Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







martes, 3 de mayo de 2011

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo IV)


CAPITULO IV

         A la zona de contacto entre dos comunidades vegetales los ecólogos la  llaman borde; sería el equivalente a las fronteras entre las naciones. Pongamos un ejemplo: tenemos un bosque y a su lado una pradera, la zona de contacto entre ellas es el borde. Este borde puede ser abrupto, es decir, que justo donde termina el bosque comienza la pradera, o puede darse el caso que entre los dos ambientes haya una zona de transición, en donde no es claramente ni lo uno ni lo otro. Estas zonas de borde son interesantes porque en general presentan una mayor variedad de especies animales y vegetales, lo que se conoce como biodiversidad. No es solo que en el borde se puedan encontrar especies propias de cada uno de los hábitats en contacto, sino que también hay especies especialistas de borde que se aprovechan de los recursos ofrecidos por los dos ambientes.
         Daniel está en el borde. A la altura de la historia en que nos encontramos no sabemos todavía si se adaptará a su nuevo hábitat, no sabemos si será especie de ciudad o de pueblo o si será una de las especies adaptada a las dos, pasando de una a la otra con naturalidad. No lo sabemos, ni él tampoco. Tiene una cosa a su favor y es que le gusta el campo, los bichejos, las plantas, los pájaros, los animales y en general todo lo que tenga relación con la naturaleza, pero eso no garantiza la adaptación a la vida de un pueblo pequeño como San Lorenzo del Valle, en donde no hay casi intimidad y todo lo que uno hace es conocido al instante, como pudo comprobar nada más que entró en el bar de Pepe.
         Así el primer sábado que la Mantovani se olvidó de él, se calzó las botas y se fue al campo. A finales de enero en San Lorenzo el invierno está en su apogeo con los campos cubiertos de escarcha y los charcos congelados.  Esa mañana hace frío, sopla el viento y solamente anima un poco al caminante el que hace sol. Es un sol luminoso en un cielo claro sin nubes, aunque surcado por las estelas deshilachadas que dejan los aviones a su paso y que han convertido a los cielos limpios en una reliquia del pasado. Daniel tomó el camino del río. A la salida del pueblo primero están las eras, luego las cortinas y a continuación los prados con sus cercados  de piedra, sus zarzas en las lindes y los fresnos sin hojas. Aquí y allá se ven los tenados utilizados para dar refugio al ganado, y almacenar el heno y la paja. Un poco más adelante el camino pasa junto a una charca grande, rodeada de pastizales. Las avefrías o aguzanieves como las llaman por aquí puntean el campo con su pecho blanco. Daniel se detiene a observarlas por los prismáticos. Son bonitas con su penacho de plumas en la cabeza, y su plumaje blanco, pero lo que más le gusta de ellas es su forma de volar, con ese batir de alas espasmódico un poco exagerado, como a golpes. Ahora andan separadas, esparcidas por el campo, sin formar esos bandos que organizan cuando se preparan para la migración.
         Daniel sigue su camino, en dirección al río Ranillas. Cada vez hace más frío. En esta época del año el campo no ofrece muchas cosas que ver, hay que conformarse con pequeños detalles y pensar que el invierno es la preparación que necesita la primavera. Las orillas del río están heladas. Se fija en unos montones de arena depositados en la orilla por la última crecida. Hay un punto en que la arena está más húmeda que en los alrededores, Daniel escarba y desentierra un sapito. Es un sapo partero ejerciendo de padre, pues entre las patas traseras lleva unos cincuenta huevos que llegado el momento irá a depositar al agua del río o de algún charco cercano. Daniel pasa un rato mirándolo y lo vuelve a enterrar. Apunta en su cuaderno dónde lo ha visto para así la próximo vez que salga al campo observar si sigue en el mismo sitio. Toma el camino de regreso.
         Cuando llegó a casa de los belgas se encontró con una sorpresa: le esperaba su amigo el Che.” Esto si que es un colega”, pensó Daniel.
-         ¿Qué pasa contigo? ¿Es que no contestas el teléfono? Te he llamado cien veces o más- dijo el Che.
Cuando Daniel cogió el móvil comprobó que estaba apagado y con dos llamadas perdidas del Che. Se fueron en el coche de su amigo a comer a Castro, al restaurante, El refugio del cazador. Es un local grande con la piel de un oso extendida sobre la puerta que da al comedor. Según les contó el camarero el oso no es de aquí, es de Eslovenia, que por estos montes hace ya muchísimo que no hay osos. “A este paso ni aquí ni en ningún lado van a quedar osos” pensó Daniel. Repartidas por las paredes del comedor hay cabezas de corzos, de jabalí, de ciervos y de cabra montés. Junto al televisor una perdiz disecada es el único espectador que le hace caso. El volumen esta apagado y aparecen ministros y diputados en una sesión parlamentaria gesticulando con mucho aspaviento. “Si empleasen la misma energía para solucionar los problemas del país que la que gastan en tirarse los trastos a la cabeza mejor nos iría a todos”. Los políticos elogian el diálogo, tienen como una virtud la “capacidad de diálogo”, pero es pura retórica. Cuando un político habla sus rivales no le escuchan, no se valoran los argumentos ni las razones que se exponen, solamente están preocupados en como van a desacreditar, atacar y si las condiciones son favorables destruir a su contrincante.
Daniel y el Che se metieron entre pecho y espalda un plato de ensaladilla rusa y un chuletón acompañado de una botella de vino del país con gaseosa. Pasaron un rato haciendo chiste sobre lo del “vino del país”; que si todos los vinos serán de algún país, que si será del país de las Maravillas, y otras tonterías de este tenor. Cuando el camarero les preguntaba si querían repetir decían a todo que sí. De postre tomaron flan casero, que por su aspecto debía ser de la casa de Teresa Rivero. Al chupito les invitó la casa. En resumen una buena comida. Por la tarde el Che dijo que quería dormir la siesta, porque la noche anterior había salido de fiesta y solo había dormido tres horas.
Mientras el Che dormía, María la belga le enseñó una nueva pieza en la que estaba trabajando. Era una silla en la que el asiento había sido reemplazado por unas cuerdas, tejiendo una red como si fuese una tela de araña, en cuyo centro colgaba la cabeza de una muñeca. El respaldo de la silla era un espejo donde se reflejaba el espectador. Cuando se levantó su amigo de la siesta se ducharon y se fueron de marcha a la ciudad. El Che tenía el teléfono de una chica de la ciudad que era amiga de una amiga suya. Quedaron en verse esa noche. Mientras llegaba la hora de la cita, Daniel y el Che hicieron una ronda por los bares de la ciudad, y luego entraron a tomar una copa a un garito con un rótulo luminoso en la puerta que decía, “Lucifer” en letras rojas con un rabo terminado en forma de tridente rematando la ere final. En su interior el ruido era ensordecedor. Pidieron las copas y entraron a un par de truchas con resultado negativo.
Se fueron al local donde habían quedado con la amiga del Che. La chica que se llamaba Sara resultó estar bastante buena y venía acompañada por una amiga que como suele ser habitual era fea. Sobre el escenario un pájaro con los brazos tatuados de arriba abajo, camiseta negra y pantalones caídos recitaba una letanía. Daniel nunca supo si a lo que hace se le llama rap o hip-hop o si todo era lo mismo, sea como sea el caso es que el tipo recitaba:

Soy el número uno
El puto amo de la fiesta
Cada día me desayuno
Tres pringados como tú.

Mientras el Che estaba de palique con Sara y la fea bebía apoyada en la barra con cara de aburrida, el poeta seguía a lo suyo.

         Veo a los niños
         Desde mi ventana
         Como meten en bolsitas
         A los hombres del  mañana.

         Porque en este barrio
         A mi me parece
         Que todos los días
         Son viernes trece.

Cuando Daniel miró al Che éste ya estaba liado con la churri.” ¿Qué hago yo ahora?”, pensó Daniel. “La fea es que es muy fea”. Tras unos instantes de meditación se dirigió  a la barra, pidió una copa y se la bebió de dos tragos. La fea continuaba en el mismo sitio y seguía siendo fea. Pidió otra copa y repitió la operación. Para entonces ya no era tan fea. Se fue hacia la chica, le dijo algo y con la excusa de que no se oía bien por el volumen de la música se acercó a ella. Estaba a unos centímetros de su cara. Como la fea no hizo intención de separarse Daniel giró la cabeza acercándose a su oído para hablarle, a mitad de camino cambió de opinión y se dirigió directamente a su boca y la besó. Se morrearon durante un rato, hasta que la Sara les interrumpió para decirles que cambiaban de sitio. Resultó ser un local vecino. Daniel continuaba dándose el lote con la fea. Como el dueño del garito tendría ganas de cerrar e irse a casa pinchó una canción del año de Maricastaña, de esas con aire romántico, y Daniel pensó,”ya que estamos en faena vamos a hacer el paripé y darle de paso una alegría a la chica” así que se puso a bailar con la fea en mitad del local vacío. La churri sorprendida y ablandada dejó al terminar la canción que Daniel la llevase detrás de unos altavoces. Daniel empezó a meterle mano, y cuando la cosa se ponía interesante, apareció otra vez el culo inquieto de la Sara a interrumpir. Esta vez se dirigían a la casa de la amiga del Che. Ellos caminaban delante y Daniel y la fea unos pasos por detrás. Hacía un frío que pelaba. Daniel tiritaba y la chica se arrimó a el. Fueron hablando por el camino. La fea resultó ser enfermera y además maja.
         Cuando llegaron a casa de Sara las chicas prepararon café y sacaron unas galletas. Se sentaron en torno a la mesa de la cocina, ellas a un lado y Daniel y el Che al otro. A Daniel se le iba pasando la borrachera. Se pusieron a hablar. Daniel pensó que según evolucionaba la cosa no remataban la faena. Continuaron hablando un rato. Las chicas estuvieron tomando el pelo un rato a Daniel, que si tenía los ojos de tal color, que si esto o lo otro. “No si va resultar que les caigo bien, y yo que llevo toda la noche intentando parecer un capullo”. La charla se prolongó durante una hora, hasta que la fea llamó a un taxi para irse a casa. Bajaron los cuatro a esperarlo a la calle. Cuando el taxi estacionó junto a la puerta, la fea se despidió de Sara, luego del Che y cuando le llegó el turno a Daniel puso los labios para que los besase. Daniel la beso en la mejilla. La chica se subió al coche y los dos amigos se fueron a buscar el suyo. Amanecía cuando lo encontraron.
         Hicieron el trayecto de regreso al pueblo en silencio, escuchando la radio. En el cruce entre la carretera general y la del pueblo de San Lorenzo estaba la Guardia Civil haciendo un control. Con un gesto de la mano le indicaron que estacionasen el vehículo al borde de la calzada. Eran el sargento Tejedor y la agente Rodríguez. Cuando el Sargento se acercó al coche y reconoció a Daniel dijo.
-         Hombre, pero si eres tú… ¿Qué, de fiesta? A lo que Daniel respondió que sí.
-         ¿Qué tal?
-         Bien.
-         ¿Habéis estado en la ciudad?
-         Si.
La guardia Rodríguez permanecía a la escucha, con el gesto serio.
-         ¿Se ha dado bien la cosa?,- dijo el sargento guiñando un ojo.
-         Algo se ha hecho, contestó el Che.
-         Bien, bien…, podéis seguir, si eres como el Dani me fío de ti, -dijo dirigiéndose al Che- seguro que os habéis portado bien y no habéis bebido. Esto último lo dijo con retintín.
La guardia Rodríguez torció el gesto.
Continuaron la marcha. Al poco rato dijo el Che:
-         Hay que joderse, no llevas ni un mes en este pueblo y ya los picoletos te llaman Dani y te toman por buenazo. No se que hacer contigo para que espabiles…. Por cierto, ¿Te has fijado en la picoleta?
-         Si, no está mal.
-         No está mal, no está mal- dijo el Che en tono de burla. Desde luego está mucho mejor que esa con la que has estado esta noche.
-         Sin comentarios- dijo Daniel.





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