Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







martes, 4 de octubre de 2011

Las Lagrimas de San Lorenzo (Capítulo XI)


CAPITULO XI

         Con la llegada del buen tiempo salieron de sus escondites las lagartijas y los viejos de la partida cambiaron el bar por los soportales del Ayuntamiento. A ellos se juntaron algunas mujeres, casi todas viudas.  El grupo al principio se reunía tomar el sol y cuando empezó a hacer calor retrasaron la hora de reunión y se ponían a la sombra. El resto del pueblo los conocía como el Senado y eran el órgano consultivo más importante del lugar. Si se quería saber algo de lo que pasaba en San Lorenzo había que preguntárselo al Senado.
         Daniel tiene alergia al cotilleo. No le interesa conocer la vida de los demás y desprecia a aquellos que lo hacen. Mal le parece el nivel de aficionados, pero no carente de malicia, de los senadores de San Lorenzo, pero lo que ya no puede soportar es el nivel profesional de las televisiones y las revistas. Se deberían prohibir esos programas. El sabe y nosotros también que eso es imposible. Si se intentase, aparecerían al momento, los defensores de la libertad de expresión. Se eleva a categoría de interés público el que cualquier famoso se case o se separe, tenga un hijo, o tome el sol en top-less en una playa de Mallorca durante sus vacaciones. Solo engañan a quien quiere ser engañado. Es un problema de difícil solución y que por desgracia se extiende a otros ámbitos, considerados tradicionalmente como serios.
         Se observa una tendencia a convertir las tertulias políticas en un espectáculo similar al de los programas de cotilleos. Las cadenas según sus afinidades políticas seleccionan a los tertulianos que generalmente son siempre los mismos. Son opinadores profesionales. Los políticos invitados adaptarán su discurso a la orientación de la emisora. Si son de su misma cuerda serán más radicales, darán más caña al adversario y si son de la cadena rival serán más moderados. El caso es decir barbaridades y cuanto más grandes mejor porque más venden.
         El Senado de San Lorenzo tiene un filón con la Nico y sus aventuras extramatrimoniales. Para el Senado la mujer de Ovidio es un pendón, que pasa en la panadería de Justo más tiempo del que se necesita para recoger el pan.
         “Justo, el panadero, y la Nico fueron novios durante muchos años, pero de la noche a la mañana se dejaron, y cuando Justo anunció que se casaba con Julia, la hija de Agapito, ¿te acuerdas de Agapito?, si hombre el carpintero, el hermano de Saúl, el que se compró el camión y se fue a Barcelona-, pues eso, que cuando Justo dijo, que se casaba con Julia, a la Nico no le quedó más remedio que buscarse a otro si no quería quedarse para vestir santos, y se casó con Ovidio que es veinte años mayor que ella…Diecinueve. Bueno que más da diecinueve que veinte,… no me interrumpas que pierdo el hilo, y luego no se lo que me digo. El caso es que fue todo dicho y hecho, que si un día se hicieron novios al siguiente se casaron, y mira que avisamos al Ovidio, que esa es una lagarta, que esas prisas, no son normales, pero Ovidio no veía o no quería ver, ni siquiera cuando nació Cosmín que no llevaban ni ocho meses de casados, y la Nico decía que era un niño prematuro, y ¡cómo va a ser prematuro si pesó siete kilos la criatura!, el Ovidio se dio por enterado. Es una pena porque el Ovidio podrá ser lo que sea pero a bueno no lo gana nadie en este pueblo, y lo que habrá aguantado ese hombre, si hasta cuando a Cosmín le preguntaban, ¿tu a quién te pareces a papá o a mamá?, el niño contestaba, ni a papá ni a mamá que yo he salido a Justo el panadero. Es el colmo de los colmos. Ovidio y la Nico tuvieron tres hijos más y salvo la Paula, la última, todos manchados de harina, que la Paula no lo puede negar, es clavadita al Ovidio. A pesar de todo Ovidio, el buen hombre, a todos los crió por igual, y dicen por ahí que cuando nació la Paula, Ovidio le dijo a su mujer, “mira, como ves, yo soy tan hombre como cualquiera y aunque tenga veinte años mas que tú,…”,diecinueve, ¡calla coño y no me interrumpas con tonterías!,..., ¿por donde iba?,…estabas contando lo que le dijo Ovidio a la Nico cuando nació la Paula, ¡ah si!; pues eso que Ovidio le dijo a su mujer que:” aunque tenga diecinueve años más que tú y sea casi un viejo, puedo cumplir como el que más, y sino mira a la Paula que es la más lista y la más guapa de todas las niñas”, y efectivamente tenía razón Ovidio que la Paula era la más espabilada, la que antes aprendió a leer y a escribir de toda la escuela, y la que se criaba mejor y más lozana. Y una mañana, de madrugada, cuando Justo se dirigía a la panadería, Ovidio le salió al paso y con la rozadera, que siempre la llevaba cuando salía al campo con las ovejas, le amenazó, se la puso en la garganta y le dijo: “si te vuelves a acercar a mi mujer te mato”, y esto lo sabemos gracias a que Pepe el del bar venía de rondar a la Marisa, que por aquel entonces estaban de novios, y lo escuchó todo, que si no es por él no nos habíamos enterado de nada. Después de aquello la Nico dejó de frecuentar la panadería y empezó a frecuentar la iglesia, que se decía que como había pecado tanto, tenía mucho que confesar, y que el pobre Don Simón, tendría que hacer horas extras para poder salvar el alma de la Nico, ¡tan pecadora ella!. Y así estuvo la cosa durante muchos años, hasta que la mujer de Justo se hartó de él, que bastante mérito tuvo aguantando tanto tiempo, y se fue con los niños a la ciudad, y cuando Justo se quedó sólo volvió a por la Nico, que ese hombre no sabe estar sin una mujer a la que arrimarse, y otra vez empezó el calvario del pobre Ovidio, solo que ahora no está el horno para bollos, y por eso fue por lo que el invierno pasado pasó lo que pasó, que si no es porque coincidió que estaban en el pueblo el sargento Tejedor y esa guardia nueva…, si hombre, esa rubia con tan mala leche, si no es por ellos habíamos tenido una desgracia, que seguro que salíamos en la televisión. Y cuidado que no pase algo, que hay bueyes que cuando se enfadan pueden ser más bravos que los toros”.
         Relatado de esta forma por los senadores es como Daniel se enteró de los líos de San Lorenzo del Valle.
         Daniel conoció a Ovidio, el pastor, al poco tiempo de llegar al pueblo, y desde el primer momento le interesó el personaje. Ovidio es de esas criaturas de campo que conocen el campo. Parece una obviedad, pero no lo es. Hay muchos pastores que han pasado su vida en el campo y cuando hablas con ellos te das cuenta que no saben casi nada de los animales y de las plantas que le rodean.  Distinguen las cogujadas y las mirlas, el resto son pájaros y de las plantas  conocen las que son buen pasto para el ganado y para de contar. Sin embargo Ovidio es una enciclopedia andante. Conoce todos los pájaros y sus costumbres. Sabe que si te acercas al nido de la pagañera tratará de engañarte haciéndote creer que no puede volar porque tiene un ala rota, sabe que el gallo tiene su nido en el hueco seco del roble que rajó el rayo, sabe que el chiviritín tiene su nido forrado de musgo debajo del puente del Vaso, sabe que al nido de la tufonda es mejor no acercarse por lo mal que huele, sabe que el relinchón cría en el soto y que el milano este año ha cambiado la casa que tenía en el fresno que está junto a la charca de las Barderas por el chopo grande del arroyo, sabe debajo de qué teja anida el cernícalo, dónde tiene la cama la liebre, en que árbol duerme el búho, los cardos de los que se alimentan los jilgueros. Sabe como criar un pollo de perdiz, o de tórtola, como se coge un lagarto, donde se pescan los mejores cangrejos, en qué regato está el mejor regajo, sabe donde coger los berros, los cardillos y los espárragos trigueros. Conoce las plantas que machacadas y vertidas en los cahozos del río hacen subir a los peces a la superficie, las que sanan al ganado y las que lo hacen enfermar. Sabe que la ortiga mejora la circulación de la sangre, que las flores de la malva curan el resfriado y que el hinojo alivia los gases y elimina la cagalera. Sabe conjurar a las vacas para quitarle los bichos. Sabe que cuando alguien lo necesita hay que ayudarle. Sabe todo esto y muchas cosas más, pero él no le da importancia.
         Los sabios como Ovidio, que ronda los ochenta años, tienen un problema. Han vivido una época en que parecía que la naturaleza era inagotable. Se podían coger los huevos de perdiz que se quisiesen que al año siguiente habría otros tantos y aunque son conscientes de que en los últimos años, ya no hay tantos pájaros como antes, no tienen entre sus ideas, la de la conservación de la naturaleza. Si cogen un galápago en el río se lo llevarán a un vecino que se lo habrá pedido para que jueguen sus nietos durante las vacaciones, si encuentran un nido de tórtola esperarán a que los pichones sean grandes para robarlos y si la garduña entra en el gallinero y acaba con las gallinas habrá que matarla.
         Fue así como Daniel conoció a Ovidio, el pastor. Un día, al poco de haber llegado a San Lorenzo, caminaba hacia casa después del trabajo. Se encontró con Pepe el del bar, y al Vivillo hablando con un hombre que resultó ser Ovidio. Contaba con toda naturalidad como esa noche en una trampa puesta en el gallinero había caído una garduña, bueno el no la llamaba así, el decía robapollos. Describía el lance y al animal. La corbata blanca, las uñas afiladas y como dentro de la jaula enseñaba los dientes y se revolvía con la fiereza natural de un animal salvaje. Allí mismo la mató y era el justo castigo por el delito que había cometido unas noches antes cuando se coló en el Gallinero y se comió a sus gallinas. Daniel como siempre interesado por todo bicho viviente quedó en que al día siguiente pasaría a ver el cadáver de la víctima. El Vivillo también se apuntó.
         Al día siguiente Daniel no había terminado de comer cuando se presentó en su casa el Vivillo para recordarle la cita. Fueron a casa de Ovidio. La Nico como siempre, no estaba en casa, “¡la muy candonga!”, así que les recibió Ovidio. El gallinero era una pequeña construcción que estaba cerca de casa pero a las afueras del pueblo, en una cortina con árboles frutales. Al llegar se encontraron con una sorpresa. Dentro de la jaula había otra captura. La compañera de la garduña había caído durante la noche. Era un animal pequeño, afilado, de color marrón, con el pecho blanco, las orejas pequeñas, largos bigotes y hocico alargado. Lo que más destacaba era su larga cola y la fiereza de su carácter. A Daniel le dio pena y al Vivillo también. Ovidio salió en busca de algo con lo que ajusticiar al animal. Ambos abandonaron el gallinero mientras Ovidio mataba al animal.
         Desde aquel día, Daniel y Ovidio se vieron muchas veces y siempre hablaban de lo mismo: los bichos del campo. Según la época del año la conversación era así: “ya canta la perdiz”, “he encontrado en un zarzal  a una pareja de pardillos haciendo el nido”, o “en tal árbol tiene el nido el milano”. Una mañana de junio habían quedado los dos para ir a pescar cangrejos al río Ranillas. Era poco después de que Daniel hubiese descubierto a su mujer con Don Simón. Sentía lástima de Ovidio. El viejo pastor estaba serio y poco hablador. Cebaron los reteles y los tiraron al agua. Durante la mañana repitieron la operación muchas veces. Cuando tenían el caldero mediado pararon a almorzar. Ovidio inició la conversación y lo hizo con tal franqueza que dejo descolocado a Daniel.
-         Un hombre puede dejarse engañar pero nunca humillar. Si pierdes la dignidad lo has perdido todo.
Daniel no sabía que decir. Ante su silencio Ovidio continuó:
-         Cuando acepté casarme con mi mujer sabía a lo que me exponía y acepté el riesgo. Nicolasa se casó conmigo porque no pudo casarse con Justo. Yo pensaba que con el tiempo lo olvidaría, pero no ha sido así. Su infidelidad es algo con lo que he tenido que vivir desde entonces. He soportado las murmuraciones, las burlas y los chistes. Pero tienes que saber que yo siempre cumplí con mis obligaciones, mantuve a mi familia con mi trabajo y a mis hijos nunca les ha faltado de nada. Pero hay cosas que no se pueden consentir.
-         Ya -dijo Daniel.
-         ¿Tú estás enterado de lo que pasa?
Daniel pensó:” ¡madre mía! ¿Sabrá Ovidio lo de su mujer con el cura? ¿Sabrá él que yo lo sé?”.
-         Enterado ¿de qué?- contesto Daniel.
-         ¿Has visto el anuncio de la panadería?
-         No.
-         Justo se jubila el mes que viene y cierra la panadería. Anda diciendo por ahí que se va a vivir a la ciudad.
-         ¿Y?
-         Pues que el otro día me llamó el Director de la Caja y me dijo que había ido la Nicolasa con intención de sacar todo el dinero de la cuenta. Como el de la Caja le dijo que necesitaba mi autorización, la Nico le contestó que ya volvería otro día. Al preguntarle por lo que pasó en la Caja, ¿sabes lo que me dijo?
-         Yo que sé- dijo Daniel.
-         Me dijo, que estaba pensando en cambiar el dinero a un banco en que nos diesen más intereses. ¿Puedes creerlo? Mira Daniel, yo habré podido soportar que me engañase, pero por lo que no voy a pasar es que abandone a su casa y a sus hijos, por más que estos sean grandes y no nos necesiten. A mi ya me ha hecho mucho daño y lo aguanto, pero no quiero que ellos sean la comidilla del pueblo, no quiero que tengan que dar explicaciones de porqué su madre se ha ido a vivir con otro. Antes cometo una atrocidad de esas que salen en los papeles.
Daniel pensó que el pacífico sería capaz de cumplir su amenaza.

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