Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







lunes, 25 de abril de 2011

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo III )


CAPITULO III

Al día siguiente Daniel se despertó temprano, esa primera noche en San Lorenzo durmió mal. Por regla general duerme de un tirón, pero esa noche por lo que sea, se despertaba cada poco. La Mantovani como era el primer día de trabajo, y hasta las once no llegaría la furgoneta con el resto del material que faltaba, le citó para esa hora, añadiendo en su habitual tono desabrido “… y sin que sirva de precedente. No te acostumbres. El resto de los días quiero verte a las ocho en punto, ni un minuto más tarde”. Daniel pensó, que si le daba libre ese rato era porque a ella le vendría bien, para hacer sus cosas. Después de desayunar se dirigió a la Iglesia; estaba cerrada. Como no tenía nada mejor que hacer decidió dar una vuelta por los alrededores. Cuando quiso darse cuenta estaba fuera del pueblo. No se veía a nadie. Caminaba por un camino estrecho, lleno de charcos y llegó a una casa destartalada, rodeada por árboles y con aire de estar deshabitada. Se equivocaba. Es la casa de Aristóteles el Mariscal.
         Ese nombre, difícil para los rústicos del lugar y largo para los usos habituales, había pasado por varias fases alargándose y acortándose como un muelle. Le bautizaron como Aristóteles Leonardo por deseo de su padre que tenía la teoría de que los grandes hombres tienen nombres largos y poco comunes, así que cuando nació su primer hijo se fue a estar con el maestro y le preguntó:
-         Don Julián, usted que ha estudiado y que todo lo sabe, dígame: ¿cuál es el hombre más importante de la historia?
-         ¡Hombre!, es difícil elegir a uno. Son muchos los hombres que han hecho historia. Tienes a los grandes conquistadores como Alejandro Magno, o Napoleón, a los reyes y emperadores como Julio César o nuestro Felipe II. Hay muchos.
-         Sí ya, pero yo no me refiero a los reyes o emperadores, que sí, que vale, tiene riquezas y posesiones, pero se pasan la vida batallando para que no se las quiten sus enemigos, y al final los imperios se pierden. Que se lo digan a España, que mire usted en lo que se ha quedado, en na, que hasta los ingleses nos han robado Gibraltar. Yo lo que quiero  saber es quién ha sido el sabio más grande de la historia, porque esos quedan en las enciclopedias con muchas páginas para ellos solos, y además lo que saben no se lo puede quitar nadie.
-         Razón no te falta Eulogio- que así se llamaba el padre del Mariscal, que en paz descanse. Si de sabios se trata los mas grandes han siso Aristóteles y Leonardo da Vinci.
-         Vale don Julián, pero de los dos quién es el más importante.
-         No puedo responder a tu pregunta, la sabiduría no se pueda calibrar, no se puede pesar como a los cebones en la báscula, cada uno en lo suyo ha sido el más importante.
Eulogio no se fue muy convencido para casa. El creía que siempre hay alguien que es el mejor, como él mismo sin ir más lejos, que es el mejor jugador de pelota de la comarca. “Hasta ahora no me ha ganado nadie un partido de individuales, que otra cosa es por parejas que, ahí ya interviene como sea tu compañero”. Estuvo dándole vueltas a la cabeza, pensando en el nombre que debía poner a su hijo, si Aristóteles o Leonardo, y como era costumbre bautizar a los pocos días de nacer, por lo que pudiese pasar, no fuese a llamarlo Dios a su lado sin recibir el sacramento del bautismo, decidió que lo mejor sería ponerle los dos nombres. “Llevar el nombre de dos sabios será mejor que llevar el de uno solo, ¿o no?”, le decía a su mujer tratando de convencerla.
Así fue como se bautizó a su hijo como Aristóteles Leonardo Portanovis García, y gracias a que el cura de entonces no le dejó poner lo de Davinchi como Eulogio quería. No está claro si el que Aris se creyese heredero de un Mariscal francés, se debía a defecto de nacimiento, o a que su padre con tantas ínfulas de grandeza, con tanto querer que su hijo fuese como los grandes sabios de épocas doradas le trastornó el juicio y le estropeó el cerebelo. Fuese por lo uno o por lo otro, el caso es que el niño empezó a mostrar síntomas de no estar bien de la cabeza. En la escuela era capaz de aprender y memorizar las lecciones como el resto de los niños, pero el problema aparecía cuando tenía que interpretar las cosas. Se le ocurrían las ideas más disparatadas. Los maestros se dieron cuenta enseguida, que algo no marchaba bien. Si le preguntaban: “Aristóteles, ¿porqué vuelan las aves?”, en lugar de contestar como los demás niños, “¿por que tienen alas?”, él respondía: “Porque tienen un hilo invisible que solo los pájaros pueden ver, y que los sujeta de las nubes cuando vuelan de día y de las estrellas cuando vuelan de noche”.
Sus compañeros de colegio y, todo el mundo en general, le llamaban Aris. Solo su padre le seguía llamando Aristóteles Leonardo. Con el paso de los años quedó patente que el intelecto del muchacho no funcionaba correctamente. Al cumplir los quince años, su padre le regaló un libro de historia. Hubiese sido mejor que emplease el dinero en comprarle  una bicicleta o un reloj, porque a partir de entonces Aris pegó de decir que era el descendiente y legítimo heredero del Mariscal Junot. Según el libro que le regaló su padre, el General Junot pasó por estas tierras durante la ocupación francesa. Eso fue suficiente para prender la mecha de la locura de Aris. Poco a poco fue construyendo un personaje, montándose una película, según la cual él era el legítimo heredero del Mariscal Junot, y eso le daba el derecho de reclamar las supuestas posesiones que éste había logrado como botín de guerra. Por reclamar, Aris, hasta reclamaba un palacio que se utilizó durante la guerra como cuartel general de las tropas francesas durante la invasión y que actualmente era la sede del palacio episcopal.
Con la intención de que su legítimo derecho fuese reconocido, y se le restituyesen todos sus derechos y posesiones, su mente calenturienta ideó mil maneras de llamar la atención de las autoridades, casi todas ellas extravagantes, y que le llevaron a pasar la noche en el cuartelillo más de una vez. Como aquella vez que el equipo de la ciudad jugó un partido de fútbol con el Barça y Aris saltó al campo interrumpiendo el juego con una pancarta que decía: “Como legítimo y único heredero, universal y vitalicio del Mariscal Junot, reclamo se restituya mi título, derecho y posesiones”. En la portada de los periódicos del día siguiente al partido, apareció una fotografía en la que se veía a Aris, el Mariscal, escoltado por dos policías que lo llevaban prendido del brazo.
En su casa guardaba cientos de recortes de prensa y de fotografías recuerdo de sus actividades reclamatorias. En un lugar destacado, junto a la famosa fotografía del partido del Barça, tenía otra en la que estaba junto al presidente Aznar. En otra Aris colgaba peligrosamente de un cable sujeto a la torre de la catedral llevando entre las manos un cartel reivindicativo. Aquel día no se mató porque Dios no lo quiso y porque el cuerpo de bomberos intervino eficazmente.
Todo cambió hace un par de años cuando a Aris le detectaron una enfermedad crónica en el corazón. Desde entonces ya no monta numeritos fuera del pueblo. Ahora se limita a dar la paliza a sus vecinos, pero como estos ya se conocen la historia, lo evitan o lo despachan rápidamente dándole la razón como a los tontos. Cuando Eulogio, su padre, murió, y de eso ya han pasado diez años, su madre se fue a una residencia de ancianos que las monjas del Divino Tesoro tienen en Matacabras.  Aris, el Mariscal, cerró la casa familiar y él mismo construyó la chabola en la que ahora vive. Prefiere estar lejos de la gente, donde no lo molesten. Como la salud mental del Mariscal es la que es, no se deben sacar conclusiones de aplicación al resto del género humano, pero no deja de ser sorprendente el comportamiento tan contradictorio, errático, casi aleatorio que tenemos independiente de que nuestro cerebro esté sano o enfermo. El Mariscal que se pasó media vida reclamando una herencia inventada, cuando le llega el momento de heredar la casa paterna, la desprecia; y lo que es más curioso, rechaza a la gente, se esconde, quiere que lo dejen vivir a su aire, pero busca permanentemente una víctima a la que contar su historia del Mariscal Junot.
Por el pueblo siempre va acompañado de un perro tuerto y sin rabo al que llama Wellington, y que no hace honor a su nombre, pues es cobarde y deslucido, como comprobó Daniel en esa primera mañana en San Lorenzo del Valle.
El perro en la mitad del camino, extendía su cuerpo intentando calentarse con el tenue sol de la mañana de invierno. Cuando Daniel pasó a su lado huyó con la cabeza gacha, y si hubiese tenido rabo lo habría metido entre las piernas. Entró en la casa. Alertado por el perro, en la puerta apareció su amo. Vestía a juego con la casa. Su indumentaria estaba formada por prendas puestas encima unas de otras sin ton ni son.
-         Buenos días- dijo Daniel.
El Mariscal no contestó. Se limitó a cerrar la puerta y a caminar hacia Daniel. Los locos dan un poco de miedo, y hasta que no los conoces y sabes si pertenecen al género de los pacíficos o de los violentos hay que tomar  precauciones. El hombre sonrió, levantó la mano saludando y Daniel comprendió que este es de los inofensivos.
-         Soy Aristóteles Leonardo, hijo de Eulogio y heredero único y legítimo del Mariscal Junot.
-         Mucho gusto en conocerle.
El Mariscal le invitó a entrar. Rodeaba la casa una porción de terreno bastante grande repleta de cachivaches, que se podrían clasificar genéricamente como basura. Eran restos de somieres, neveras, neumáticos y botellas desperdigados sin orden ni concierto, aunque algunos debían tener una función decorativa según el extravagante gusto estético del Mariscal. Los neumáticos rodeaban a los árboles y por el tamaño del tronco está claro que puso la rueda a la vez que plantó el árbol, las puertas de las neveras delimitaban espacios y las botellas semienterradas en el suelo formaban un bordillo para el jardín. Cuando se acercaron al porche de la casa y el Mariscal abrió la puerta, a Daniel le sacudió un olor pestilente por lo que rechazó su invitación de pasar al interior. Le dijo que con la buena mañana que hace –mentira- prefería quedarse en el porche y que si tenía algo que enseñarle podían verlo “aquí fuera”. El Mariscal entró en la casucha y salió cargado con  varias carpetas repletas de documentos, recortes de periódicos y fotografías que extendió sobre la mesa. Como aquello era un despropósito y un coñazo Daniel para escaquearse hizo alusión a un árbol que asomaba por detrás de la casa.
-         Es una secuoya. Estoy montando un jardín botánico. ¿Quieres verlo?-  dijo el Mariscal.
-         Bueno.
Fueron a verlo y ciertamente había reunido muchos árboles y arbustos. Daniel le hacía preguntas.”¿Dónde conseguiste tal árbol? ¿Necesita mucho riego?...”. El Mariscal estaba encantado de tener a alguien que le hiciese caso. Tenía tilos, castaños, robles, encinas, madroños, pinos, cipreses, tejos, enebros, acacias, y para hacer justicia hay que decir que, así como la parte delantera de la casa era un caos de basura esta parte estaba limpia y bien organizada.
Daniel tenía que marcharse. Al despedirse, el Mariscal le entregó una tarjeta de visita que rezaba: “Aristóteles Leonardo Portanovis García. Hijo de Eulogio y Marina. Mariscal y Botánico”, y un número de teléfono móvil.
Volvió al pueblo y se dirigió a la iglesia. Tuvo que esperar un rato a que llegase La Mantovani con las llaves.
El retablo en el que trabajaría durante los próximos nueve meses se compone del banco, dos pisos y ático. El primer piso está ocupado por la hornacina del santo en la que se representa a San Lorenzo siendo abrasado por las llamas. A los lados del santo hay unas tablas con la vida del Santo. En la parte central del segundo piso el tema elegido por el artista es el nacimiento de Jesús, con las figuras correspondientes, el niño, la Virgen, San José, el burro y el buey. A los lados otras tablas completan la vida del santo. En el ático se representa el calvario de Cristo. Jesús en su cruz está flanqueado por los dos ladrones mientras que a sus pies llora una mujer y un legionario amenaza con su lanza.
         Merece la pena contar la historia de cómo se decidió arreglar el retablo de San Lorenzo, porque es representativa de la forma que tenemos en España de tomar las decisiones. Fue Porfirio el Alcalde el que consiguió el dinero para restaurar el retablo, pero no es mérito suyo, todo fue el producto de una carambola y de una cadena de despropósito tan habituales en este país. La historia comenzó con una reunión que los ediles de la comarca mantuvieron con una Consejera autonómica. Por un convenio entre la Comunidad Autónoma y el Gobierno del Estado se creó un fondo para financiar proyectos en zonas desfavorecidas entre las que se incluye la comarca donde está San Lorenzo del Valle. El caso es que se disponía de dinero pero no de proyectos para gastarlo. En la reunión la Consejera comunicó a los alcaldes que podían presentar proyectos para emplear el dinero. Rápidamente se levantó Porfirio de su asiento:”Ese dinero se puede emplear en arreglar la carretera de mi pueblo que está llena de baches y con más curvas que el circuito del Jarama”, dijo; a lo que la Consejera respondió que no podía ser, que para ese tipo de obras, “ya hay otras líneas de inversión”.
-         Vale pues arreglarla, dijo Porfirio.
-         Ahora no podemos porque el presupuesto de este año ya lo hemos destinado a otros sitios.
Porfirio se sentó enfadado.
Durante los meses siguientes los Ayuntamientos fueron presentando sus proyectos. Porfirio como cabezón y testarudo que es, se emperró en que si no era parar arreglar la carretera de San Lorenzo del Valle, él no quería el dinero. Porfirio no estaba por la labor de seguirle el juego a la Consejera. Terminó el plazo de presentación de propuestas, y a los pocos días llegó la sorpresa. Por no se sabe que normas, establecidas en no se sabe donde, por algún politicucho del tres al cuarto, resultó que ninguna de las candidaturas presentadas reunía los requisitos exigidos y como no podían volver a presentar otra, el dinero no podía ser adjudicado. Como el presupuesto hay que gastarlo no quedaba más remedio que dárselo a quien no había sido rechazado, y en esta situación sólo estaba San Lorenzo del Valle. No pregunten el por qué, pues no lo entiende nadie, seguramente, ni la Consejera; debe ser cosa de la burocracia administrativa. Así emplean nuestros políticos los recursos públicos. Gastan el dinero de los impuestos sin ton ni son. Ponen a interventores y despliegan todo el rigor administrativo para controlar cada céntimo del gasto cuando este va dirigido al ciudadano pero luego dilapidan miles de euros en chorradas. El caso es que Porfirio recibió una llamada de la Consejería comunicándole que tenía el dinero pero que no podía emplearlo en arreglar la carretera. Porfirio, crecidito, pregonaba por todo el pueblo su éxito. A todo el que se cruzaba en su camino le restregaba la noticiaba, especialmente a aquellos que le habían criticado y que en realidad eran todos los vecinos.
Durante los días siguientes se vio a Porfirio con el ceño fruncido y reconcentrado: Cavilaba. ¡Quien lo diría de Porfirio!, con lo bodoque que es. Pero por más que estrujaba las meninges no se le ocurría nada. Una noche cuando llegó del campo, su mujer Olivia le puso la cena frente al televisor, como todos los días, y le dijo:
-         Podías emplear el dinero en restaurar el retablo de la iglesia, que según Don Simón necesita unos arreglitos.
Porfirio contestó de mala manera que se metiese en sus asuntos, que qué sabía ella de las cosas del Ayuntamiento y del “gobierno de la cosa pública”, repitiendo una frase que había escuchado a la Consejera. Pero los días pasaban y a Porfirio no le llegaba la inspiración. Las Musas deben emplear su tiempo y esfuerzo en iluminar a artistas, como los belgas, y tienen  abandonada a la gente corriente: no es justo. Si alguien se cruzaba con el Alcalde por la calle, o en el bar y le proponía algo, Porfirio contestaba siempre lo mismo; “qué sabes tú de la cosa pública”.
Marisa, la del bar, quería reformar las antiguas escuelas para hacer un centro de atención a los ancianos que en este pueblo hay muchos, pero a  Porfirio no había forma de convencerle: “no, no y que no”.
Pasaban los días y el plazo que la Consejera había dado llegaba a su fin. Por fin una noche, después de cenar, Porfirio se fue a casa de Don Simón, el cura. La reunión duró dos horas, y gracias a Dios que no se prolongó más tiempo, porque entonces la bodega del señor párroco habría quedado tan menguada que para los oficios tendría que haber recurrido al agua de le Fuente del Sapo, que es la que está junto a la iglesia. Cuando Porfirio regresó a su casa, las luces estaban apagadas y la Olivia acostada. Como no quería despertarla no encendió la luz. Caminaba a oscuras por el pasillo de casa con los brazos extendidos palpando las paredes y arrastrando los pies, pero el efecto del vino dulce de Don Simón hizo su efecto. Porfirio tropezó con algo. A continuación se produjo un estrépito que despertó a toda la casa. Olivia y su hija la Barbarita se levantaron de la cama gritando: “¿qué pasa, qué pasa? Porfirio y su mujer se encontraron en el pasillo frente a frente. El suelo estaba lleno de cristales. Porfirio dijo:
-         Arreglamos el retablo.
-         Y a mi, ¿quien me arregla el jarrón?- replicó Olivia.



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