Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







domingo, 3 de julio de 2011

Las Lagrimas de San Lorenzo (Capítulo VII)

CAPITULO VII

         El mes de mayo fue agitado en el pueblo, pues coincidieron dos acontecimientos que solo se producen cada muchos años: una boda y las elecciones municipales y aunque pueda parecer lo contrario son más frecuentes las elecciones, que tienen lugar cada cuatro años. El último enlace matrimonial del que había  sido testigo San Lorenzo, desde su peana de la iglesia parroquial, fue el de una nieta de Samu el teniente alcalde  y de eso ya han pasado cinco años. Ahora era el turno de Barbarita la hija de Porfirio el Alcalde, que se casaba con su novio el del coche tuneado y los brazos tatuados.  Hay veces en que los hechos mas disparatados se presentan de tal forma que terminan haciendo que una cosa dependa de otra por muy inverosímil que parezca.
         Justo hace un año, por el mes de mayo pasado, comenzó el calvario de Porfirio el Alcalde. Primero fue el disgusto que le dio su hija cuando dijo que se casaba y a continuación vino el anuncio de que Pedrito se presentaba a las elecciones municipales. Porfi, como lo llama su mujer, no sabría decir si odiaba más al novio de su hija o al Pedrito de los c….
Pedro, también conocido como Pedrito el catalán por su corta estatura no es del pueblo, es natural de San Feliu de Llobregat y descendiente de emigrantes andaluces. Allí conoció a la Juani, su mujer, la hija de Paco el cestero, que se fue del pueblo de muy jovencita, a trabajar de criada en Barcelona en casa de unos señores ricos. Vivieron allí hasta que Pedrito se jubiló, más bien se prejubiló, que como trabajaba en telefónica a los cincuenta y cinco años lo despacharon para casa.
         Pedrito a pesar de no ser del pueblo tenía, a decir del Senado, opción de ganar las elecciones. El hombre no es que fuese nada del otro mundo, pero es que mucha gente quería librarse del alcalde actual. Porfirio es buena persona pero muy bruto y tras siete años como alcalde se había ganado la enemistad de medio pueblo. Cuando Pedrito anunció que se presentaba a las próximas elecciones municipales, se formaron dos bandos en el pueblo: en uno estaban Ovidio el pastor, Toño el conejo, las Medias, Samu el teniente Alcalde y en general los que vivían del campo o habían sido labradores, y que apoyaban a Porfirio. El resto de los vecinos capitaneados por los dueños del bar, estaban en contra. Fue Marisa la que convenció a Pedrito para que se presentase.
         La otra causa de los quebraderos de cabeza de Porfirio el Alcalde era su hija. Cuando la niña dijo que se quería casar, su padre puso el grito en el cielo. Las voces se oían desde la casa de los belgas hasta el monte, donde Toño el conejo guardaba las ovejas, hacía vibrar las vajillas en las alacenas hasta tal punto que a las Medias se les cayó un plato recuerdo de Segovia que tenían colgado en la cocina, los estorninos asustados alzaron el vuelo desde sus posaderos en la chopera para ir a refugiarse bajo el tejado de la iglesia.
-         ¡Tú no te casas con semejante inútil! ¡En esta casa no entra ese zángano mientras yo viva! Si te casas con ese espécimen no vuelvas.
Estas y otras sentencias por el estilo formaban  el repertorio del Sr. Alcalde, siempre adornadas con calificativos como inútil, zángano, chorizo, sinvergüenza, mangante, chulo, drogadicto, zopenco,… y otras que es mejor no reproducir.
Olivia, la mujer del alcalde, contaría después en la panadería de Justo, que cuando su marido daba esos gritos la cabeza se le hinchaba, la cara se le ponía primero roja, luego blanca, luego otra vez roja y vuelta a empezar. Las venas del cuello parecía que le iban a estallar. Pero lo que más miedo daba eran los ojos, que los tenía saltones como los de las ranas, por fuera de la cara e inyectados de sangre. Gritaba sin parar, ni siquiera para respirar y recitando su letanía: “tu no te casas con ese chorizo, en esta casa no entra semejante inútil mientras yo viva”. Cuando por fin terminaba y respiraba, la cabeza volvía a su tamaño normal, hasta que otra vez retomaba su repertorio.
El fin de semana llegó de la ciudad Marta, la otra hija del Alcalde y Olivia. Las dos hermanas no pueden ser más diferentes. Mientras que la Bárbara es un pendón desorejao y una cabeza loca, su hermana Marta es todo lo contrario. Dos años mayor que la Bárbara, siempre fue formal, responsable y buena estudiante. Era la que mejores notas sacaba de toda la escuela y ahora está estudiando medicina y por lo que se dice, lleva camino de convertirse en el número uno de su promoción. Martita es el ojito derecho de su padre y lo que la niña dice es palabra de Dios.
Marta intentó convencer a su hermana de que estaba equivocaba. Aunque su padre dijese las cosas a gritos, de mala manera y como un bruto, esta vez tenía razón. Pero la Bárbara estaba convencida, y no hay tu tía, “que me caso y punto” y añadía “he cumplido los dieciocho años en enero y como mayor de edad que soy puedo hacer lo que me de la gana”. Marta lo siguió intentando durante todo el fin se semana, pero fue en vano, ninguno de sus argumento consiguió hacer cambiar de opinión a su hermana.
El estado de ánimo de Porfirio era de marejada a fuerte marejada, con momentos de mar gruesa. Dirigirle la palabra eran ganas de arriesgar la vida y se podía estar seguro de que se iba ha recibir una mala contestación, cuando no algo peor. Llegado el lunes el Alcalde como todos los días entró en el bar de Pepe a tomar una cerveza. La mala suerte hizo que ese día entrase por casualidad, Felipe González el Taxista de Castro, que venía de dejar a las Medias en su casa.
-         Ya no llueve como en los inviernos de antes- dijo el taxista.
Fue suficiente para desatar la furia de Porfirio.
-         ¡Tú qué sabrás! ¿Acaso llevas el registro de lo que llueve? Se habla por no estar callado, sin conocimiento de causa - y patatín patatán.
Los que estaban en el bar no daban crédito. Una cosa es el mal café que se gasta Porfirio, que es su estado natural y al que todo el mundo está acostumbrado y otra cosa son estos arranques de furia sin venir a cuento. El pobre Felipe no sabía donde meterse. Pepe el camarero intentó apaciguar los ánimos.
-         Bueno Porfirio, que no es para tanto. No te pongas así.
-         ¡Cómo que no es para tanto! ¿Me lo vas a decir tú, que lo único que has hecho en tu vida es poner el café a cuatro jubilados?
La pelotera, el griterío que se organizó todavía se recuerda. Pepe quería echar a Porfirio del bar, y éste, que a él, el Alcalde no lo echa ni Dios. Marisa, la mujer de Pepe, alarmada por el alboroto y viendo que aquello llevaba camino de convertirse en un nuevo Waterloo, llamó por teléfono a Olivia para que viniese a recoger a su marido. De camino al bar se encontró con la pareja de la Guardia Civil y allí se encaminaron los tres. Cuando Olivia, el sargento Tejedor y la guardia Rodríguez entraron en el Bar se encontraron con que Porfirio tenía agarrado por las solapas de la chaqueta al taxista mientras que Pepe amenazaba con un garrote que en un lateral tenía serigrafiado el texto:  “Aquí el que no paga, cobra”. Al ver a los agentes de la autoridad los contendientes establecieron una tregua, aunque la verdadera autoridad la ejerció Olivia que se fue hacia su marido, lo agarró por el brazo y le dijo muy seria.
-         Para casa y sin rechistar.
Y así fue. Cuando llegaron a casa, Olivia le puso las peras a cuarto a su marido. “¡Ya está bien de tanta tontería! Estas haciendo el ridículo delante de todo el pueblo. ¿Tú te crees que a mi me gusta el novio que se ha buscao? Pues para que no sepas: no. Pero por mucho que nosotros digamos la niña va a hacer lo que le de la gana. ¿O es que no sabes como es? Si en lo de testaruda ha salido a ti. Así que o lo tomas o lo dejas, o se casa o se nos va y no volvemos a verle el pelo y a ver cómo termina, con lo mal que están esos mundos de Dios”.
         Al día siguiente llegó el ultimátum de Bárbara, el pendón.
-         O me dejas casar o voto a Pedrito, el catalán.
Porfirio se quedó pasmado y en silencio, como una estatua. Al oir la amenaza de su hija, Olivia por precaución recogió la vajilla, temiendo la reacción de su marido. El Alcalde empezó despacio, pero según fue asimilando la noticia se iba alterando cada vez más, hasta que llegó a un punto en que pensaron que le daba un infarto. “¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¡Esto es el colmo! ¿Cómo puede hacerme esto a mi, mi propia hija? Con lo que yo me he sacrificado por vosotras, que nunca os ha faltado de nada. ¿Así me lo pagas? Me traicionas. Primero que te quieres casar con… con ese… mangante y como no te dejo, que lo hago por tu bien, me vienes con esto. No podías haber elegido nada peor para hacerme daño. Si es lo que buscabas lo has conseguido.  Decirme a mí, en mi cara, mi propia hija, que prefiere votar a ese sinvergüenza antes que a mí. A cualquier otro lo admito, pero precisamente a ese chorizo no. ¡No lo consiento! Votar a ese forastero, que solo viene a robarnos, o es que ¿ya no te acuerdas de lo que nos hizo? ¿Ya se te ha olvidado que prefirió vender el corral que tenía su mujer junto al nuestro, a esos forasteros, por cuatro duros con tal de no dárnoslo a nosotros, con la falta que nos hacía?
Como el Alcalde se calentaba cada vez más y temiendo que a su marido le fuese a dar algo, Olivia le interrumpió.
-         Mira Porfi, así no podemos seguir. O dejas casar a la niña o yo también voto al catalán.
Fue el remate de Porfirio. Ya no sabía ni qué decir ni qué hacer. Tenía la boca abierta y babeaba. Empezó a balbucear. “Tu también, tu también, tu también… vais a acabar conmigo… Señor, ¿porqué me castigas de esta forma?...” Pero el pobre hombre todavía no sabía que le esperaban más disgustos.
Al día siguiente se presentaron en casa del alcalde, Adela, la hermana de Olivia y sus cuatro hijas. Traían a la abuela. Se reunieron todas en la cocina. La abuela en su silla de ruedas presidiendo la mesa, rodeada por sus dos hijas y las cinco nietas presentes. Según Porfirio de esa conjura judeomasónica, de ese contubernio no podía salir nada bueno, sobre todo teniendo en cuenta que está por medio su suegra o lo que es lo mismo el representante del Diablo en la tierra. Ya se lo advirtió su padre cuando le anunció que tenía la intención de casarse con Olivia, la hija de Juan Simón. “Mira hijo- le dijo-, Olivia es buena mujer, y si puedes cásate con ella, pero ten cuidado con su madre que es un mal bicho y además roja e hija de rojos”.
Cuando terminó la reunión de los rebeldes acudió a su encuentro Adela, la hermana de su mujer y le espetó.
-         O dejas casar a Barbarita, o nosotras también votamos a Pedrito.
A Porfirio ya le daba todo igual. Le habían abandonado, se sentía como el último paria de la tierra. “¡Cuánto mejor estoy yo en el monte con las ovejas, sin tener que aguantar a las mujeres de la familia!” Si por lo menos estuviese aquí Martita, que es la única que me comprende”. Decidió que lo mejor que podía hacer era irse al bar a beber algo. Cuando Pepe lo vio llegar empezó a preparar la artillería, sacó otra vez el garrote y se dispuso para la pelea. Pero esta vez el Alcalde no estaba en condiciones de presentar batalla, el ejército estaba derrotado y los heridos acudían a curar las heridas. Durante el tiempo que permaneció en el bar estuvo en silencio y con la cabeza gacha. Esa noche Porfirio tardó más de la cuenta en regresar a casa y cuando emprendió el camino hacía más eses que de costumbre. Marisa la del Bar telefoneó a Olivia para anunciarle el estado en que iba su marido, y para decirle que no fuese muy dura con él.
- Se ha portado bien, no ha formado jaleo ni ha querido pegar a nadie- dijo Marisa.
-¡Menos mal! - respondió Olivia.
- El hombre lo está pasando mal. Está preocupado, es comprensible. El caso es que es bueno, pero a veces se pone muy bruto. Y como mi Pepe tiene tan poco aguante, pues ya tenemos el lío montado.
- Ya lo se, ¡que me vas a contar a mi!, que me toca aguantarle todos los días… Que muchas gracias…
- No hay de qué, mujer.
- Adiós.
- Hasta mañana.
Al día siguiente Porfirio se levantó con dolor de cabeza, sacó las ovejas del boil y las llevó a pastar a la Peña las Víboras, porque es el sitio más alejado del pueblo y el más solitario. No tenía ganas de ver a nadie. Cuando al anochecer regresó a casa llamó a Martita, su hija buena, le explicó lo sucedido durante los últimos días y le pidió consejo. Su hija le contestó:”No te queda más remedio que aceptar, pero puedes hacer una cosa. Acepta que Bárbara se case, pero ponle como condición que tenga que esperar un año. A lo mejor hay suerte y durante este tiempo se da cuenta del error que comete casándose con ese bodoque”. Para Porfirio lo que decía su hija mayor era palabra de Dios.
         Porfirio reunió en el salón de casa a Olivia, a Bárbara, a su cuñada y a sus cuatro hijas y a la bruja de su suegra. Allí les expuso las condiciones del armisticio. Al principio Bárbara se opuso, pero su madre dijo que le parecía razonable y que además con los preparativos de la boda el año se pasaba en un santiamén. La boda quedó fijada para el mes de mayo del año próximo, quince días antes de las elecciones municipales. El que más contento se puso fue Don Simón, que hacía cuatro años que no oficiaba una boda en la iglesia de San Lorenzo, y haciendo memoria, el último bautizo fue hace diez años, que son los que tiene el Vivillo.










No hay comentarios:

Publicar un comentario