Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







viernes, 10 de agosto de 2012

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo XXI)

CAPITULO XXI

         A finales de septiembre los racimos en los majuelos están maduros y los pocos vecinos que no han dejado perder las viñas se preparan para la vendimia.
         Daniel y sus compañeros por esos días han terminado el trabajo y se afanan en recoger los trastos ellos y en hacer informes él, o sea que ahora se dedica a las tareas que antes hacía la Mantovani. “¿Me volveré como ella?, Dios no lo quiera”, pensaba Daniel. Parece improbable que Daniel llegue a ser algún día como Maria Victoria, pero… Siempre hay un pero. Cuando alguien te alaba, te felicita en el trabajo, o por algo que has hecho, ponte a temblar, porque a continuación van a llegar los peros. Pregúntenle sino a los restauradores del retablo de San Lorenzo. Hoy hace quince días que se presentó en San Lorenzo el Director de la restauración, ¿qué ya no te acuerdas?, sí hombre el gordo que vino la otra vez acompañado de aquel flacucho, pues eso, que vino para ver como estaban los trabajos. Igual que la otra vez vino a cumplir el trámite. A este tío le importa un comino el retablo, la restauración y todo lo que no se pueda comer o beber. El caso es que llegó, miró cuatro cosas, dijo a todo que sí, que todo muy bien, pero que esto era mejor que lo hubieses hecho de esta otra forma. ¿Será capullo el tío?, ¿no lo podía haber dicho antes? Entre Natalia, Daniel y José Luis López, tuvieron un intenso debate y al final le dieron la razón a José Luis, que como veterano que es ya ha pasado por otras situaciones parecidas. Según él daba igual lo que hubiesen hecho porque el Gordo siempre va a decir que la solución correcta era la contraria a la que ellos hubiesen tomado. Piensan algunos que el que manda tiene que ejercer el poder y para ello hay que mandar, aunque lo que se ordene no tenga ni pies de cabeza. Los que así piensan son gente con poca personalidad y normalmente unos incompetentes. Nuestra experiencia nos indica que los mejores jefes y los que más autoridad tienen son precisamente los que mandan poco, los que dejan hacer y tomar decisiones a sus subordinados. El “pero” del Gordo les supuso una semana de trabajo.
         El pero que estábamos tratando de explicar antes de irnos por las ramas era el que hacia referencia a si Daniel se podría parecer a la Mantovani. Pensamos que no “pero” últimamente le hemos visto alguna cosa que nos hace pensar que el muchacho está espabilando mucho. Hoy sin ir más lejos no ha ido a trabajar. A faltado, no porque esté enfermo o tenga alguna cosa urgente que hacer, no ha ido por que no le ha dado la gana. Daniel hoy se fue a vendimiar con Ovidio, simplemente por que le apetecía. Llamó a sus compañeros y les dijo que no iba, sin dar más explicaciones.
         Llegados a este punto algunos dirán que las experiencias vividas durante estos casi nueve meses en San Lorenzo del Valle han cambiado a Daniel, le han hecho madurar. Pamplinas, cursilerías, historias con final feliz para novelas rosa, pero esto no es una novela, esto es la vida. Y en la vida real nadie cambia su personalidad, su forma de ser o pensar en tan corto periodo de tiempo. Quizás sucesos traumáticos como una guerra, o la muerte de personas muy cercanas, puedan cambiar radicalmente la personalidad de quien lo sufre. Obsérvese que aquí estamos tratando de cambiar de personalidad, de cambiar como somos, no de cambiar de forma de vida que esto si que se puede hacer más fácilmente.
         El desengaño sufrido con Irene no es para tanto, y los acontecimientos del verano en San Lorenzo pueden servir para conocer mejor la naturaleza humana, sus miserias, sus debilidades y sus bondades y grandezas. Pero Daniel a asistido a esos sucesos como un espectador, de primera fila eso sí. Estas no son cosas que puedan cambiar la personalidad de alguien aunque por otro lado es evidente que Daniel ha… ¿Cómo decirlo? ¿Evolucionado? Quizás el que mejor ha sabido expresar el cambio, haya sido el Che. Pocos días después de que llegase Daniel a Madrid el Che dijo:
-Te han sentado bien los aires de ese pueblo, ¿San Miguel del Arroyo?
- San Lorenzo del Valle- corrigió Daniel.
- Bueno, que más da. El caso es que algo has espabilado.
         Las viñas en San Lorenzo son malas, pequeñas y están cerradas con varias filas de alambre de espino para evitar que entren los corzos y los ciervos a comerse los racimos y las hojas. Las raquíticas parras apenas levantan del suelo. Muchas están secas o casi, y los pocos racimos que tienen son pequeños y muchos están comidos por los pájaros. Entre unas causas y otras el resultado es que poco hay que cosechar.
         Tardaron dos horas en terminar el trabajo y otras dos en acabar con la merienda. Se bebieron cuatro botellas de vino. El vino será malo y de color dudoso pero emborracha como los vinos buenos.
         Ovidio llegó a casa contento. Acontecimiento del que no se tenía noticia desde el siglo pasado. A la Nico le sentó mal. Si fuésemos mal pensados, pensaríamos que la Nico lleva toda la vida intentando amargar la existencia a Ovidio y que este llegue contento es un fracaso y una afrenta para ella.
-         ¿Porqué has tardado tanto?- preguntó la Nico.
-         ¿Desde cuando te importa que tarde en venir?- preguntó Ovidio.
-         ¿Has bebido?- cambio de tercio la Nico.
-         Si, ¿Y?
-         No me gusta que bebas.
-         Ni a mi me gustan muchas cosas de la que haces.
-         No me hables así.
-         ¿Por qué?
-         No me gusta.
-         Hoy estoy descubriendo que hay muchas cosas que no te gustan. Pues vete haciendo a la idea de que esta casa vivimos los dos, y no solo cuenta lo que a ti te guste o te deje de gustar. Van a cambiar muchas cosas a partir de ahora.
La Nico se quedó muda. En los más de treinta años que llevan casados Ovidio nunca le ha hablado así.
         Puede ser que en el caso de Ovidio lo vivido sí sea tan traumático como para cambiar su forma de ser. Nos queda poco tiempo de estancia en San Lorenzo y no vamos a poder comprobarlo.
         El día que retiraron los andamios de la iglesia todo el pueblo estaba reunido para ver el resultado de los trabajos. Estaban Porfirio el Alcalde, su mujer Olivia y sus dos hijas, junto con toda la familia, estaban los belgas y sus vecinos, la pareja de jubilados, estaba el Senado al completo, hasta Pepe el del bar cerró un rato para ir con su mujer y su hijo. También estaban Ovidio y la Nico, era la primera vez que se les veía juntos desde lo sucedido en agosto. Sólo faltaban Toño, el conejo que por principios nunca entra en la iglesia y Don Simón por razones evidentes.
         El dictamen del jurado fue favorable. Toda la vida han conocido el retablo sucio, oculto por el humo de varias generaciones de velas, atacado por más especies de insectos de los que Daniel reunirá nunca en su colección entomológica y en definitiva mal cuidado y mal tratado. No es un retablo valioso desde el punto de vista artístico, pero para los habitantes de San Lorenzo es su bien más preciado, aquello que cuando viene algún forastero se le muestra con orgullo. Don Simón siempre estaba dispuesto a dejar las llaves de la iglesia para que la gente pudiese verlo.
         Ahora se veía espléndido, luminoso, casi opulento, pues las capas de pan de oro que habían aplicado en columnas y capiteles lo hacían brillar a la luz del mediodía que se colaba por las ventanas de la iglesia. San Lorenzo entre el fuego había recuperado su color. Las llamas con sus colores amarillos, naranjas y rojos parecían tan reales que a los presentes recordó a aquellas que hace unos días arrasaron el monte. La cara del Santo era la viva representación del sufrimiento, miraba al cielo implorando una intervención divina, pues de la clemencia de los hombres nada se podía esperar.
         Daniel aprovechó este momento de éxtasis de los presentes para subir al campanario a echar un último vistazo. Los árboles de la orilla del río Ranillas  amarilleaban, los frutales de los huertos tenían las hojas rojizas, ocres y amarillas. La zona de las viñas que durante el verano había conservado el color verde ahora se unía al bando de los ocres y dorados. No quiso mirar hacia la parte del monte quemado. El nido de cigüeña, el del fresno que está a los pies de la iglesia hace tiempo que ha sido abandonado. Ahora le ha llegado el turno de emigra a Daniel.
         El día antes del regreso fue a despedirse de Ovidio. La Nico cacharreaba en la cocina. “¿Cómo es posible que esta mujer haya sido la causa de un crimen pasional?”, Daniel por más que lo piensa no consigue entenderlo.
-         Buenas tardes.
-         ¿Está Ovidio?
-         Ovidio, está aquí el del retablo. Gritó la Nico.
-         Dile que venga.- Se escuchó la voz de Ovidio, procedente del corral.
Daniel encontró al viejo en el corral, sentado igual que la vez que el Sargento Tejedor vino a detenerlo. “Este hombre debe hacer la vida aquí”. Ovidio estaba ocupado en cambiar el mango a una destrala.
-         Mañana me voy- dijo Daniel.
-         Todo llega.
-         Supongo.
Ovidio aparcó la tarea que lo ocupaba y subió por una escalera de madera a un altillo que hay sobre las cuadras. Bajó la trampa con la que había capturado a las garduñas. La colocó en el suelo en medio del corral y buscó un mazo. Un golpe fue suficiente para destrozar la trampa.
-         A ti nunca te gustó que matase a las garduñas ¿verdad?
-         Sabes que no. ¿Por qué haces esto?
-         Soy un viejo ignorante, pero nunca es tarde para aprender. He aprendido a los ochenta años algo que tú ya sabes, no se si por esos libros de bichos que lees, o por lo que sea, el caso es que has comprendido antes que yo que la naturaleza de la garduña es matar a las gallinas, las perdices o lo que pueda. Cuando ponía la trampa para cazarlas me impulsaba la venganza. No era tanto evitar que puedan volver a matar una gallina como el cazarla como castigo por lo que había hecho. Lo que he aprendido es que con la venganza no se consigue nada bueno.
A Daniel el viejo no deja de sorprenderle.
Se despidieron pero no fue la última vez que se vieron. Daniel volvería esa misma noche.
Daniel salio de la casa de Ovidio para ir a la suya, con intención de hacer las maletas. En la puerta de la casa de los belgas estaba el coche de la Guardia Civil, con la guardia Rodríguez dentro. Daniel se llevó una sorpresa y una alegría. Rodríguez traía cara de circunstancias.
-         El Sargento te espera dentro.
Efectivamente, el sargento estaba hablando con los belgas. Todos tenían una expresión de preocupación. Daniel empezó a asustarse.
-         ¿Pasa algo?- dijo Daniel.
El Sargento, al oír su voz se giró y dijo.
-         ¿Podemos hablar?
Daniel dijo que sí con un movimiento de cabeza. Salieron al patio.
-         Tengo que pedirte un favor- dijo el Sargento.
-         ¿Otro?- contesto Daniel.
-         Pues sí, otro. No te lo pediría si no creyese que es necesario.
-         ¿De que se trata?
-         Don Simón ha muerto. Se ha suicidado. Se ha colgado en su celda.
Daniel buscó una silla para sentarse. Estuvo un rato en silencio. Por fin preguntó.
-         ¿Cómo es posible? ¿Acaso no toman en la cárcel medidas para evitar que esas cosas sucedan? ¿No comparten celda con otro preso que pueda avisar si intentan suicidarse?
-         Tienes razón. Existen esas medidas que tú dices. Pero en la prisión pensaron que como era un cura, no existía ese peligro.
-         Joder, con los que piensan. Tampoco pensaron que un cura pudiese matar y lo hizo. Más les vale que se dediquen a otra cosa.
-         Sigues teniendo razón. Yo mismo soy el primer responsable porque detuve a un hombre inocente, y nunca pensé que Don Simón fuese el asesino.
Daniel reconoció la sinceridad del Sargento. “Este hombre también debe estar pasando lo suyo”, pensó Daniel. Le caía bien el Sargento.
-         ¿Por qué me lo cuentas a mí?
-         Ya sabes como es éste pueblo. Las noticias vuelan.- Dentro de poco será el comentario de todo el mundo. Le debo una a Ovidio. Me gustaría que se enterase antes que empiecen las murmuraciones y los comentarios. Estoy aquí para pedirte que vayas tú a decírselo.
-         Acabo de venir de su casa.
-         Ya lo se.
-         ¿Porqué siempre me pides a mi estas cosas?- dijo Daniel, y añadió. Mejor no me contestes.

Desanduvo el camino que hay hasta la casa de Ovidio. La puerta estaba abierta. Metió la cabeza y llamó, “Ovidio”. Respondió la Nico. “Se termina de ir. Esta en la cortina. Ha ido a echarle de comer a las gallinas”. Daniel se dirigió a la cortina. Por el camino Daniel iba pensando en como darle la noticia.  No se le ocurría nada.
Llegó a la cortina. Ovidio estaba dentro del gallinero.
-         He vuelto- dijo Daniel.
-         Ya veo.
-         Don Simón se ha suicidado.
El Viejo ni se inmutó, parecía como si no le pillase de sorpresa, como si se lo esperase. Continuó con la tarea que estaba haciendo. Al rato dijo:
-         Gracias por venir a decírmelo.
-         ¿Necesitas algo?
-         No gracias.
-         Entonces me voy.
-         Adiós.
Fue la última vez que se vieron.

 





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