CAPITULO VI
Llegó el miércoles, víspera del jueves santo y el día del cumpleaños del belga. Fecha señalada en el calendario por Daniel como aquella en la que conocería a su vecina Irene y comenzarían las vacaciones de Semana Santa. Al cumpleaños del belga estaban invitados Irene y Daniel, Marisa la del bar con su hijo el Vivillo, Pepe se quedó atendiendo el bar, la Mantovani con sus dos hijos que estaban de vacaciones y Don Simón, el cura, aunque éste por lo que se decía en el pueblo se invitaba él solo. En la fiesta había otras tres personas que Daniel no conocía: un matrimonio de jubilados vecinos de los belgas, que durante el invierno vivían en la ciudad y al llegar el buen tiempo volvían al pueblo y que respondían a los nombres de Asun y Julián y un amigo de los belgas, propietario de galerías de arte que estaba de visita para ver los trabajos de Maria, con el fin de organizar una exposición. Era un personaje muy interesante que desde el primer momento atrajo la atención de todo el mundo.
En un español macarrónico explicó que es irlandés pero que vive en Berlín. Vestía como un dandi, con un traje oscuro de rayas, una camisa fucsia y corbata amarilla. Levaba un pañuelo en el bolsillo de la americana con las puntas hacia fuera y gastaba unas gafas de pasta a juego con la corbata. Esta orgía de color destacaba aún más, porque el irlandés medía casi dos metros y era como dos armarios roperos juntos. Su cabeza, proporcional a su inmenso cuerpo era digna del mejor artista, “debería exponer su retrato en la galería de arte” pensó Daniel. “¿A qué estilo pertenece esa cabezota?, desde luego no es arte clásico, ni gótico, quizás barroco, tampoco cubista…, es arte abstracto.” La cabeza redonda con el pelo rapado, las gafas amarillas sobre una nariz aguileña torcida hacia la derecha y un fino bigote horizontal, subrayando la nariz, como una línea que separase la cara en dos partes, al norte la nariz y los ojos, al sur la boca y la barbilla. Todo en él era inmenso, a lo grande. Normal que hubiese abandonado su isla porque en ella no cabía.
Cuando Daniel llegó a la fiesta ya estaban todos los invitados, salvo Irene. Los tres niños como hacía buena tarde jugaban en el patio y solo entraban en la casa en busca del avituallamiento. Los belgas atendían a Don Simón y a su estómago permanentemente insatisfecho. El resto del personal se agrupaba alrededor del irlandés. La Mantovani parecía especialmente interesada. Estaba en su salsa, pues lo consideraba como un igual, alguien de su misma clase y condición, por supuesto superior a Marisa la pueblerina y a los dos jubilados, que seguro que no han pisado en toda su vida una exposición de arte de vanguardia y que nunca podrían codearse con gente como ella, tan in, tan cosmopolita. A su altura solo estaban los belgas y Peter que así es como se llamaba el irlandés.
Cuando llegó su turno, Daniel se acercó al gigante y se presentó. Una manaza abarcó la suya, la rodeó y se perdió en aquella inmensidad, como una liebre en la estepa rusa. De cerca observó que la nariz no solo estaba desplazada a un lado sino que la punta se volvía hacia el otro, trazando una ese. Daniel no pudo menos que fijarse en semejante singularidad. El irlandés se dio cuenta y Daniel pensó: “¡ya la he cagao!, mal empezamos”. Pero todo lo contrario, Peter, emitió una risotada estruendosa que izo temblar los vasos de la mesa, palmoteó con la mano que le dejaba libre el vaso de whisky escocés, nunca inglés como después aclararía, la espalda de Daniel y dijo:
- Mi nariz ser un poco… ¿cómo decir en español?... ¿sintitular?...
- Singular, dijo Daniel.
- Yes, all right. Singular.
La Mantovani, mientras, permanecía al lado del guiri con esa cara de estreñida que tiene, como diciendo: “ya está este paleto dejándome en evidencia”.
El gigante continuó:
- Yo jugador de rugby en mi país. Muy bueno. Yo jugar en selección de Irlanda. En un partido con Francia, haber una melé. Nosotros ganar de dos puntos y faltar cinco minutos para final del match. Equipo de Francia muy bueno y muy muy duro. En melé empujar mucho, nosotros aguantar. Melé hundir y defensa francés caer sobre mi nariz. Ciento treinta kilos de francés sobre mi pobre nariz. Nosotros ganar match y campeonato. Desde entonces yo tener nariz así. Yo no querer… ¿Cómo se dice?...
- Arreglar, dijo la Mantovani.
- Operar, dijo el irlandés. A mi gustar nariz así, yo remember victoria sobre equipo francés.
A la Mantovani se le caía la baba, estaba en éxtasis. “Si hubiese sido una de esas mujeres, de las corridas para mujeres, que en otro tiempo organizaban algunos toreros, seguro que habría lanzado sus bragas al ruedo, aunque bien pensado, no descarto, que de aquí a esta noche no lo haga”. En estos pensamientos estaba Daniel cuando llegó Irene, la esperada. Lo primero que hizo fue felicitar el cumpleaños al belga y entregarle un regalo. “¡Joder, el regalo!, estoy tonto. Me invitan a un cumpleaños y se me olvida traer un regalo”. Daniel se puso a pensar en como solucionar su metedura de pata.
Irene saludaba uno por uno a los invitados, por lo visto los conocía a todos, y lo hacía con una naturalidad y una elegancia pasmosa, digna de una embajadora en acto diplomático. Tenía una frase y un gesto para cada uno, hasta para los niños que capitaneados por el Vivillo no paraban de entrar y salir. Dejó para el final al grupo de Daniel, la Mantovani y el irlandés. Irene y la bruja se saludaron con dos besos en la mejilla.
- Hola cariño. Perdona que esta semana no te haya visitado, pero es que con los niños no tengo tiempo de nada. Ya sabes, los deberes de madre- dijo la Mantovani.
- Mujer, no te preocupes- dijo Irene.
“O sea, que ya se conocían”,pensó Daniel. “Yo llevo casi tres meses en el destierro, y no la conocía y la Mantovani la trata como si fuesen amigas de toda la vida. Tengo que ponerme las pilas, o me espabilo o no me como nada”.
La Mantovani procedió con las presentaciones.
- Irene, te presento a Peter. Es un galerista amigo de Alcocer.
- Encantada- dijo Irene.
- El placer ser mío. Siempre yo decir que mujeres españolas ser las más bonitas.
“A esto se llama: tener labia. Fíjate en el giri, ya anda piropeando al personal”, pensó Daniel.
- Muchas gracias- respondió Irene- ¿Siempre es usted tan galante?
- Solo cuando ocasión merece.
“Bueno y qué pasa conmigo. Es que la Mantovani no me va ha presentar, yo también soy una criatura de Dios, no soy un simple escarabajo, o un miserable renacuajo”. Daniel miró a la Mantovani que tenía cara de pocos amigos. Se veía a la legua que no le había gustado que Irene le robase protagonismo a ella, a la reina. Por fin se dio cuenta de la mirada de Daniel y aprovechó la ocasión para interrumpir el diálogo entre el gigante y la Venus.
- Irene, este es David, mi ayudante.
Llegado a este punto el odio de Daniel hacia la Mantovani, llegó a su punto culminante.” Esto no lo aguanto ni yo, que tengo más paciencia que un santo. Voy a tener que llamar al Che, seguro que él tiene amigos que pueden hacer que parezca un accidente, un andamio mal puesto, la peana de San Lorenzo que se cae y la espachurra, algo hay que hacer. Lo del nombre mal pero que diga que soy su ayudante, no se lo perdono. ¡Ayudante será su puta madre!”.
- Daniel, me llamo Daniel.
- Ya nos conocemos- dijo Irene-, nos vimos el otro día.
“O sea, que se acuerda”, pensó Daniel. En esto llegó la belga con una bandeja de aperitivos. Eran dátiles rellenos de queso fresco y nueces. A continuación se sentaron todos en torno a la mesa con las viandas, la Mantovani junto a Peter y Daniel con Irene. El peso de la conversación la llevaba el irlandés. En su macarrónico español explicó como fundó su galería de arte en Berlín, sus viajes por todo el mundo y que al día siguiente salía de viaje, con destino a Viena para organizar una exposición. Entonces intervinieron Asun y Julián. Después de acudir a los insufribles tópicos de las casualidades y eso de que “el mundo es un pañuelo”, que Daniel pensó que “no venían a cuento”, contaron que justo antes de venir a San Lorenzo habían estado de viaje con otros matrimonios de jubilados en Viena, que les había encantado, todo precioso, muy cuidado, muy limpio, muchos jardines, pero que muy caro, y que les gustó mas Praga aunque estaba llena de españoles. “¡Toma Mantovani!, para que otra vez digas que son unos paletos”; pensó Daniel. Abunda ahora un género de jubilados modernos, y activos, que se conservan bien, con ganas de hacer aquello que durante los años de trabajo y el cuidado de los hijos no han podido hacer. Y otra cosa, ¿porqué a los españoles cuando salimos fuera nos llama tanto la atención que las ciudades sean limpias? Evidentemente porque las nuestras están hechas una guarrería, las colillas y los papeles por el suelo, las bolsas de basura fuera de los contenedores y las paredes repletas de pintadas. Los ayuntamientos deberían endurecer las ordenanzas municipales, para multar a tanto cafre suelto.
La cena fue agradable, la gente interesante y lo mejor que la Mantovani casi no abrió la boca. Además al final del sarao Daniel tuvo ocasión de hablar un poco con Irene, que le contó que preparaba las oposiciones para juez y que llevaba tres meses en San Lorenzo.
- La verdad, es que he venido aquí para estudiar sin que nadie me moleste, para estar tranquila- dijo Irene. Pero es que esto es demasiada tranquilidad, casi no hay con quien hablar.
“Esta es la mía”, pensó Daniel.
- Yo también tengo mucho tiempo, si te parece bien puedo pasar algún día a hacerte compañía.
- Perfecto, me encantaría.
“Genial”.
Terminada la fiesta los invitados se fueron a sus casas y Daniel aprovechó para darle el regalo a Alcocer. Subió a su cuarto y cogió una caja de su colección entomológica, concretamente una de mariposas del género pieridae y se la regaló a Alcocer. El artista se quedó muy sorprendido.
Más tarde Daniel se enteraría que la utilizó para una de sus obras por lo que Daniel dio por bien empleada la pérdida.
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