Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







viernes, 10 de agosto de 2012

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo XXII y último)

CAPITULO XXII

         Ha llegado el momento de recoger los bártulos y emprender el camino de vuelta. Los nueve meses han pasado pero no volando ni en un suspiro como predecían los oráculos.
¿Para qué sirve hacer planes si la vida los desbarata al momento?, ¿para qué imaginar el futuro, si con el presente tenemos bastante ocupación? Daniel cuando estaba pensando en si aceptar el encargo de venir o no a San Lorenzo nunca se imaginó que conocería a Irene, ni a Ovidio, ni a los Belgas, ni a Don Simón, ni a Porfirio, ni al Mariscal, ni al Vivillo, ni a Marisa, ni a tantos otros. Durante los días que ha vivido en este pueblo ellos han sido los personajes de su película. Ahora que se va dejarán de serlo. ¿Durante cuánto tiempo los recordará?, ¿cuántas noches más se despertará pensando en Irene? ¿Cinco?, ¿Diez? ¿Cien? Imposible saberlo. ¿Lo que ha vivido le servirá para el futuro? Preguntas y más preguntas que no conducen a nada. Centrémonos en los hechos que son la tarea del cronista. El hecho cierto es que Daniel está contento por que vuelve a casa y triste porque deja San Lorenzo. Es normal, a estas contradicciones ya nos hemos acostumbrado. Por otra parte siente como un vacío en el estómago, como si se dejase algo por hacer, pero no sabe muy bien qué es.
Dentro de pocas horas se marchará, pero parece como si San Lorenzo se empeñe en sorprendernos hasta el final. Que equivocado estaba Daniel cuando pensaba que se aburriría en este destierro.
Estaban esperando a la puerta de la iglesia la llegada de la furgoneta para cargar las cosas. La mañana era fresca y estaba nublado. En lugar del vehículo el que se presentó fue el Mariscal. Llegó con intención de contar un sucedido que se había producido el domingo pasado en el mismo lugar en que ahora estaban. Daniel ya conocía el caso porque en estos días había sido el comentario del pueblo. Merece ser contado porque es algo gracioso y simpático, que desgracias ya hemos contado muchas.
El Mariscal es el protagonista de la anécdota y a Daniel le apetecía escuchar su versión. Aristóteles Leonardo se sentó en las escaleras de la Iglesia al lado de Daniel, dijo, “Buenos días” y se giró para saludar a los otros que allí estaban con un “buenoooo”. Comenzó su discurso sin más preámbulos.
“El domingo que es el día en que Dios descansó, después de crear el mundo, y yo descanso también, que para eso soy buen cristiano, educado en la fe católica apostólica y romana, que era la fe de mis padres que en paz descansen…, el domingo vine a la Iglesia, pero no para ir a misa, que como sabrás o no sabrás, y si no lo sabes yo te lo digo, que para eso estoy aquí, yo no entro nunca en misa, que aunque yo sea católico y creo en Dios, no entro porque como decía mi abuelo que en paz descanse, la misa y el pimiento son de poco alimento, y tampoco entro porque soy heredero del Mariscal Junot,, que era un francés del siglo de la iluminación, y aunque creyente no quiere saber nada de curas ni de iglesias, que son unos ignorantes, y yo como sabes soy un botánico, o sea un científico”.
- Al grano, Mariscal, que te vas por los cerros de Úbeda”, -interrumpió Daniel.
- Pues que sepas que en los detalles está la gracia de las cosas- dijo el Mariscal y Daniel no pudo menos que pensar que seso y raciocinio no tendrá pero de inteligencia anda sobrado. El Mariscal continuó:
“Estaba en mi casa esboldrando una parra que dicen que después de vendimiar enseguida hay que esboldrar, cuando se me vinieron a las mentes unas ideas, que yo pienso mucho, que ya desde pequeño lo hacía porque me lo decía mi padre, que tenía que pensar mucho para ser algún día tan grande como Aristóteles o Leonardo, que son los más grandes pensadores de todos los tiempos, y he pensado que como dentro de poco se va a acabar el mundo, porque los Mayas han dicho que en el 2.012 llega el fin del Mundo, pues eso que yo he pensado que había que contar lo que ha pasado en San Lorenzo este verano, que es algo muy raro y muy curiosos, que si no, para que van a venir tantas televisiones, y que sepas que unos me dijeron que iban a volver para hacerme un reportaje, para que les cuente como es que soy el legítimo y único heredero del Mariscal Junot. Me se ha ocurrido a mi solito que antiguamente cuando se cometía un crimen turbulento, los ciegos lo dibujaban en una pizarra y hacían unas coplas o unos romances o como se diga, y los cantaban por las plazas y a las puertas de las iglesias. Así que yo hice lo mismo, en un tablero que tengo en casa que utilizo para que no se me salgan los conejos pegué unas fotografías de los periódicos, que en una está la Nico, en otra Ovidio y en otra Don Simón que me ha hecho la faena, porque se ha matao y ahora he tenido que cambiar el romance, aunque no me importa porque como soy muy buen poeta lo he cambiado rápido y punto. Cuando tenía el cartel preparado y me aprendí de memoria el cuento, que yo tengo muy buena memoria, que hasta me se todas las capitales de América, y si no me lo puedes preguntar. Venga pregúntame alguna”.
-         No hace falta- dijo Daniel. Te creo.
-         Que sí hombre pregúntame.- Insistió el Mariscal.
-         ¿Cuál es la capital de… Paraguay?
-         Asunción. ¿A qué si?
-         Sí.
-         Ves como me las sé. Pregúntame otra.
-         Deja, deja que nos dan las uvas. Termina tu historia.
“ Me fui a la puerta de la iglesia, y ahí junto a la puerta, puse el cartel y al salir la gente empecé a decir el romance y la gente se paraba a escuchar, y entonces llegó el Alcalde que me tiene manía y no me puede ni ver, porque yo digo las cosas a la cara que a mi no me gusta andar por detrás, y por eso no me quiere, bueno por eso y porque me tiene envidia que yo soy Mariscal y el solo Alcalde, que en comparación eso no es na, y me dijo que quitase de allí esa basura y que dejase de hacer el tonto, y a la gente no le gustó que dijese eso, que empezaron a decir, que yo no hacía mal a nadie y que estaba muy bien la copla que me había inventado y que me dejase terminar, y entonces Porfirio dijo que no estaba bien que dijese esas cosas estando por medio Don Simón que el domingo todavía estaba vivo, y que si quería hacer el tonto que fuese a la plaza que allí no molestaría a la iglesia. Así que me tuve que ir a la plaza y allí se reunió mucha gente y cuando terminé de contar lo que había escrito con mi mente, todos me aplaudieron y yo saludé como hacen los artistas con una mano en el estómago y inclinando el cuerpo pa delante, que he visto en la televisión que lo hacen así, y como me ha quedado tan bien tengo pensado que lo voy a preparar mejor para que cuando vengan los de la televisión a hacerme el reportaje lo puedan grabar y a lo mejor lo ve alguien que entienda de arte y me llama para ir a algún teatro, que nunca se sabe donde está nuestra oportunidad y hay que probar porque si la dejas pasar, las oportunidades luego ya no vuelven”. El Mariscal se levantó de repente y dijo:
-         Como tú, ya te vas, te voy a dar una copia de lo que he escrito para que lo leas y si te encuentras con algún director de cine o un artista se la enseñes.
El Mariscal le entregó unos papeles amarillos y arrugados. Eran unas papeletas de voto de Alianza Popular. Por la parte de atrás con letra infantil estaba escrito el romance. Daniel guardó las hojas en el bolsillo del pantalón.
     Llegó la furgoneta de la empresa para recoger las cosas.
-         Perdonar que me haya retrasado, pero salí tarde y para remate me ha parado la Guardia Civil. ¿Es normal que se pongan en este pueblo a mirar a todos los coches que pasan?- dijo el conductor.
-         No lo hacen nunca- dijo José Luis López.
Daniel no participaba de la conversación. Estaba ausente, ocupado en sus pensamientos. Recordaba la frase del Mariscal “hay que aprovechar las oportunidades”.
-         ¿Tenemos tiempo de tomar un café?, no he desayunado- dijo el conductor.
-         Pues claro, hombre- dijo Natalia.
Se encaminaron los tres hacia el bar.
-         ¿Tu no vienes?- preguntaron a Daniel.
-         No. Tengo que hacer una cosa. Me llevo la furgoneta.
Subió al vehículo y lo puso en marcha. Recorrió el tramo de carretera lleno de curvas  y de baches y al llegar al cruce con la carretera general se topó con el control de la Guardia Civil. Un montón de coches con las luces encendidas estaban estacionados a ambos lados de la carretera, habían extendido sobre la calzada una cadena llena de pinchos que obligaban a pasar por un sólo carril. Los Guardias llevaban chalecos reflectantes de color verde y estaban fuertemente armados.
Daniel no sabía lo que iba a hacer. Durante el camino repetía constantemente la frase del Mariscal. Estaba guiado por un impulso, por la necesidad de llenar el vacío que sentía en el estómago desde ayer.
Un Guardia Civil de bigote le hizo gestos con la mano para que continuase. Dos coches estaban parados en el arcén, con el maletero abierto y unos guardias revisaban el interior. Tenían un perro que se subía a los coches y olfateaba el interior mientras los ocupantes esperaban fuera a que terminase la operación.
Daniel llegó a la altura del guardia de bigote que repitió el gesto con la mano para que continuase. Daniel desobedeció. Detuvo la furgoneta detrás de los otros dos coches.
-         ¿No me ha oído? Continúe usted, no se detenga por favor.- dijo el Guardia Civil
No hizo caso, paró el motor, abrió la puerta y descendió. El Guardia empezó a mosquearse.
-         ¿Le pasa algo?- preguntó.
Daniel no contestó. Buscaba a alguien. La encontró junto al primer coche, estaba revisando el contenido del maletero. Se dirigió hacia ella.
El Guardia del bigote ordenó.
-         Deténgase.
No hizo caso, continuó el camino. Por un momento recordó una situación vivida no hace mucho en la que también se dirigía al encuentro de una mujer, sólo que aquella vez sonaba un pasodoble y ahora se escuchaban los gritos de la Guardia Civil. Tuvo miedo. “Si me vuelve a pasar algo parecido no lo voy a aguantar”. Dudó durante unos instantes, no sabía si continuar o darse la vuelta. Le llegó un pensamiento estúpido. Pensó en los pies. Los sentía sobre el suelo. “La otra vez caminaba sin notar el suelo, sin saber donde ponía los pies”. Ahora los sentía perfectamente, es más el asfalto desprendía un calor agradable. Este pensamiento tan ridículo, esta diferencia con respecto a la otra vez, este sentir los pies, fue lo que le dio el ánimo para continuar.
El resto de los Guardias que estaban en el control se dieron cuenta de que algo raro pasaba. El que mandaba allí era un guardia viejo, muy alto y con una tripa considerable. Al ver a Daniel empezó a gritar.
-         ¿Qué coño pasa aquí?
Daniel siguió su camino. Llegó hasta donde estaba la Guardia Rodríguez y dijo “hola”.
-         ¿Qué haces aquí?- preguntó Rodríguez.
El Guardia de la tripa se acercaba profiriendo amenazas.
-         Cuando vayas a Madrid me gustaría verte- dijo Daniel mientras ofrecía una tarjeta con su número de teléfono a Rodríguez.
Al Sargento Tejedor que estaba observando la escena se le dibujó una sonrisa en la cara. El tío se lo estaba pasando a lo grande. Esto le proporcionaría munición para burlarse de la agente Rodríguez durante semanas, que las guardias son muy largas y hay veces que ya no se sabe de que hablar con los compañeros.
El guardia tripudo  estaba a punto de alcanzar a Daniel. Al pasar por delante del Sargento, éste le dijo:
-         Tranquilo mi teniente, es inofensivo, está todo controlado.
-         Me cago en los inofensivos y en la madre que los parió. A mi no me monta ningún gilipollas este número en medio de una operación.
Daniel insistió. Seguía con el brazo extendido ofreciendo la tarjeta.
-         ¿Me llamarás?
La Guardia Rodríguez se puso colorada y miró a los lados. Vio a sus compañeros muertos de risa. Agachó la cabeza. A ella que siempre es tan seria, tan estricta que hasta sus compañeros la temen, precisamente a ella  le está pasando esto.
El jefe de los guardias estaba a sólo dos pasos de Daniel, a punto de ponerle la mano encima.
     Daniel miró a Rodríguez y repitió la pregunta:
-         ¿Me llamarás?
Lo que sucedió a continuación pasó muy rápido.
     La guardia Rodríguez cogió la tarjeta, levanto la vista y dijo:
-         Sí.
Daniel se giró para marcharse justo cuando el gordo estaba a punto de echarse el guante. Iba a dar la orden para que lo detuviesen, pero el sargento Tejedor intervino:
-         Mi Teniente, déjelo ir, por favor. Nos ha estado ayudando. Luego le cuento.
Daniel llegó a la furgoneta. El Guardia del bigote se partía de risa.
-         Le has echado cojones chaval, eres el primero que se atreve a acercarse a la fiera de Rodríguez.
Cuando llegó a la Iglesia sus compañeros le estaban esperando.
-         ¿Dónde has estado?- preguntaron.
-         Ya os dije que me quedaba una cosa por hacer.
Daniel ya no sentía el vacío en el estómago. Cargaron las cosas y emprendieron el viaje.
Cada lugar por el que pasaban le traía un recuerdo. En las eras recordó a Toño el conejo y a su perro negro perseguido por la oveja recién parida, al pasar por la dehesa recordó a los alcaudones y los zarzales donde tenían sus nidos, al pasar por el puente del río recordó a Ovidio y cuando iban a pescar los cangrejos. Nada le recordó a Irene. Al llegar al cruce ya no estaba el control de la guardia Civil, pero si pensó en la agente Rodríguez. Entonces recordó la nota que le había dado el Mariscal. La sacó del bolsillo del pantalón y leyó. Decía así:

En el pueblo de San Lorenzo
Una noche de verano
Un hombre se ha tomado
La justicia por su mano.

Todo ha comenzado
Porque Justo el panadero
En la puerta de su casa
Este cartel ha colgado:
“Ha llegado la ocasión
Después de mucho trabajar
De coger la jubilación”

Por tres agujeros, tres,
La sangre se desparrama
Tiñe de rojo los suelos
Llega a los pies de la cama
Y lo que antes era blanco
Ahora se vuelve grana.

El crimen fue cometido
No por el legítimo esposo
Sino por otro amante cornudo
Que no era sospechoso.

Caso tan curioso
Es difícil de explicar
Que fue portada de periódicos
Y todavía da que hablar.

No se entiende como
Gente de tanta edad
Anda de cama en cama
En lugar de en su casa estar
La mujer tiene sesenta
El panadero sesenta y dos
El marido dedos de ocho manos
Cuenta y multiplica por dos.

No era ningún misterio
Que la mujer del pastor
Ha cometido adulterio
Y para su alma salvar
Recurre a Don Simón.
Tanto trabajo tiene
El bueno del confesor
Que entre pecadora y Santo
Pronto nace el amor.

Al pastor se llevan preso
En una celda han encerrado,
Pero él guarda silencio
El crimen no ha confesado.

El pastor ha recibido
Visita de D. Simón
Y el cura ha confesado,
No es secreto de confesión:
“por celos he matado
Y el pecado cometido
De Dios no tiene perdón”

Tres semanas retenido
Tuvieron al desdichado
Pasadas las tres semanas
Con un cordón se ha suicidado.

Dos hombres han muerto
Por culpa de una mujer
Y por buscar un sitio
Donde poderla meter.

Un crimen cometido
No nos hace criminales
Que nos traten con respeto
Es lo único que pido.

Sepan que en San Lorenzo,
Aquellos que nos miran mal,
que un buen retablo tenemos
y al más grande Mariscal.

FIN

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo XXI)

CAPITULO XXI

         A finales de septiembre los racimos en los majuelos están maduros y los pocos vecinos que no han dejado perder las viñas se preparan para la vendimia.
         Daniel y sus compañeros por esos días han terminado el trabajo y se afanan en recoger los trastos ellos y en hacer informes él, o sea que ahora se dedica a las tareas que antes hacía la Mantovani. “¿Me volveré como ella?, Dios no lo quiera”, pensaba Daniel. Parece improbable que Daniel llegue a ser algún día como Maria Victoria, pero… Siempre hay un pero. Cuando alguien te alaba, te felicita en el trabajo, o por algo que has hecho, ponte a temblar, porque a continuación van a llegar los peros. Pregúntenle sino a los restauradores del retablo de San Lorenzo. Hoy hace quince días que se presentó en San Lorenzo el Director de la restauración, ¿qué ya no te acuerdas?, sí hombre el gordo que vino la otra vez acompañado de aquel flacucho, pues eso, que vino para ver como estaban los trabajos. Igual que la otra vez vino a cumplir el trámite. A este tío le importa un comino el retablo, la restauración y todo lo que no se pueda comer o beber. El caso es que llegó, miró cuatro cosas, dijo a todo que sí, que todo muy bien, pero que esto era mejor que lo hubieses hecho de esta otra forma. ¿Será capullo el tío?, ¿no lo podía haber dicho antes? Entre Natalia, Daniel y José Luis López, tuvieron un intenso debate y al final le dieron la razón a José Luis, que como veterano que es ya ha pasado por otras situaciones parecidas. Según él daba igual lo que hubiesen hecho porque el Gordo siempre va a decir que la solución correcta era la contraria a la que ellos hubiesen tomado. Piensan algunos que el que manda tiene que ejercer el poder y para ello hay que mandar, aunque lo que se ordene no tenga ni pies de cabeza. Los que así piensan son gente con poca personalidad y normalmente unos incompetentes. Nuestra experiencia nos indica que los mejores jefes y los que más autoridad tienen son precisamente los que mandan poco, los que dejan hacer y tomar decisiones a sus subordinados. El “pero” del Gordo les supuso una semana de trabajo.
         El pero que estábamos tratando de explicar antes de irnos por las ramas era el que hacia referencia a si Daniel se podría parecer a la Mantovani. Pensamos que no “pero” últimamente le hemos visto alguna cosa que nos hace pensar que el muchacho está espabilando mucho. Hoy sin ir más lejos no ha ido a trabajar. A faltado, no porque esté enfermo o tenga alguna cosa urgente que hacer, no ha ido por que no le ha dado la gana. Daniel hoy se fue a vendimiar con Ovidio, simplemente por que le apetecía. Llamó a sus compañeros y les dijo que no iba, sin dar más explicaciones.
         Llegados a este punto algunos dirán que las experiencias vividas durante estos casi nueve meses en San Lorenzo del Valle han cambiado a Daniel, le han hecho madurar. Pamplinas, cursilerías, historias con final feliz para novelas rosa, pero esto no es una novela, esto es la vida. Y en la vida real nadie cambia su personalidad, su forma de ser o pensar en tan corto periodo de tiempo. Quizás sucesos traumáticos como una guerra, o la muerte de personas muy cercanas, puedan cambiar radicalmente la personalidad de quien lo sufre. Obsérvese que aquí estamos tratando de cambiar de personalidad, de cambiar como somos, no de cambiar de forma de vida que esto si que se puede hacer más fácilmente.
         El desengaño sufrido con Irene no es para tanto, y los acontecimientos del verano en San Lorenzo pueden servir para conocer mejor la naturaleza humana, sus miserias, sus debilidades y sus bondades y grandezas. Pero Daniel a asistido a esos sucesos como un espectador, de primera fila eso sí. Estas no son cosas que puedan cambiar la personalidad de alguien aunque por otro lado es evidente que Daniel ha… ¿Cómo decirlo? ¿Evolucionado? Quizás el que mejor ha sabido expresar el cambio, haya sido el Che. Pocos días después de que llegase Daniel a Madrid el Che dijo:
-Te han sentado bien los aires de ese pueblo, ¿San Miguel del Arroyo?
- San Lorenzo del Valle- corrigió Daniel.
- Bueno, que más da. El caso es que algo has espabilado.
         Las viñas en San Lorenzo son malas, pequeñas y están cerradas con varias filas de alambre de espino para evitar que entren los corzos y los ciervos a comerse los racimos y las hojas. Las raquíticas parras apenas levantan del suelo. Muchas están secas o casi, y los pocos racimos que tienen son pequeños y muchos están comidos por los pájaros. Entre unas causas y otras el resultado es que poco hay que cosechar.
         Tardaron dos horas en terminar el trabajo y otras dos en acabar con la merienda. Se bebieron cuatro botellas de vino. El vino será malo y de color dudoso pero emborracha como los vinos buenos.
         Ovidio llegó a casa contento. Acontecimiento del que no se tenía noticia desde el siglo pasado. A la Nico le sentó mal. Si fuésemos mal pensados, pensaríamos que la Nico lleva toda la vida intentando amargar la existencia a Ovidio y que este llegue contento es un fracaso y una afrenta para ella.
-         ¿Porqué has tardado tanto?- preguntó la Nico.
-         ¿Desde cuando te importa que tarde en venir?- preguntó Ovidio.
-         ¿Has bebido?- cambio de tercio la Nico.
-         Si, ¿Y?
-         No me gusta que bebas.
-         Ni a mi me gustan muchas cosas de la que haces.
-         No me hables así.
-         ¿Por qué?
-         No me gusta.
-         Hoy estoy descubriendo que hay muchas cosas que no te gustan. Pues vete haciendo a la idea de que esta casa vivimos los dos, y no solo cuenta lo que a ti te guste o te deje de gustar. Van a cambiar muchas cosas a partir de ahora.
La Nico se quedó muda. En los más de treinta años que llevan casados Ovidio nunca le ha hablado así.
         Puede ser que en el caso de Ovidio lo vivido sí sea tan traumático como para cambiar su forma de ser. Nos queda poco tiempo de estancia en San Lorenzo y no vamos a poder comprobarlo.
         El día que retiraron los andamios de la iglesia todo el pueblo estaba reunido para ver el resultado de los trabajos. Estaban Porfirio el Alcalde, su mujer Olivia y sus dos hijas, junto con toda la familia, estaban los belgas y sus vecinos, la pareja de jubilados, estaba el Senado al completo, hasta Pepe el del bar cerró un rato para ir con su mujer y su hijo. También estaban Ovidio y la Nico, era la primera vez que se les veía juntos desde lo sucedido en agosto. Sólo faltaban Toño, el conejo que por principios nunca entra en la iglesia y Don Simón por razones evidentes.
         El dictamen del jurado fue favorable. Toda la vida han conocido el retablo sucio, oculto por el humo de varias generaciones de velas, atacado por más especies de insectos de los que Daniel reunirá nunca en su colección entomológica y en definitiva mal cuidado y mal tratado. No es un retablo valioso desde el punto de vista artístico, pero para los habitantes de San Lorenzo es su bien más preciado, aquello que cuando viene algún forastero se le muestra con orgullo. Don Simón siempre estaba dispuesto a dejar las llaves de la iglesia para que la gente pudiese verlo.
         Ahora se veía espléndido, luminoso, casi opulento, pues las capas de pan de oro que habían aplicado en columnas y capiteles lo hacían brillar a la luz del mediodía que se colaba por las ventanas de la iglesia. San Lorenzo entre el fuego había recuperado su color. Las llamas con sus colores amarillos, naranjas y rojos parecían tan reales que a los presentes recordó a aquellas que hace unos días arrasaron el monte. La cara del Santo era la viva representación del sufrimiento, miraba al cielo implorando una intervención divina, pues de la clemencia de los hombres nada se podía esperar.
         Daniel aprovechó este momento de éxtasis de los presentes para subir al campanario a echar un último vistazo. Los árboles de la orilla del río Ranillas  amarilleaban, los frutales de los huertos tenían las hojas rojizas, ocres y amarillas. La zona de las viñas que durante el verano había conservado el color verde ahora se unía al bando de los ocres y dorados. No quiso mirar hacia la parte del monte quemado. El nido de cigüeña, el del fresno que está a los pies de la iglesia hace tiempo que ha sido abandonado. Ahora le ha llegado el turno de emigra a Daniel.
         El día antes del regreso fue a despedirse de Ovidio. La Nico cacharreaba en la cocina. “¿Cómo es posible que esta mujer haya sido la causa de un crimen pasional?”, Daniel por más que lo piensa no consigue entenderlo.
-         Buenas tardes.
-         ¿Está Ovidio?
-         Ovidio, está aquí el del retablo. Gritó la Nico.
-         Dile que venga.- Se escuchó la voz de Ovidio, procedente del corral.
Daniel encontró al viejo en el corral, sentado igual que la vez que el Sargento Tejedor vino a detenerlo. “Este hombre debe hacer la vida aquí”. Ovidio estaba ocupado en cambiar el mango a una destrala.
-         Mañana me voy- dijo Daniel.
-         Todo llega.
-         Supongo.
Ovidio aparcó la tarea que lo ocupaba y subió por una escalera de madera a un altillo que hay sobre las cuadras. Bajó la trampa con la que había capturado a las garduñas. La colocó en el suelo en medio del corral y buscó un mazo. Un golpe fue suficiente para destrozar la trampa.
-         A ti nunca te gustó que matase a las garduñas ¿verdad?
-         Sabes que no. ¿Por qué haces esto?
-         Soy un viejo ignorante, pero nunca es tarde para aprender. He aprendido a los ochenta años algo que tú ya sabes, no se si por esos libros de bichos que lees, o por lo que sea, el caso es que has comprendido antes que yo que la naturaleza de la garduña es matar a las gallinas, las perdices o lo que pueda. Cuando ponía la trampa para cazarlas me impulsaba la venganza. No era tanto evitar que puedan volver a matar una gallina como el cazarla como castigo por lo que había hecho. Lo que he aprendido es que con la venganza no se consigue nada bueno.
A Daniel el viejo no deja de sorprenderle.
Se despidieron pero no fue la última vez que se vieron. Daniel volvería esa misma noche.
Daniel salio de la casa de Ovidio para ir a la suya, con intención de hacer las maletas. En la puerta de la casa de los belgas estaba el coche de la Guardia Civil, con la guardia Rodríguez dentro. Daniel se llevó una sorpresa y una alegría. Rodríguez traía cara de circunstancias.
-         El Sargento te espera dentro.
Efectivamente, el sargento estaba hablando con los belgas. Todos tenían una expresión de preocupación. Daniel empezó a asustarse.
-         ¿Pasa algo?- dijo Daniel.
El Sargento, al oír su voz se giró y dijo.
-         ¿Podemos hablar?
Daniel dijo que sí con un movimiento de cabeza. Salieron al patio.
-         Tengo que pedirte un favor- dijo el Sargento.
-         ¿Otro?- contesto Daniel.
-         Pues sí, otro. No te lo pediría si no creyese que es necesario.
-         ¿De que se trata?
-         Don Simón ha muerto. Se ha suicidado. Se ha colgado en su celda.
Daniel buscó una silla para sentarse. Estuvo un rato en silencio. Por fin preguntó.
-         ¿Cómo es posible? ¿Acaso no toman en la cárcel medidas para evitar que esas cosas sucedan? ¿No comparten celda con otro preso que pueda avisar si intentan suicidarse?
-         Tienes razón. Existen esas medidas que tú dices. Pero en la prisión pensaron que como era un cura, no existía ese peligro.
-         Joder, con los que piensan. Tampoco pensaron que un cura pudiese matar y lo hizo. Más les vale que se dediquen a otra cosa.
-         Sigues teniendo razón. Yo mismo soy el primer responsable porque detuve a un hombre inocente, y nunca pensé que Don Simón fuese el asesino.
Daniel reconoció la sinceridad del Sargento. “Este hombre también debe estar pasando lo suyo”, pensó Daniel. Le caía bien el Sargento.
-         ¿Por qué me lo cuentas a mí?
-         Ya sabes como es éste pueblo. Las noticias vuelan.- Dentro de poco será el comentario de todo el mundo. Le debo una a Ovidio. Me gustaría que se enterase antes que empiecen las murmuraciones y los comentarios. Estoy aquí para pedirte que vayas tú a decírselo.
-         Acabo de venir de su casa.
-         Ya lo se.
-         ¿Porqué siempre me pides a mi estas cosas?- dijo Daniel, y añadió. Mejor no me contestes.

Desanduvo el camino que hay hasta la casa de Ovidio. La puerta estaba abierta. Metió la cabeza y llamó, “Ovidio”. Respondió la Nico. “Se termina de ir. Esta en la cortina. Ha ido a echarle de comer a las gallinas”. Daniel se dirigió a la cortina. Por el camino Daniel iba pensando en como darle la noticia.  No se le ocurría nada.
Llegó a la cortina. Ovidio estaba dentro del gallinero.
-         He vuelto- dijo Daniel.
-         Ya veo.
-         Don Simón se ha suicidado.
El Viejo ni se inmutó, parecía como si no le pillase de sorpresa, como si se lo esperase. Continuó con la tarea que estaba haciendo. Al rato dijo:
-         Gracias por venir a decírmelo.
-         ¿Necesitas algo?
-         No gracias.
-         Entonces me voy.
-         Adiós.
Fue la última vez que se vieron.