Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







lunes, 12 de diciembre de 2011

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo XIII)

CAPITULO XIII

San Lorenzo estaba igual que una semana antes. En el mismo sitio, con los mismos baches en la carretera, con las mismas casas destartaladas, el mismo olor a oveja, el mismo tractor aparcado a la puerta del bar, y los mismos senadores a la sombra del Ayuntamiento. ¿Pero qué cambios se pueden esperar en una semana de un lugar en el que no ha sucedido nada en los últimos treinta años? Aquí los únicos cambios son los que traen las estaciones, el frío del invierno, el calor del verano, el breve esplendor de la primavera y la calma del otoño. Daniel preguntó a Maria, la belga si en su ausencia había sucedido algo interesante, a lo que contestó que “nada de particular”. Decidió que lo mejor sería ir a probar suerte con los senadores. Si algo pasaba en el pueblo ellos se enteraban al momento. Se sentó en un banco junto a ellos. Le recibieron con comentarios socarrones, pero sin mala intención.
-         ¡Hombre!, estás de vuelta, ya pensábamos que no te volvíamos a ver el pelo.- dijo uno, que a pesar del calor que hacía llevaba puesta una chaqueta.
-         Normal, si yo tuviese su edad, aquí iba a estar- dijo el más viejo de todos. Un hombre que utilizaba un andador para ir desde su casa al banco a la sombra del Ayuntamiento.
-         ¿Dónde vas a ir tú?- dijo el primero.
-         Ahora a ningún sitió. Yo cuando salga de mi casa será para ir al camposanto, pero él es joven.
-         Tú nunca has sido joven- dijo una mujer, que empleaba un tono de voz tan alto que cada vez que decía algo se enteraba todo el barrio.
-         Lo dirás tú. Yo cuando tenía su edad recorría las fiestas de todos los pueblos. Puedes preguntárselo a cualquiera. Y una cosa te digo, para que te enteres, era el que mejor bailaba de todos. Mira si bailaba bien, que las mozas hacían cola para bailar conmigo.
-         Ya será menos- dijo la mujer gritona.
-         Lo que yo te diga.
-         Pues de joven bailarías mucho, pero lo que ha sido después nada de nada- dijo la mujer del viejo del andador. Porque desde el día en que nos casamos  no volviste a bailar conmigo.
-         A ver si os pensáis que Daniel no habrá ido a visitar a alguna amiga, de esas tan modernas y tan guapas que hay en las capitales. ¿O no?- preguntó otro senador.
Daniel no se dio por enterado.
-         A lo mejor el apaño lo tiene aquí- dijo una vieja con tono malicioso.
Como a Daniel no le gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación, preguntó por lo que le había traído hasta los bancos del Senado.
-         ¿Hay alguna novedad?, ¿ha pasado algo interesante en esta semana?
-         Nada de particular.
-         Han llegado los nietos de Asun, tu vecina- dijo la gritona
-         Pues yo no me había enterado- dijo el viejo del andador.
-         Tu no te enteras de nada- replicó su mujer.
-         A Toño, se le perdió una oveja.- dijo un hombre que hasta ahora había permanecido en silencio.
-         ¡A si!, es verdad,- dijo el de la chaqueta. Tres días la anduvo buscando y que no aparecía por ningún sitio hasta que al tercer día vio muchos buitres volando sobre el Valle Miguel y cuando llegó, se encontró con que ya casi la tenían comida.
-         Esa seguro que se quedó enganchada en un zarzal- dijo la gritona.
-         Mira que se oyen bobás- dijo el silencioso, ¿Cuando has visto tú que una oveja se pierda por eso?
-         Pues yo se lo escuché decir muchas veces a mi padre que en paz descase- replicó, la mujer, sin darse por vencida.
-         Toño dice que estaba muy malita, que casi no podía andar- dijo el de la chaqueta. Se quedaría sola y se perdió.
-          La matarían los buitres. El otro día dijeron por la televisión que en… ¿dónde dijeron?..., me parece que era por el norte,…, ya no me acuerdo,…, ¿vosotros no lo escuchasteis?..., bueno da igual donde fuese, el caso es que los bichos esos se han acostumbrado a cazar, y que ya han matado no se cuantos corderos y hasta alguna oveja. Oye, y tu que sabes tanto de esas cosas. ¿Crees que esos bichos pueden  matar una oveja?- preguntó dirigiéndose a Daniel.
-         Es cierto que se dice que hay buitres que no sólo comen carroña y que han matado algún animal doméstico. Puede que sea así, pero a mi me parece que deben ser casos aislados y un poco excepcionales. La oveja de Toño seguramente se habrá muerto, porque estaba para morirse. Estaría enferma, se quedaría sola, y se moriría. Y eso sí, los buitres la encuentran rápido.
Debió de convencer su explicación al Senado, porque ninguno dijo nada. Permaneció un rato más, en los bancos del hemiciclo, pero como las novedades que le contaban eran irrelevantes, que si fulanito hoy había ido en el coche de línea a la ciudad, que si a menganito se le había estropeado la lavadora, decidió que lo mejor que podía hacer era irse para casa. Engorró el tiempo hasta que llegó la hora de la visita a Irene. Llevaba una semana sin verla y la verdad sea dicha: se moría de ganas.
Llamó a la puerta de su casa como todos los días, pero esta vez en lugar de asomarse por la ventana y decirle que pasase, Irene le abrió la puerta directamente. Le cogió del brazo y tiró de el hacia dentro de la casa.
-         Ya pensaba que no ibas a venir. Dijo Irene- Te he echado de menos.
El corazón de Daniel se aceleró. Poca cosa basta para alimentar las ilusiones de aquellos que anhelan alcanzar su sueño. Dicen que la fe mueve montañas y es bien cierto. Es la esperanza de lograr el objetivo deseado el motor que nos mueve y como las dificultades son muchas y el resultado incierto debemos recurrir a la fe para no desfallecer. Sin la fe, sin creer en nuestras posibilidades no seríamos capaces de iniciar el camino. Daniel todavía cree que podrá conseguir el amor de Irene.
El patio de la casa de Irene es grande. En un rincón tiene una pérgola de madera cubierta de rosales con un banco a su sombra. Daniel no lo había estrenado.  Durante el invierno los encuentros tenían lugar en la cocina y con la llegada del calor se trasladaron al patio. Se sentaban en unas sillas alrededor de una mesa redonda de jardín con un agujero en el centro donde se ponía una sombrilla con la publicidad de una marca de cervezas. Pero hoy Irene invitó a Daniel a sentarse en el banco. Casi siempre el peso de la conversación lo llevaba Daniel, y no era poco esfuerzo, que se pasaba todo el día buscando algo que contar. No le hizo falta en esta ocasión porque Irene estaba muy habladora. Habló durante media hora sin parar. Daniel no la conocía en esa faceta. Habló de cómo llevaba los temas, de lo difícil que le resultaba mantener en verano la disciplina que requiere el  estudio de la oposición y de que en los próximos días vendría su familia para pasar las fiestas del pueblo. Finalizó su discurso diciendo:”el domingo me gustaría ir a la piscina de Casasola, desde que era pequeña no he vuelto”. Ya sabemos por otras veces lo que pasó y como Daniel se ofreció a acompañarla. Quedaron citados para el domingo.
Daniel estaba en la inopia. El cambio de actitud de Irene y las esperanzas depositadas en la cita del domingo ocupaban todos sus pensamientos. Estaba obsesionado. Nada conseguía distraerlo, ni siquiera sus dos nuevos compañeros. Carlos y Natalia no quisieron quedarse a vivir en San Lorenzo. Prefirieron quedarse en Castro e ir y venir todos los días al trabajo. Empleaban media hora en cada trayecto, pero según ellos San Lorenzo es muy pequeño, aburrido, no tiene tiendas, ni comercios y el único bar está lleno de viejos, que más bien parece el hogar del jubilado. Así que los nuevos fichajes le aportaron la misma compañía que la Mantovani, es decir, ninguna.
Sus nuevos compañeros son buenos trabajadores, correctos y eficientes, sin más. Tampoco es que haya que pedir otra cosa. Llegan a su hora hacen el trabajo y se van también a su hora ni un minuto antes ni un minuto después. Si están haciendo algo y les llega la hora de irse, no se quedan más tiempo para terminar, lo dejan como esté y se van, de todas formas ya se habrán organizado ellos para que eso no les suceda. Si llega Don Simón, o Porfirio el Alcalde, y les preguntan alguna cosa sobre la marcha de los trabajos, le darán las explicaciones correctamente, pero si les llega la hora, los dejan a medias, dicen que tienen que irse y se van.  A Daniel eso no le parece correcto. Comprende que nadie está obligado a trabajar más de la cuenta y más aún si no te lo van a pagar, pero es de la opinión, que antes que nada hay que cumplir con las obligaciones de cada uno, estén o no escritas en un contrato. A Daniel no le importa quedarse un poco más si hace falta. Como cuando ayuda a Don Simón a preparar algo. “Encima que le tenemos la iglesia invadida, que tiene que hacer malabares para dar la misa los domingos entre tantos trastos, como no voy a ayudarle”.
Al principio, cuando Carlos y Natalia decidieron quedarse en Castro, Daniel se llevó un chasco. El se había echo ilusiones, pensando en que tendría compañía, sobre todo teniendo en cuenta lo largas que son las tardes de verano y que Irene desde que hacía calor estudiaba hasta más tarde. En verano  dormía la siesta después de comer, y estudiaba hasta que se ponía el sol. Así que Daniel solo podía verla a partir de las diez de la noche, y poco rato. La desilusión le duró poco, porque cuando conoció mejor a sus compañeros y sus costumbres, pensó que era mejor que se quedasen en Castro.
Sánchez Rodríguez, Natalia, es una chica muy maja, pero cuando aterrizaron en San Lorenzo, hacía quince días que había vuelto de su luna de miel y como es lógico estaba deseando que llegase el viernes para irse a Madrid a pasar el fin de semana con su marido recién estrenado. Según le contó Carlos, al salir del trabajo se metía en la habitación del hotel a hablar por el móvil o sentarse delante del ordenador para chatear y ya no salía hasta la hora de la cena. 
Alcurrucén Montero, Carlos, - Daniel, no puede evitar esa manía que tiene de fijarse en los apellidos de la gente- es un fraude. Forma parte de ese grupo de tíos que se creen muy graciosos, y que sólo hacen gracia el primer día, al segundo aburren y al tercero son inaguantables. Repite los mismos chistes una y otra vez, y pretende estar de guasa todo el tiempo, sin hablar nunca en serio y tomándoselo todo a chirigota. A los pocos días Carlos provocó un incidente que a Daniel no le sentó nada bien.
Estaban trabajando los dos en el andamio, quitando la suciedad depositada sobre una de las columnas salomónicas del retablo. El trabajo era pesado y rutinario y como no se necesitaba mucha concentración, se pusieron a charlar mientras trabajaban. Carlos contaba que su especialidad era la restauración de documentos, “soy el Messi del pergamino” decía, creyéndose muy ocurrente. El caso es que se pasó una hora alardeando de sus facultades. Se fue animando él sólo cada vez más, hasta que le dio por decir que era capaz de imitar a la perfección cualquier documento. “Estoy pensando en hacerme falsificador”, dijo en tono de broma. Daniel ya empezaba a cansarse. “Si quieres te puedo hacer una demostración ahora mismo”. Como Daniel no contestaba, continuó diciendo: “Mira te voy copiar una página de ese misal”. Sobre el atril del púlpito, Don Simón tenía abierto el libro con la lectura del domingo.
Carlos se bajó del andamio, preparó su portátil y con una cámara de fotos, hizo varias fotografías del libro del cura. Se puso a trabajar en el ordenador y al poco rato le dijo a Daniel: “déjame ese libro que estas leyendo”. Se trataba de La Vida de Don Quijote y Sancho, de Don Miguel de Unamuno. La tarde anterior fue la más calurosa de lo que llevábamos de verano y Daniel pensó que estaría más fresco en el atrio, a la sombra de la iglesia que en su habitación. Estuvo leyendo casi toda la tarde y como llegó la hora de ir a ver a Irene y no quería que ella lo viese llegar con ese libro, no fuese a pensar que era un intelectual decidió dejarlo en la iglesia. Carlos abrió la obra maestra del rector de Salamanca al azar y al poco rato apareció con una hoja impresa.  Era una copia exacta del misal de Don Simón, solo que uno de los párrafos había sido sustituido por otro del libro de Unamuno. El párrafo copiado era este:
“¡Y cuán profundamente castellana fue aquella plática entre canónigo y cura! En el contacto y trato de estos espíritus alcornoqueños, lejos de gastárseles el corcho de que están recubiertos, se les acrecienta, como con el roce crece, en vez de menguar el callo. ¡Qué alegría hubieron de sentir al encontrarse tan razonables el uno para el otro! Está visto que esta casta sólo llega  a lo eterno humano, a lo divino más bien, o cuando rompe, gracias a la locura, la corteza que le aprisiona el alma, o cuando con la simplicidad lugareña le rezuma el alma de ella. No le falta inteligencia, sino le falta espíritu. Es brutalmente sensata, y el supuesto espiritualismo cristiano que dice profesar no es, en el fondo, sino el más crudo materialismo que puede concebirse. No le basta sentir a Dios, quiere que le demuestren matemáticamente su existencia, y aún más, necesita tragárselo”
-         Podíamos cambiar una página del libro, por esta. Sería una risa. Imagínate estar en misa el domingo y que leyesen esto-dijo Carlos.
-         Ni se te ocurra, yo no le veo la gracia- dijo Daniel.
Así quedó la cosa y Daniel se olvidó del asunto.



jueves, 8 de diciembre de 2011

Los aviones se preparan para emigrar

A finales del verano los aviones comunes se juntan para inicial su viaje a tierras más cálidas. En las primeras horas de la mañana se van posando en los cables de la luz, por decenas, como se puede observar en las siguientes fotografías realizadas en la calle.


FÁBULAS Y OTRAS MENTIRAS SOBRE LAS SERPIENTES

Los reptiles en general y las serpientes en particular son posiblemente, el grupo animal más odiado y perseguido. No hace falta remontarse a la serpiente bíblica incitando a Adán y Eva a comer la manzana del pecado para darse cuenta de la mala fama que arrastran.

En España son muy pocas las especies que tienen veneno, pero el desconocimiento hace que todas ellas sean perseguidas por igual. ¡Cuántas veces hemos visto como mataban a una serpiente! Toda la que se deje atrapar será víctima de palos, piedras o de las ruedas de los coches que muchos conductores maniobran para atropellarlas voluntariamente.

Las leyendas que circulan en torno a las serpientes no contribuye a mejorar su fama. Las hay de todo tipo, atribuyéndoles cualidades casi sobrenaturales. Hay quien asegura que las serpientes capturan a los pájaros hipnotizándolos. Según ellos levantan la cabeza y con la mirada hipnotizan a los pájaros que están posados en las ramas de los árboles o en los cables de la luz, haciéndolos caer.

Otra leyenda muy extendida es su supuesta afición por beber la leche directamente de las ubres de las vacas, ovejas o cabras e incluso de las mujeres; mientras la serpiente mete la cola en la boca del niño para engañarlo y que no llore. Algunos afirman haberlo visto personalmente.

Sobre el tamaño de las serpientes también se exagera mucho. Serpientes gigantes capaces de tragarse a un hombre o un ternero son fábulas fruto de la imaginación cuyo único destino es atemorizar a los niños. Recuerdo cuando de niño escuchaba como se contaban historias de serpientes gigantes cubiertas de pelo. En mi ignorancia me creía esas historias, así que la primera vez que tuve una guía de reptiles entre las manos busqué a semejantes monstruos; comprobando que la realidad es menos fantástica.



Aunque estas historias pueden tener un carácter folclórico y divertido, lo cierto es que causan un daño terrible para este grupo animal. La gente las teme y por lo tanto las odia y esa es la principal causa de su persecución y su muerte.

Hay que cambiar los hábitos de la gente y proteger a los reptiles pues son animales beneficiosos y hasta hermosos.

MORIR POR UN HUEVO DE PINGÜINO


La expedición al polo sur de Scott es un ejemplo de valor y sacrificio, que constituye una de las epopeyas más heroicas de la historia de la humanidad, aunque también lo es de mala organización. Mientras los ingleses arrastraban sus trineos o empleaban caballos y tractores ineficaces, Amundsen utilizaba tiros de perros realizando el primer viaje al polo sur de forma rápida y eficaz. En la expedición de Scott hay un episodio menos conocido. Se trata del viaje que realizaron tres de sus compañeros  (Wilson, Birdie y Cherry-Garrard) durante el invierno antártico  de 1911 para recolectar huevos de pingüino emperador: viaje que estuvo a punto de terminar en tragedia.

Partieron del cabo Evans el 1 de agosto arrastrando dos trineos cargados de material por el hielo, en la oscuridad de la noche  austral y con temperaturas inferiores a -50 ºC. Su destino era el cabo Crozier, en el mar de Ross, donde llegaron el 25 de julio.

El relato que hace del viaje Apsley Cherry-Garrard narrando los sufrimientos que padecieron describe perfectamente lo absurdo de la empresa.

Habría que repetir la experiencia para darse cuenta cabal de lo horroroso que fueron los diecinueve días que nos costó ir desde el cabo Evans hasta el cabo Crozier, y la persona que volviera a realizar el viaje sería una estúpida. Es imposible describirlo. Las semanas siguientes fueron placenteras en comparación, pero no porque las condiciones fueran mejores (fueron mucho peores), sino porque nos habíamos vuelto insensibles. Sin ir más lejos, yo había llegado a un grado de sufrimiento tal que en el fondo me daba igual morir si no sentía mucho dolor. Quienes hablan del heroísmo de los moribundos no saben lo que dicen. Sería tan fácil morir… Bastaría con una dosis de morfina, una grieta acogedora y un plácido sueño. El problema es seguir adelante…”

Consiguieron llegar a la colonia donde los emperadores incubaban sus huevos pero ahí no terminaron sus penalidades. Una tempestad terrible se llevó su tienda por los aires, sin la cual el viaje de regreso era imposible y destruyó una cabaña que habían construido con piedras y hielo. Pasaron dos días y dos noches sin ninguna protección, metidos en sus sacos, cubiertos por la nieve y sin comer. Estaban al borde de la muerte. Cantaban salmos y todas las canciones que conocían una y otra vez, sin salir del saco durante los dos días tratando de pasar el tiempo y no pensar en la muerte. Cuando por fin se calmó la tempestad la fortuna le devolvió lo que antes le había arrebatado: la tienda. Tenían una oportunidad de sobrevivir y lo consiguieron.

Fueron los primeros en observar una colonia de pingüinos incubando los huevos durante el invierno. Así lo cuenta Cherry-Garrard:

”Tras sufrir tremendas adversidades y realizar un esfuerzo ímprobo, estábamos presenciando una maravilla del mundo natural y además éramos los primeros en hacerlo. Teníamos a nuestro alcance material que podía resultar de enorme importancia para la ciencia y cada observación que hiciésemos serviría para convertir teoría en hechos”.

Para comprobar esa teoría era necesario investigar el embrión del pingüino emperador por que según creían:

“…es el ave mas primitiva que existe. El embrión muestra vestigios de desarrollo de un animal en épocas y fases antiguas, resume sus vidas anteriores. El embrión de un emperador puede servir para demostrar la existencia del eslabón perdido entre las aves y los reptiles de los que surgieron”

La búsqueda de ese eslabón perdido era el motivo por el que organizaron esa expedición de locos, en las peores condiciones que se pueden dar en la tierra. Desde el punto de vista actual puede parecer absurdo, pero es un error intentar juzgar los motivos que condujeron a esa personas a arriesgar su vida. Hay que situar a cada persona y sus acciones en su contexto histórico.

Por aquella época el paleontólogo Ernest Haeckel estudiaba las características de muchos tipos de embriones llegando la conclusión de que muchas fases del embrión de una especie “superior” se corresponden con los adultos de otras especies “inferiores”. Por ejemplo, en el desarrollo humano hay una fase con hendiduras branquiales parecidas a las de los peces. Es como si en el desarrollo del embrión de una especie estuviesen resumidas las fases de otra. Esto implicaría que para que surgiese una nueva especie “mas desarrollada” bastaría con añadir una etapa más a su desarrollo embrionario. Como esto lógicamente podía ir prolongando el desarrollo embrionario cada vez más haciéndolo mas largo otros científicos cono Edgard Drinker Cope recurrieron a la idea de la “Ley de aceleración del crecimiento”, es decir que el desarrollo de los embriones se aceleraba para acortar los tiempos y así evitar el problema que se planteaba a la teoría de Haeckel. Lo que parece una solución a la medida para que las cuentas cuadren.


Estas teorías contradicen la teoría de la evolución de Darwin, pues según Haeckel y Cope la formación de las especies se debe a las alteraciones en el desarrollo embrionario, eliminando cualquier papel que pudiese tener la selección natural, lo que en definitiva, les acercaba más a la teoría de los caracteres adquiridos de Lamarck que a la de la selección natural de Darwin.

Ahora que la teoría de la evolución parece aceptada por todo el mundo salvo por algunos integristas religiosos, puede parecer absurdo que unos hambres arriesgasen sus vidas para conseguir unos huevos de pingüino, con el fin de estudiar si sus embriones se parecen más a las aves o alos reptiles, pero seguro que en sus momento les parecía una cuestión de gran importancia.

Los tres expedicionarios solo pudieron permanecer unas horas junto a los pingüinos debido a las pésimas condiciones y estas fueron sus observaciones:

“Los agitados emperadores graznaban con sus curiosas voces metálicas haciendo una bulla tremenda. No cabía duda de que tenían huevos pues arrastraban las patas por el suelo intentando que no se les cayeran. Pero cuando se les apuraba perdían muchos de ellos y los dejaban sobre el hielo. Algunos eran recogidos rápidamente por los que no tenían…”


Consiguieron reunir cinco huevos dos de los cuales se rompieron durante el viaje de regreso y los otros se congelaron. Pero peor fue la indiferencia con que fueron recibidos al regresar a Londres. Cuando Apsley Cherry-Garrard, el único de los tres exploradores superviviente, los llevó al  Museo de Historia Natural no prestaron la menor atención a los huevos, incluso cuando fueron preguntados posteriormente por el estudio de los mismos, llegaron a afirmar que allí no estaban tales huevos y solo tras la insistencia de la hermana del fallecido Scott, reconocieron que los huevos estaban en el museo. Este fue el premio que recibieron por arriesgar su vida en una de las expediciones más extravagantes y peligrosas de la investigación polar.