Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







martes, 21 de junio de 2011

Las Lagrimas de San Lorenzo (CAPITULO VI)

CAPITULO VI

Llegó el miércoles, víspera del jueves santo y el día del cumpleaños del belga. Fecha señalada en el calendario por Daniel como aquella en la que conocería a su vecina Irene y comenzarían las vacaciones de Semana Santa.  Al cumpleaños del belga estaban invitados Irene y Daniel, Marisa la del bar con su hijo el Vivillo, Pepe se quedó atendiendo el bar, la Mantovani con sus dos hijos que estaban de vacaciones y Don Simón, el cura, aunque éste por lo que se decía en el pueblo se invitaba él solo. En la fiesta había otras tres personas que Daniel no conocía: un matrimonio de jubilados vecinos de los belgas, que durante el invierno vivían en la ciudad y al llegar el buen tiempo volvían al pueblo y que respondían a los nombres de Asun y Julián y un amigo de los belgas, propietario de galerías de arte que estaba de visita para ver los trabajos de Maria, con el fin de organizar una exposición. Era un personaje muy interesante que desde el primer momento atrajo la atención de todo el mundo.
En un español macarrónico explicó que es irlandés pero que vive en Berlín. Vestía como un dandi, con un traje oscuro de rayas, una camisa fucsia y corbata amarilla. Levaba un pañuelo en el bolsillo de la americana con las puntas hacia fuera y  gastaba unas gafas de pasta a juego con la corbata. Esta orgía de color destacaba aún más, porque el irlandés medía casi dos metros y era como dos armarios roperos juntos. Su cabeza, proporcional a su inmenso cuerpo era digna del mejor artista, “debería exponer su retrato en la galería de arte” pensó Daniel. “¿A qué estilo pertenece esa cabezota?, desde luego no es arte clásico, ni gótico, quizás barroco, tampoco cubista…, es arte abstracto.” La cabeza redonda con el pelo rapado, las gafas amarillas sobre una nariz aguileña torcida hacia la derecha y un fino bigote horizontal, subrayando la nariz, como una línea que separase la cara en dos partes, al norte la nariz y los ojos, al sur la boca y la barbilla. Todo en él era inmenso, a lo grande. Normal que hubiese abandonado su isla porque en ella no cabía.
Cuando Daniel llegó a la fiesta ya estaban todos los invitados, salvo Irene. Los tres niños como hacía buena tarde jugaban en el patio y solo entraban en la casa en busca del avituallamiento. Los belgas atendían a Don Simón y a su estómago permanentemente insatisfecho. El resto del personal se agrupaba alrededor del irlandés. La Mantovani parecía especialmente interesada. Estaba en su salsa, pues lo consideraba como un igual, alguien de su misma clase y condición, por supuesto superior a Marisa la pueblerina y a los dos jubilados, que seguro que no han pisado en toda su vida una exposición de arte de vanguardia y que nunca podrían codearse con gente como ella, tan in, tan cosmopolita. A su altura solo estaban los belgas y Peter que así es como se llamaba el irlandés.
Cuando llegó su turno, Daniel se acercó al gigante y se presentó. Una manaza abarcó la suya, la rodeó y se perdió en aquella inmensidad, como una liebre en la estepa rusa. De cerca observó que la nariz no solo estaba desplazada a un lado sino que la punta se volvía hacia el otro, trazando una ese. Daniel no pudo menos que fijarse en semejante singularidad. El irlandés se dio cuenta y Daniel pensó: “¡ya la he cagao!, mal empezamos”. Pero todo lo contrario, Peter, emitió una risotada estruendosa que izo temblar los vasos de la mesa, palmoteó con la mano que le dejaba libre el vaso de whisky escocés, nunca inglés como después aclararía, la espalda de Daniel y dijo:
-         Mi nariz ser un poco… ¿cómo decir en español?... ¿sintitular?...
-         Singular, dijo Daniel.
-         Yes, all right. Singular.
La Mantovani, mientras, permanecía al lado del guiri con esa cara de estreñida que tiene, como diciendo: “ya está este paleto dejándome en evidencia”.
El gigante continuó:
-         Yo jugador de rugby en mi país. Muy bueno. Yo jugar en selección de Irlanda. En un partido con Francia, haber una melé. Nosotros ganar de dos puntos y faltar cinco minutos para final del match. Equipo de Francia muy bueno y muy muy duro. En melé empujar mucho, nosotros aguantar. Melé hundir y defensa francés caer sobre mi nariz. Ciento treinta kilos de francés sobre mi pobre nariz. Nosotros ganar match y campeonato. Desde entonces yo tener nariz así. Yo no querer… ¿Cómo se dice?...
-         Arreglar, dijo la Mantovani.
-         Operar, dijo el irlandés. A mi gustar nariz así, yo remember victoria sobre equipo francés.
A la Mantovani se le caía la baba, estaba en éxtasis. “Si hubiese sido una de esas mujeres, de las corridas para mujeres, que en otro tiempo organizaban algunos toreros, seguro que habría lanzado sus bragas al ruedo, aunque bien pensado, no descarto, que de aquí a esta noche no lo haga”. En estos pensamientos estaba Daniel cuando llegó Irene, la esperada. Lo primero que hizo fue felicitar el cumpleaños al belga y entregarle un regalo. “¡Joder, el regalo!, estoy tonto. Me invitan a un cumpleaños y se me olvida traer un regalo”. Daniel se puso a pensar en como solucionar su metedura de pata.
Irene saludaba uno por uno a los invitados, por lo visto los conocía a todos, y lo hacía con una naturalidad y una elegancia pasmosa, digna de una embajadora en acto diplomático. Tenía una frase y un gesto para cada uno, hasta para los niños que capitaneados por el Vivillo no paraban de entrar y salir. Dejó para el final al grupo de Daniel, la Mantovani y el irlandés.  Irene y la bruja se saludaron con dos besos en la mejilla.
-         Hola cariño. Perdona que esta semana no te haya visitado, pero es que con los niños no tengo tiempo de nada. Ya sabes, los deberes de madre- dijo la Mantovani.
-         Mujer, no te preocupes- dijo Irene.
“O sea, que ya se conocían”,pensó Daniel. “Yo llevo casi tres meses en el destierro, y no la conocía y la Mantovani la trata como si fuesen amigas de toda la vida. Tengo que ponerme las pilas, o me espabilo o no me como nada”.
     La Mantovani procedió con las presentaciones. 
-         Irene, te presento a Peter. Es un galerista amigo de Alcocer.
-         Encantada- dijo Irene.
-         El placer ser mío. Siempre yo decir que mujeres españolas ser las más bonitas.
“A esto se llama: tener labia. Fíjate en el giri, ya anda piropeando al personal”, pensó Daniel.
-         Muchas gracias- respondió Irene- ¿Siempre es usted tan galante?
-         Solo cuando ocasión merece.
“Bueno y qué pasa conmigo. Es que la Mantovani no me va ha presentar, yo también soy una criatura de Dios, no soy un simple escarabajo, o un miserable renacuajo”. Daniel miró a la Mantovani que tenía cara de pocos amigos. Se veía a la legua que no le había gustado que Irene le robase protagonismo a ella, a la reina. Por fin se dio cuenta de la mirada de Daniel y aprovechó la ocasión para interrumpir el diálogo entre el gigante y la Venus.
-         Irene, este es David, mi ayudante.
Llegado a este punto el odio de Daniel hacia la Mantovani, llegó a su punto culminante.” Esto no lo aguanto ni yo, que tengo más paciencia que un santo. Voy a tener que llamar al Che, seguro que él tiene amigos que pueden hacer que parezca un accidente, un andamio mal puesto, la peana de San Lorenzo que se cae y la espachurra, algo hay que hacer. Lo del nombre mal pero que diga que soy su ayudante, no se lo perdono. ¡Ayudante será su puta madre!”.
-         Daniel, me llamo Daniel.
-         Ya nos conocemos- dijo Irene-, nos vimos el otro día.
“O sea, que se acuerda”, pensó Daniel. En esto llegó la belga con una bandeja de aperitivos. Eran dátiles rellenos de queso fresco y nueces. A continuación se sentaron todos en torno a la mesa con las viandas, la Mantovani junto a Peter y Daniel con Irene. El peso de la conversación la llevaba el irlandés. En su macarrónico español explicó como fundó su galería de arte en Berlín, sus viajes por todo el mundo y que al día siguiente salía de viaje, con destino a Viena para organizar una exposición. Entonces intervinieron Asun y Julián. Después de acudir a los insufribles tópicos de las casualidades y eso de que “el mundo es un pañuelo”, que Daniel pensó que “no venían a cuento”, contaron que justo antes de venir a San Lorenzo habían estado de viaje con otros matrimonios de jubilados en Viena, que les había encantado, todo precioso, muy cuidado, muy limpio, muchos jardines, pero que muy caro, y que les gustó mas Praga aunque estaba llena de españoles. “¡Toma Mantovani!, para que otra vez digas que son unos paletos”; pensó Daniel. Abunda ahora un género de jubilados modernos, y activos, que se conservan bien, con ganas de hacer aquello que durante los años de trabajo y el cuidado de los hijos no han podido hacer. Y otra cosa, ¿porqué a los españoles cuando salimos fuera nos llama tanto la atención que las ciudades sean limpias? Evidentemente porque las nuestras están hechas una guarrería, las colillas y los papeles por el suelo, las bolsas de basura fuera de los contenedores y  las paredes repletas de pintadas. Los ayuntamientos deberían endurecer las ordenanzas municipales, para multar a tanto cafre suelto.
La cena fue agradable, la gente interesante y lo mejor que la Mantovani casi no abrió la boca. Además al final del sarao Daniel tuvo ocasión de hablar un poco con Irene, que le contó que preparaba las oposiciones para juez y que llevaba tres meses en San Lorenzo.
-         La verdad, es que he venido aquí  para estudiar sin que nadie me moleste, para estar tranquila- dijo Irene. Pero es que esto es demasiada tranquilidad, casi no hay con quien hablar.
“Esta es la mía”, pensó Daniel.
-         Yo también tengo mucho tiempo, si te parece bien puedo pasar algún día a hacerte compañía.
-         Perfecto, me encantaría.
“Genial”.
Terminada la fiesta los invitados se fueron a sus casas y Daniel aprovechó para darle el regalo a Alcocer. Subió a su cuarto y cogió una caja de su colección entomológica, concretamente una de mariposas del género pieridae y se la regaló a Alcocer. El artista se quedó muy sorprendido.
     Más tarde Daniel se enteraría que la utilizó para una de sus obras por lo que Daniel dio por bien empleada la pérdida.








lunes, 13 de junio de 2011

CANCION DE NAVIDAD (CERRALBO)

Una canción de navidad del pueblo de Cerralbo (Salamanca) España 

CANCIÓN DE NAVIDAD (CERRALBO)

Estas puertas son de pino,
Y el cerrojo de cristal,
Las almas que hay dentro
Que salgan a convidar.
Con una cestita de uvas,
Y un rebojito de pan,
Una pintita de vino
Para poder aguantar.
Que dice Melchor que toquen
Esos instrumentos,
Y alegren el mundo
Que ha nacido Dios,
Que dice Melchor que toquen
Esos instrumentos,
Y alegren al mundo
Que ha nacido Dios.

jueves, 9 de junio de 2011

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo V)

CAPITULO V

         Como cada domingo a Daniel le llega la llamada de la selva. A finales de marzo la primavera por estas tierras, según como venga el año, puede ser todavía una esperanza. El año está siendo lluvioso. En las noticias, siempre tan amigos ellos de lo más, dicen que el mes de marzo está siendo el más lluvioso de los últimos cincuenta años, pero es que el mes de noviembre fue el más caluroso del siglo, y así una tras otra. ¿Qué se esperan? Con un registro estadístico escaso, pues cien años en el mejor de los casos no es un periodo tan largo, siempre se puede buscar la excepción. Pero eso no es lo relevante, es la forma que tienen de dar la noticia, parece que se avecina una catástrofe. Si es el mes más cálido de hace x años, se dice que es efecto del calentamiento global, si no llueve dicen que estamos en un periodo de sequía. Si hasta últimamente hay fenómenos que desconocíamos, como los tornados, las ciclo génesis explosivas y todo un completo catálogo de plagas bíblicas metereológicamente hablando. Se pasan tres pueblos. Lo más divertido es ver a los reporteros o reporteras, como diría un sindicalista políticamente correcto, dar las noticias bajo un aguacero, luchando denodadamente contra el viento, que lo arrastra. ¿Para qué? Son ganas de hacer el tonto. Si nos vamos a enterar igual diciendo que en “la Costa da Morte hay vientos huracanados y la flota gallega está amarrada”. Pues hala, enterados y a otra cosa.
         En estas tonterías pensaba Daniel, cuando a la salida del pueblo se encontró con el Vivillo, el hijo de los del bar, que lo estaba esperando.
-         Puedo ir contigo- esto lo dijo el niño cuando ya caminaba junto a Daniel
Ante los hechos consumados a Daniel no le queda otra que decir que sí, y eso que no le gusta la compañía cuando sale al campo. Los visitantes ocasionales, y remarcamos lo de ocasionales en contraposición de los habituales para que no haya malos entendidos,  se dividen en dos grupos: los caminantes y los domingueros. A los primeros que es grupo más tolerable lo que les interesa es el deporte de caminar, y lo mismo pueden hacer su ejercicio en el campo que por el arcén de una carretera que por una cinta andadora. Los domingueros son la escala mas baja de los “visitantes” campestres, son los parias, la escoria, los indeseables y generalmente los guarros. Van hasta donde su coche llegue, allí despliegan su ajuar, las mesas y las sillas plegables, los taperguares, los manteles, el balón del niño, la baraja de cartas, la nevera con las latas de cerveza, y el DVD en el coche para que el niño vea la película y deje de dar el coñazo. Si se separan unos pasos del auto será para tirar la lata de cerveza al río o preparar otro estropicio. Dicho así pensaba Daniel se le podría catalogar como misántropo, pero su odio a la raza humana se reduce al urbanita, analfabeto natural que no es capaz de distinguir un toro de una vaca. Cuantas veces ha escuchado eso de: “es un toro porque es negro” o “las vacas no tienen cuernos”. ¡Patético! Así que a Daniel no le gusta la compañía. Se siente en la obligación de enseñar algo interesante, un poco para justificar el tiempo que pasa por esos andurriales sin sacar nada de provecho. El que sale de vez en cuando al campo se piensa que va a encontrarse con lo que muestran los documentales, en que en un momento aparece el león cazando un búfalo y acto seguido al águila abalanzándose sobre una cabra. Se desilusionan cuando después de dos horas lo mas que han logrado ver es una tórtola, o sea un pájaro, y un grillo. “¡Menudo rollo! No vuelvo”, dicen, y Daniel piensa: “¡ojalá sea verdad! Esta mañana tendrá que soportar al Vivillo, y eso que éste al menos tiene la ventaja de que es un niño.
Daniel casi no había hablado hasta entonces con el Vivillo. Se lo encontró muchas veces, pero siempre va a la carrera, en bicicleta, en patinete o cualquier otro aparato con ruedas, y siempre hablando o gesticulando, que por algo lo llaman como lo llaman. No se había presentado la ocasión de hablar con el crío, y eso que Daniel sentía curiosidad por saber que hace el único niño del pueblo después de que el autobús escolar lo deje cada día en la puerta del bar. Con quién juega o qué amigos tiene.
-         ¿Cuántos años tienes?
-         Diez, para once, que los cumplo la semana que viene, y ya le he dicho a mi madre lo que quiero de regalo por mi cumpleaños, porque como soy el hijo pequeño y mi hermana dice que estoy mimado y consentido, y lo que le pasa es que es una envidiosa, más que envidiosa, y dice que le va a decir a mamá que no me compre nada, pero yo ya lo tengo elegido y me lo van a regalar porque me he portado bien y hasta he comido las espinacas esta semana sin tirarlas…
-         Vale, vale, para el carro.
“¡Joder con el niño! ¡Lo que casca! ¡Menuda me ha caído encima!”.
-         Vamos a dejar las cosas claras. Para que puedas venir conmigo tienen que cumplir las siguientes condiciones: estarás en silencio y cuando tengas que decir algo lo harás sin gritar y de forma concisa. No armes alboroto, no pegues palos a las plantas y lo dejarás todo como estaba. ¿Entendido?
 Este código de conducta, este paquete legislativo, esta tabla de la ley la expuso Daniel con los brazos en jaras, el gesto serio y tono de voz ligeramente enfadado.
-         Vale, no te pongas así.
Retomaron el camino, y a los pocos pasos el Vivillo preguntó.
-¿Qué es conciso?
“Por lo menos parece espabilado el rapaz. A todo esto, ¿cómo se llama el chaval?”.
-         ¿Cómo te llamas?
-         Hugo, pero todo el mundo me dice el Vivillo, porque  soy muy movido y no puedo parar. Ya era así de pequeño y …
Daniel hizo un gesto con la mano, como si sus dedos fuesen una tijera abriendo y cerrando las hojas. El chaval captó la idea y cerró el pico.
A partir de ese momento el Vivillo se portó muy pero que muy bien. Iba a lo suyo, fijándose en todo, corriendo de un lado para otro, unas veces por delante de Daniel, otras por detrás, a veces levantando una piedra, otras colándose por entre los palos de un cañizo, pero en general cumpliendo la legislación vigente.
Esa mañana como Daniel tenía compañía decidió seguir la ruta alrededor del pueblo sin alejarse mucho, así que tomaron el camino del Valle Ancho, que es el que pasa por la alameda y continúa hasta Matalobos. El Vivillo y Daniel descubrieron una pareja de alcaudones cortejándose en la rama de un roble. El alcaudón se colocó junto a la hembra y mirando hacia ella hacía inclinaciones del cuerpo, como si fuesen reverencias. La alcaudona parecía no hacerle mucho caso y al poco rato emprendió el vuelo hasta la rama de otro roble. El galán la siguió, se volvió a posar junto a ella y repitió la misma operación, con los movimientos de la cabeza arriba y abajo, una y otra vez. Así estaban cuando de repente los pájaros se asustaron y emprendieron un vuelo de huída.
-         ¿Qué ha pasado?, dijeron a la vez Daniel y el Vivillo.
La respuesta le llegó un instante después en forma de Afrodita reencarnada. A sus espaldas, por el camino apareció una mujer corriendo. Llevaba una sudadera roja muy amplia y un pantalón negro que solo le llegaba hasta las rodillas muy ajustado. El conjunto lo completaban unas zapatillas blancas y una gorra negra, en la que por su parte trasera salía una coleta de pelo rubio. La chica corría, pero sus movimientos parecían más bien los de una bailarina. Daniel contemplaba como la gacela se alejaba rápidamente y cuando desapareció al final del camino Daniel se dio cuenta que el Vivillo lo observaba fijamente.
-         ¿Siempre que ves correr a alguien se te pone cara de tonto?, dijo el Vivillo.
Daniel cerró la boca, farfulló algo y se puso a caminar.
-         Se llama Irene. Yo pensaba que ya la conocías. Es tu vecina.
“¿Cómo es posible que lleve más de dos meses aquí y todavía no la hubiese visto? El primer día creo que conocí a todo el pueblo, y resulta que me dejaba lo mejor para el final”
Emplearon el resto de la mañana en rastrear el río. Con las abundantes lluvias del invierno bajaba con bastante caudal. Daniel que calzaba unas botas de goma, chapoteaba en el cauce, mientras el Vivillo correteaba por la orilla. Cuando Daniel encontraba algo interesante, como una larva de frigánea, se las enseñaba al niño. A cada nuevo descubrimiento este respondía con una batería de preguntas. ¿Qué es? ¿Y esto que tiene aquí para que sirve? ¿Hay muchos? ¿Qué comen? Daniel respondía las preguntas que sabía, pues otras muchas cuestiones que planteaba el niño las desconocía. Era casi la hora de comer cuando emprendieron el regreso. La madre del Vivillo, les esperaba a la salida del pueblo.
-¿Dónde os habéis metido? Hugo, te tengo dicho que me digas donde vas. ¡Menudo susto me has dado!, llevo dos horas buscándote. Menos mal que Toño, me dijo que os había visto juntos.
Todo esto Marisa se lo decía al Vivillo, pero Daniel pensó que la bronca se dirigía también hacia él.
-         Pero mamá, si estaba con Daniel- dijo el Vivillo, a lo que su madre contestó con soniquete.
-         Ni danieles ni danielas, te he dicho mil veces que cuando vayas a algún sitio me lo digas y punto.
Recorrieron el resto del camino a casa en silencio. En cabeza Marisa, unos pasos por detrás Daniel, pensando en Irene, y haciendo la goma el Vivillo. Llegados a la plaza el niño preguntó.
-         ¿Puedo ir contigo otro día?
-         Eso lo tiene que responder tu madre.
Tras unos segundos de pausa, la madre dijo:
-         Bueno, pero me tenéis que decir donde vais. Y con aire de General después de arengar  a la tropa dio media vuelta y entró en el bar.
-         Adiós, dijo Daniel.
-         Adiós, dijo el aprendiz de Darwin.
Cuando llegó a casa de los belgas, le estaban esperando para comer. La belga dijo que había preparado una receta sacada de un libro de cocina, algo así como Pappardelle con setas, salsa de tomate y mascarpone y con el queso que le sobró rellenó unas naranjas. Daniel agradeció la invitación y los tres se sentaron a la mesa. La conversación fue deliciosa. De la comida no se puede decir lo mismo. La belga será una gran artista pero no de la cocina.
A los postres, es decir a las naranjas rellenas, Daniel sacó el tema que realmente le interesaba.
- En la casa de al lado siempre está la luz encendida. La veo antes de ir a trabajar y cuando vuelvo ahí sigue. ¿De quién es?
¡Cómo si no supiese ya quien era la dueña de la luz perpetúa, del chollo de Iberdrola!
-         Es Irene. Está estudiando oposiciones y se ha venido a la casa del pueblo para que nadie la moleste. Dijo la belga.
-         Ah….Y lleva mucho tiempo aquí.
-         No. Llevará unos tres meses, llegó pocos días antes que tú. La casa era de sus abuelos y ella venía solo en vacaciones, con sus padres, cuando era pequeña.
-         No la he visto nunca,- dijo Daniel.
-         Es normal, solo sale de casa un rato al mediodía para hacer footing. A la vuelta compra el pan en la panadería de Justo y los sábados baja a Castro para hacer la compra de la semana.
El belga con tono malicioso remató la faena.
-         El miércoles es mi cumpleaños y la vamos a invitar, así que tendrás la oportunidad de conocerla.
“Perfecto”, pensó Daniel.