Anselmo hizo una pausa esperando que Daniel dijese algo de este último comentario, pero como Daniel guardaba un prudente silencio continuó diciendo: ha decidido que como eres el único que conoces el estado de las obras, en la restauración de San Lorenzo debes continuar. Así que tú no corres el riesgo de ser despedido. De momento.
 A Daniel esta amenaza no le hizo ni fu ni fa, él estaba pensando que de momento se libraba de la Mantovani, y eso ya es suficiente motivo de alegría y satisfacción.
- Daniel…, si,..¿Me escuchas?... ¿sigues ahí?...
- Sí, estoy aquí.
- Pues di algo, no te quedes así, callado.
- Bueno es que no me lo esperaba, además no tengo tan seguro como tú, que no me vaya a despedir.
- Tenlo por seguro, Maria Victoria es ante todo práctica y si tú le sales rentable te mantendrá. De todas formas ella te lo dirá directamente. Ha convocado a todos los trabajadores para la próxima semana, así que tendrás que venir tú también.
Daniel viajó a Madrid. En las oficinas había un revuelo de mil demonios. Algunos ya conocían su destino y recogían sus cosas, las metían en cajas y bolsas y se marchaban. Una chica que Daniel no conocía porque había entrado después que él lloraba, rodeada por otros compañeros que intentaban consolarla. Daniel lo primero que hizo cuando llegó fue ir a ver a Anselmo. Ahora ocupaba el despacho que antes había sido de la Mantovani. Por lo visto Anselmo es de los que han salido beneficiados con el cambio. A Daniel le parecía lógico, pensaba que: “Anselmo vale mucho”.
Estuvo en su despacho más de una hora, tiempo que aprovechó Anselmo para contarle con más detalles lo que había sucedido en los últimos meses y para decirle que lo habían ascendido a jefe de departamento. Que a partir de ahora era el jefe de restauración y que por lo tanto Daniel dependería de él directamente.
-         Esto significa que a mi, no me echan- dijo Daniel.
-         Mira que eres cabezota. Ya te lo dije el otro día. Puedes creerme. Ahora te lo confirmará la Jefa de Personal. ¿Te alegras?
-         ¿De qué?, de que no me echen o de que seas mi jefe.
-         De las dos cosas- dijo Anselmo.
-         Me alegro de seguir aquí, y de que seas mi jefe, ya se verá. De momento me parece mejor que lo que tenía.
-         Eso que tenías es ahora la que manda.
-         Y no te creas que no me asusta.
-         ¿Porqué?, ella piensa que eres un buen trabajador.
-         Eso puede ser, pero no le caigo bien, no soy de su categoría.
Daniel pensó en contarle que durante todo este tiempo la Mantovani lo había ninguneado y tratado sin respeto ni consideración, pero decidió no hacerlo. Si ahora han ascendido a Anselmo será por se lleva bien con la nueva jefa, así que será mejor ser prudente y tener el pico cerrado.
Llamaron a la puerta.
-         Pasa – dijo Anselmo.
 Entró Natalia para decir que la Jefa de Personal estaba esperando a Daniel y que ya era el último.
-         Vale, ya hemos terminado- dijo Anselmo. Cuando salgas tienes que ir a ver a Maria Victoria.
Cuando Daniel llegó al despacho de la Jefa de Personal, salía José Luis López. Es un hombre de unos sesenta años, al que Daniel casi no conocía, porque durante el tiempo que estuvo en las oficinas antes de partir para San Lorenzo, había estado casi siempre de baja. Sí sabía que era uno de los que más antigüedad tenían en la empresa. El señor López al salir del despacho de la Jefa de Personal dio un portazo. Daniel le saludó, pero el hombre no contestó. Estaba que echaba humo. Se acercaron a consolarle algunos compañeros.
Daniel entró. La Jefa de Personal es una mujer bajita y  rellenita con la cara redonda y pinta de ser tranquila. “Parece buena persona, seguro que debe estar pasando lo suyo. La verdad, no envidio su trabajo”; pensó Daniel. Empleó poco tiempo con él. Le dijo que el era de los elegidos para continuar en la empresa, y que de momento seguiría con las mismas condiciones. Le preguntó si le parecía bien. Daniel dijo que sí, y se terminó la reunión. A Daniel sólo le quedaba hablar con la Mantovani, que ya había tomado posesión del despacho del Mandamás. La nueva secretaria de la Mantovani, le dijo que tenía que esperar un momento, porque primero tenía que hablar con la Jefa de Personal.
Le hizo esperar un buen rato. Se acercaba la hora de la comida. Daniel pensó que la Mantovani haría alguna de las suyas. “Seguro que me tiene esperando aquí una hora para que cuando llegue la hora de comer se pire y me haga volver luego. Si es que lo estoy viendo”. Se equivocaba, y no sería la última vez esa mañana. Casi nunca salen las cosas como uno se las imagina, por eso no es bueno tener mucha imaginación. Es mejor ceñirse a las circunstancias y tomar las cosas según van llegando. Si nos imaginamos las cosas y anticipamos el futuro lo más probable es que nos equivoquemos. Se equivocaba Daniel y se equivocaba la Jefa de Personal. Ella pensaba que la Mantovani la llamaba al despacho para informar, como tantas veces había hecho durante esta última semana. Por la cara que tenía al salir del despacho se veía que la cosa no había salido como ella pensaba. Estaba roja, el gesto torcido y el sudor le corría por la frente.
-         ¡No hay derecho! … Esto no me lo esperaba… ¿Cómo se puede ser tan cabrona?- dijo gritando.
-         ¿Qué te pasa?- preguntó la secretaria de la Mantovani.
-         Que me ha despedido. Dice que ya he terminado mi trabajo y que ahora no me necesita, que puede encargarse ella.
“Esta Mantovani es la ostia”, pensó Daniel.
Al sentir el alboroto acudió el resto del personal.
-¿Qué pasa?- preguntó uno.
- Que la han despedido- dijo la secretaria de la Mantovani.
Y así se iban enterando según iban llegando. Entonces se escuchó por encima de las demás la voz de José Luis López que decía:
- No se porqué preparas tanto escándalo. Hace un momento a mí me decías que no me lo tomase tan mal, que lo viese como una oportunidad. Que los momentos de crisis son aquellos que nos permiten crecer como personas y abrirnos nuevos caminos. Si como tú dices yo con sesenta años y mi experiencia no voy a tener problemas para encontrar un nuevo trabajo, tú que eres tan joven lo tendrás mejor, ¿o no?..
Algunos de los presentes aplaudieron.
-         Vete a tomar por culo- dijo la ex Jefa de Personal, mientras se marchaba.
Cada mochuelo se fue a su olivo y Daniel pasó al despacho de la Mantovani. Los muebles seguían siendo los mismos que cuando era  el despacho del Mandamás, pero esta era la única coincidencia, todo lo demás estaba cambiado. Ya no estaban ni sus cuadros, ni sus fotografías. La Mantovani en su lugar había colgado una fotografía del retablo de San Lorenzo, y otra de la catedral de Salamanca. Sobre su mesa en el único espacio que dejaban los papeles tenía una fotografía de sus hijos y su marido. Había cambiado la ubicación de la mesa y del sofá, y en el armario ahora se veían carpetas con archivos y documentos. Eso sí ella seguía igual de pija que siempre, con sus trajes, sus joyas y el perfecto peinado. Daniel la comparaba con una garza. El traje gris y la camisa blanca con el cuello alto, los tacones de medio metro que la hacía parecer aún más delgada y más alta,  y el peinado con un moño atravesado por una aguja negra, era una imitación del de  la zancuda. Daniel se esperaba cualquier cosa. Le tenía más miedo que a un nublado de tormenta y por mucho que Anselmo le hubiese dicho, que no había nada que temer, él no las tenía todas consigo. “De esta mujer se puede esperar cualquier cosa y mira si no a la Jefa de Personal, que estaba tan tranquila y se la ha quitado del medio sin compasión”.
La Mantovani estaba leyendo unos papeles que tenía sobre la mesa. Cuando lo sintió entrar, levantó la cabeza un momento, lo miró, y dijo:”Ah, eres tú”. Volvió a sus papeles y así lo tuvo durante un rato, de pie en la mitad del despacho sin decirle siquiera que tomase asiento y sin ocuparse de él. Terminó de leer el informe, lo apartó a un lado, abrió un cajón del escritorio y sacó un espejo de mano. Se puso a mirar en él y a colocarse los pelos del flequillo. Mientras, Daniel seguía esperando de pie como un pasmarote, poniéndose de mala leche y pensando que era igual que la bruja de Blancanieves mirándose al espejo y preguntándose si había alguien más guapa que ella. “Puede ser que las haya más guapas pero más brujas y gilipollas es imposible”, pensó Daniel.
Por fin la bruja se acordó de él.
-         Mira no tengo mucho tiempo así que voy a ir al grano. Ahora soy la que manda aquí y tú no me caes bien, pero como ante todo soy una buena profesional, no voy a despedirte. Si sigues trabajando como hasta ahora podrás seguir en esta empresa mucho tiempo. ¿Algo que decir?
-         Nada.
-         Por mi parte solo una cosa más. Voy a bajarte el sueldo un cinco por cien.
-         ¿Y eso por qué?
-         Porque si lo hace el Gobierno con sus empleados ¿porque no lo voy a hacer yo?
-         La Jefa de Personal me dijo que yo seguiría en las mismas condiciones.
-         La jefa de personal está despedida, y además la que manda aquí soy yo. ¿Lo tomas o lo dejas?
Daniel no estaba preparado para esto, le pasaba como a la Jefa de Personal había entrado pensando que las cosas serían de una manera y ahora se encontraba que la conversación era muy diferente a lo que se esperaba. No sabía como reaccionar ni que responder; quería volver a San Lorenzo, le gustaba el pueblo, le gustaba el trabajo, le gustaría terminarlo y sobre todo le gustaba Irene. La Mantovani pareció leerle el pensamiento.
- ¿No se qué es lo necesitas pensar tanto, si estás deseando ir para ver a tu amiguita Irene?  Creo que he sido muy generosa debería reducirte más el sueldo, por que vas a ir de todas formas ¿Me equivoco?
Esto ya es demasiado hasta para Daniel. De repente le vinieron a la memoria las palabras de Ovidio “…un hombre no puede perder la dignidad”.  Daniel se puso a gritar.
-         No tienes ningún derecho a meterte en mi vida privada. Lo que yo haga o deje de hacer fuera del trabajo a ti no te importa. Quédate con tú empresa, tú despacho, y tu responsabilidad de los …
Daniel agarró la puerta y se fue dando un portazo.
Cuando la secretaria lo vio salir pensó que a Daniel también lo habían despedido.
-         A ti también. Si decían que tú eras de los que te quedabas.
Daniel se paró delante de ella y con los brazos en jarras, dijo:
-         A mi no me echan, yo me voy porque me da la gana.
Se dirigió  a la puerta de la oficina y se marchó sin despedirse de nadie. Anselmo cuando sintió el alboroto, acudió al despacho de la Mantovani y cuando la secretaria le contó lo que había pasado salió corriendo detrás de Daniel. Daniel estaba parado en la acera, a la puerta de la oficina. Al ver llegar a Anselmo empezó a caminar en dirección contraria. Anselmo le llamó:
-         Espera un momento. ¿Qué ha pasado?
-         Déjame en paz- contestó Daniel, y se marchó.

Entre esa tarde y la mañana siguiente Anselmo llamó unas veinte veces a Daniel. El timbre de su móvil era el canto de unos pájaros. Al principio sonaban flojo pero según pasaba el tiempo sin descolgar iba aumentando el volumen. A la veintiuna cogió el teléfono con la intención de apagarlo, ya estaba harto de tanto pájaro, pero vio que la llamada no era de la Oficina. Era de su hermana.
-         Hola- dijo Daniel.
-         Jelou- dijo su hermana.
-         ¿Qué tal estáis?- preguntó Daniel.
-         Bien. Nos pasamos el día en playa. El niño se lo está pasando pipa. El primer día le daba miedo el agua, pero ahora ya no hay quien lo saque.
-         Y mamá ¿cómo está?
-         No veas como se lo está pasando. En el hotel tienen por las mañanas un monitor que les lleva a hacer gimnasia en la piscina. Van muchas señoras de su edad, y cuando terminan se van todas juntas a tomar algo por ahí. Así que casi no le vemos el pelo en toda la mañana, y después de co…
Se cortó la comunicación.  Al instante retornó el canto de los pájaros.
-         Se ha cortado- dijo Daniel. Pero al otro lado del teléfono no fue la voz de su hermana la que respondió, fue la de Anselmo.
-         ¿Porqué no coges el teléfono?-dijo su compañero y se supone que amigo.
-         Déjame en paz- dijo Daniel, con intención de colgar, pero antes de pulsar el botón de apagado se escuchó una voz que decía “no cuelgues, aguarda un momento”.
-         ¿Qué quieres?
-         Hablar.
-         Yo no quiero hablar contigo. Tengo que colgar estaba hablando con mi hermana.
-         ¿Estás bien?
-         ¿Desde cuando te importa eso a ti?
-         Te estas comportando como un crío.
-         Puede ser- dijo Daniel, cada vez más irritado.
-         Me gustaría hablar contigo.
-         ¿Qué tienes que decir?
-         Por teléfono no. ¿Podemos vernos?
Daniel se lo pensó un rato antes de contestar.
-         Estoy en casa- dijo, y colgó.
Daniel vivía en casa de su hermana. Alquiló su apartamento cuando ella se casó y se fue a vivir con su marido a un piso más grande.
Una hora más tarde sonó el timbre de casa.
-         Soy Anselmo- se escuchó por el megafonillo.
-         Sube- dijo Daniel.
Se sentaron en dos sillas uno a cada lado de la mesa de la cocina. Daniel sirvió dos cervezas. El primero en hablar fue Anselmo.
-         Maria Victoria me ha contado lo que pasó.
-         ¿Todo?- preguntó Daniel.
-         Creo que sí. Si falta algo espero que me lo cuentes tú.
-         ¿Qué te ha dicho?
-         Que te bajaba el sueldo un cinco por cien y que te has puesto como un energúmeno. Que has dado un portazo al salir y que a ella no le hace un desplante así nadie.
-         ¿No te ha dicho nada más?
-         Me ha contado algo de una tal Irene.
-         Entonces ya lo sabes todo, no hay nada más que hablar.
-         ¿Quieres dejar el trabajo?
-         No se trata de trabajo.
-         ¿De qué se trata?
-         Tú no lo entenderías.
-         Trata de explicármelo.
-         Se trata de dignidad.
-         ¿De dignidad?
-         Sí, ya te dije que no lo entenderías.
-         Lo que no entiendo es como alguien quiere perder un trabajo que le gusta y en el que está a gusto.
-         Es lo que hay.
-         ¿Que me dirías si te digo que en lugar de bajarte el sueldo te lo subimos un cinco por cien? He convencido a Maria Victoria de que tú eres el que mejor conoce la obra de San Lorenzo y que por lo tanto debería nombrarte Jefe de Proyecto, y ya sabes que eso supone un diez por cien más de sueldo, así que una reducción se compensaría con el aumento y todos salimos ganando.
Daniel se levantó, se dirigió al frigorífico y sacó dos cervezas. Era una forma de ganar tiempo para pensar en la repuesta que debía dar.  La rectificación que le ofrecía Anselmo le permitía aceptar dignamente, pues eran ellos los que cambiaban su posición inicial, por otro lado el comentario de la Mantovani sobre su relación con Irene era demasiado ofensivo como para dejarlo pasar, pero lo que más le jodía era que la bruja tenía razón, estaba deseando volver a San Lorenzo. Finalmente dijo:
-         Agradezco tu esfuerzo pero no se trata solo de dinero. Maria Victoria se ha metido en mi vida privada y a eso ella no tiene ningún derecho.
-         Entiendo que estés molesto con ella, pero ella también lo está contigo. Has salido de su despacho dando un portazo y gritándole. Si me permites te voy a dar mi opinión.
-         Adelante- dijo Daniel.
-         Tú estás enfadado con ella por meterse en tú vida privada, pero ella no te va a pedir perdón porque no lo ha hecho nunca en toda su vida, ni sabe hacerlo, ni está dispuesta a ello; y está molesta contigo porque te has ido de su despacho dando gritos y un portazo, pero tú tampoco vas a pedirle perdón, por que se te ha metido en la cabeza eso de la dignidad. Así que los dos estáis iguales. Ella ha rectificado con lo del salario, así que a ti te corresponde aceptar el trabajo.
-         Puede que tengas razón.
-         ¿Entonces que le digo?
-         Dile que voy.
Durante un rato permanecieron en silencio, bebiendo de sus cervezas. Anselmo terminó la suya.
-         ¿Quieres otra?- preguntó Daniel.
-         Sí.

Daniel se quedó en Madrid un par de días más, que aprovechó para hacer algunos trámites administrativos, comprar algunas cosas imprescindibles, como una guía de orugas de polillas, y quedar con el Che, para tomar unas cañas. Lo de las cañas se fue liando y cuando llegó a casa a las tantas, tenía un punto más que contentillo.
A la 7:00 sonó el despertador. Lo apagó. A las 7:05 volvió a sonar. Lo volvió a apagar. Siguió durmiendo. A las 7:32, se despertó. Al ver la hora comprendió que ya llegaría tarde. Se levantó y dio dos pasos en dirección al baño. Estaba tan cansado que dio marcha atrás y se sentó al borde de la cama. Adoptó la posición de la escultura del pensador de Rodén, sólo que en este caso la cabeza apoyada sobre la mano no era una muestra de concentración; era un síntoma del dolor de cabeza. Le pesaba la cabeza una tonelada, tanto, que tuvo que utilizar el otro brazo para sujetarla. Así en esa postura, con los dos brazos doblados, los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos permaneció hasta las 7:41 en que reunió las fuerzas necesarias para llegar hasta la ducha.
En la oficina tienen horario flexible. Pueden entrar al trabajo entre las 8:00 y las 9:00. Daniel Llegó a las 9:19. Nadie le dijo nada. Daniel esperaba tener un día tranquilo, pero no fue así. A los diez minutos, Anselmo le llamó. Le preguntó si había desayunado y como Daniel contesto que no, le invitó a tomar algo. Salieron a una cafetería que estaba en frente de la oficina. Anselmo le dijo que tenían mucho de que hablar, y mientras mojaba un sobao en el café con leche en taza grande, se puso a la tarea.
-         Hemos pensados que vuelvas cuanto antes a San Lorenzo.
-         Por mi bien.
-         Te van a acompañar Natalia y Carlos. Necesitamos darle un impulso a ese proyecto. Vamos un poco retrasados. Como Jefe de proyecto vas a ser tú el que manda. ¿Te hace ilusión?
-         No. Eso de “mandar” como tú dices es una cosa que a mí no me interesa.
-         Ya lo sabía. Pero lo que si te gusta es que la restauración se haga según tu criterio y a tu gusto, ¿me equivoco?
Daniel no contestó.
-         Di algo, hombre. Si no pasa nada por reconocerlo- insistió Anselmo.
-         No.
-         ¿No me equivoco, o no te gusta?
-         No te equivocas.
-         Bien. Os vais mañana.
-         Eso si que es pronto.
-         ¿Algún problema?
-         Por mi parte ninguno.