CAPITULO XXII
Ha llegado el momento de recoger los bártulos y emprender el camino de vuelta. Los nueve meses han pasado pero no volando ni en un suspiro como predecían los oráculos.
¿Para qué sirve hacer planes si la vida los desbarata al momento?, ¿para qué imaginar el futuro, si con el presente tenemos bastante ocupación? Daniel cuando estaba pensando en si aceptar el encargo de venir o no a San Lorenzo nunca se imaginó que conocería a Irene, ni a Ovidio, ni a los Belgas, ni a Don Simón, ni a Porfirio, ni al Mariscal, ni al Vivillo, ni a Marisa, ni a tantos otros. Durante los días que ha vivido en este pueblo ellos han sido los personajes de su película. Ahora que se va dejarán de serlo. ¿Durante cuánto tiempo los recordará?, ¿cuántas noches más se despertará pensando en Irene? ¿Cinco?, ¿Diez? ¿Cien? Imposible saberlo. ¿Lo que ha vivido le servirá para el futuro? Preguntas y más preguntas que no conducen a nada. Centrémonos en los hechos que son la tarea del cronista. El hecho cierto es que Daniel está contento por que vuelve a casa y triste porque deja San Lorenzo. Es normal, a estas contradicciones ya nos hemos acostumbrado. Por otra parte siente como un vacío en el estómago, como si se dejase algo por hacer, pero no sabe muy bien qué es.
Dentro de pocas horas se marchará, pero parece como si San Lorenzo se empeñe en sorprendernos hasta el final. Que equivocado estaba Daniel cuando pensaba que se aburriría en este destierro.
Estaban esperando a la puerta de la iglesia la llegada de la furgoneta para cargar las cosas. La mañana era fresca y estaba nublado. En lugar del vehículo el que se presentó fue el Mariscal. Llegó con intención de contar un sucedido que se había producido el domingo pasado en el mismo lugar en que ahora estaban. Daniel ya conocía el caso porque en estos días había sido el comentario del pueblo. Merece ser contado porque es algo gracioso y simpático, que desgracias ya hemos contado muchas.
El Mariscal es el protagonista de la anécdota y a Daniel le apetecía escuchar su versión. Aristóteles Leonardo se sentó en las escaleras de la Iglesia al lado de Daniel, dijo, “Buenos días” y se giró para saludar a los otros que allí estaban con un “buenoooo”. Comenzó su discurso sin más preámbulos.
“El domingo que es el día en que Dios descansó, después de crear el mundo, y yo descanso también, que para eso soy buen cristiano, educado en la fe católica apostólica y romana, que era la fe de mis padres que en paz descansen…, el domingo vine a la Iglesia, pero no para ir a misa, que como sabrás o no sabrás, y si no lo sabes yo te lo digo, que para eso estoy aquí, yo no entro nunca en misa, que aunque yo sea católico y creo en Dios, no entro porque como decía mi abuelo que en paz descanse, la misa y el pimiento son de poco alimento, y tampoco entro porque soy heredero del Mariscal Junot,, que era un francés del siglo de la iluminación, y aunque creyente no quiere saber nada de curas ni de iglesias, que son unos ignorantes, y yo como sabes soy un botánico, o sea un científico”.
- Al grano, Mariscal, que te vas por los cerros de Úbeda”, -interrumpió Daniel.
- Pues que sepas que en los detalles está la gracia de las cosas- dijo el Mariscal y Daniel no pudo menos que pensar que seso y raciocinio no tendrá pero de inteligencia anda sobrado. El Mariscal continuó:
“Estaba en mi casa esboldrando una parra que dicen que después de vendimiar enseguida hay que esboldrar, cuando se me vinieron a las mentes unas ideas, que yo pienso mucho, que ya desde pequeño lo hacía porque me lo decía mi padre, que tenía que pensar mucho para ser algún día tan grande como Aristóteles o Leonardo, que son los más grandes pensadores de todos los tiempos, y he pensado que como dentro de poco se va a acabar el mundo, porque los Mayas han dicho que en el 2.012 llega el fin del Mundo, pues eso que yo he pensado que había que contar lo que ha pasado en San Lorenzo este verano, que es algo muy raro y muy curiosos, que si no, para que van a venir tantas televisiones, y que sepas que unos me dijeron que iban a volver para hacerme un reportaje, para que les cuente como es que soy el legítimo y único heredero del Mariscal Junot. Me se ha ocurrido a mi solito que antiguamente cuando se cometía un crimen turbulento, los ciegos lo dibujaban en una pizarra y hacían unas coplas o unos romances o como se diga, y los cantaban por las plazas y a las puertas de las iglesias. Así que yo hice lo mismo, en un tablero que tengo en casa que utilizo para que no se me salgan los conejos pegué unas fotografías de los periódicos, que en una está la Nico, en otra Ovidio y en otra Don Simón que me ha hecho la faena, porque se ha matao y ahora he tenido que cambiar el romance, aunque no me importa porque como soy muy buen poeta lo he cambiado rápido y punto. Cuando tenía el cartel preparado y me aprendí de memoria el cuento, que yo tengo muy buena memoria, que hasta me se todas las capitales de América, y si no me lo puedes preguntar. Venga pregúntame alguna”.
- No hace falta- dijo Daniel. Te creo.
- Que sí hombre pregúntame.- Insistió el Mariscal.
- ¿Cuál es la capital de… Paraguay?
- Asunción. ¿A qué si?
- Sí.
- Ves como me las sé. Pregúntame otra.
- Deja, deja que nos dan las uvas. Termina tu historia.
“ Me fui a la puerta de la iglesia, y ahí junto a la puerta, puse el cartel y al salir la gente empecé a decir el romance y la gente se paraba a escuchar, y entonces llegó el Alcalde que me tiene manía y no me puede ni ver, porque yo digo las cosas a la cara que a mi no me gusta andar por detrás, y por eso no me quiere, bueno por eso y porque me tiene envidia que yo soy Mariscal y el solo Alcalde, que en comparación eso no es na, y me dijo que quitase de allí esa basura y que dejase de hacer el tonto, y a la gente no le gustó que dijese eso, que empezaron a decir, que yo no hacía mal a nadie y que estaba muy bien la copla que me había inventado y que me dejase terminar, y entonces Porfirio dijo que no estaba bien que dijese esas cosas estando por medio Don Simón que el domingo todavía estaba vivo, y que si quería hacer el tonto que fuese a la plaza que allí no molestaría a la iglesia. Así que me tuve que ir a la plaza y allí se reunió mucha gente y cuando terminé de contar lo que había escrito con mi mente, todos me aplaudieron y yo saludé como hacen los artistas con una mano en el estómago y inclinando el cuerpo pa delante, que he visto en la televisión que lo hacen así, y como me ha quedado tan bien tengo pensado que lo voy a preparar mejor para que cuando vengan los de la televisión a hacerme el reportaje lo puedan grabar y a lo mejor lo ve alguien que entienda de arte y me llama para ir a algún teatro, que nunca se sabe donde está nuestra oportunidad y hay que probar porque si la dejas pasar, las oportunidades luego ya no vuelven”. El Mariscal se levantó de repente y dijo:
- Como tú, ya te vas, te voy a dar una copia de lo que he escrito para que lo leas y si te encuentras con algún director de cine o un artista se la enseñes.
El Mariscal le entregó unos papeles amarillos y arrugados. Eran unas papeletas de voto de Alianza Popular. Por la parte de atrás con letra infantil estaba escrito el romance. Daniel guardó las hojas en el bolsillo del pantalón.
Llegó la furgoneta de la empresa para recoger las cosas.
- Perdonar que me haya retrasado, pero salí tarde y para remate me ha parado la Guardia Civil. ¿Es normal que se pongan en este pueblo a mirar a todos los coches que pasan?- dijo el conductor.
- No lo hacen nunca- dijo José Luis López.
Daniel no participaba de la conversación. Estaba ausente, ocupado en sus pensamientos. Recordaba la frase del Mariscal “hay que aprovechar las oportunidades”.
- ¿Tenemos tiempo de tomar un café?, no he desayunado- dijo el conductor.
- Pues claro, hombre- dijo Natalia.
Se encaminaron los tres hacia el bar.
- ¿Tu no vienes?- preguntaron a Daniel.
- No. Tengo que hacer una cosa. Me llevo la furgoneta.
Subió al vehículo y lo puso en marcha. Recorrió el tramo de carretera lleno de curvas y de baches y al llegar al cruce con la carretera general se topó con el control de la Guardia Civil. Un montón de coches con las luces encendidas estaban estacionados a ambos lados de la carretera, habían extendido sobre la calzada una cadena llena de pinchos que obligaban a pasar por un sólo carril. Los Guardias llevaban chalecos reflectantes de color verde y estaban fuertemente armados.
Daniel no sabía lo que iba a hacer. Durante el camino repetía constantemente la frase del Mariscal. Estaba guiado por un impulso, por la necesidad de llenar el vacío que sentía en el estómago desde ayer.
Un Guardia Civil de bigote le hizo gestos con la mano para que continuase. Dos coches estaban parados en el arcén, con el maletero abierto y unos guardias revisaban el interior. Tenían un perro que se subía a los coches y olfateaba el interior mientras los ocupantes esperaban fuera a que terminase la operación.
Daniel llegó a la altura del guardia de bigote que repitió el gesto con la mano para que continuase. Daniel desobedeció. Detuvo la furgoneta detrás de los otros dos coches.
- ¿No me ha oído? Continúe usted, no se detenga por favor.- dijo el Guardia Civil
No hizo caso, paró el motor, abrió la puerta y descendió. El Guardia empezó a mosquearse.
- ¿Le pasa algo?- preguntó.
Daniel no contestó. Buscaba a alguien. La encontró junto al primer coche, estaba revisando el contenido del maletero. Se dirigió hacia ella.
El Guardia del bigote ordenó.
- Deténgase.
No hizo caso, continuó el camino. Por un momento recordó una situación vivida no hace mucho en la que también se dirigía al encuentro de una mujer, sólo que aquella vez sonaba un pasodoble y ahora se escuchaban los gritos de la Guardia Civil. Tuvo miedo. “Si me vuelve a pasar algo parecido no lo voy a aguantar”. Dudó durante unos instantes, no sabía si continuar o darse la vuelta. Le llegó un pensamiento estúpido. Pensó en los pies. Los sentía sobre el suelo. “La otra vez caminaba sin notar el suelo, sin saber donde ponía los pies”. Ahora los sentía perfectamente, es más el asfalto desprendía un calor agradable. Este pensamiento tan ridículo, esta diferencia con respecto a la otra vez, este sentir los pies, fue lo que le dio el ánimo para continuar.
El resto de los Guardias que estaban en el control se dieron cuenta de que algo raro pasaba. El que mandaba allí era un guardia viejo, muy alto y con una tripa considerable. Al ver a Daniel empezó a gritar.
- ¿Qué coño pasa aquí?
Daniel siguió su camino. Llegó hasta donde estaba la Guardia Rodríguez y dijo “hola”.
- ¿Qué haces aquí?- preguntó Rodríguez.
El Guardia de la tripa se acercaba profiriendo amenazas.
- Cuando vayas a Madrid me gustaría verte- dijo Daniel mientras ofrecía una tarjeta con su número de teléfono a Rodríguez.
Al Sargento Tejedor que estaba observando la escena se le dibujó una sonrisa en la cara. El tío se lo estaba pasando a lo grande. Esto le proporcionaría munición para burlarse de la agente Rodríguez durante semanas, que las guardias son muy largas y hay veces que ya no se sabe de que hablar con los compañeros.
El guardia tripudo estaba a punto de alcanzar a Daniel. Al pasar por delante del Sargento, éste le dijo:
- Tranquilo mi teniente, es inofensivo, está todo controlado.
- Me cago en los inofensivos y en la madre que los parió. A mi no me monta ningún gilipollas este número en medio de una operación.
Daniel insistió. Seguía con el brazo extendido ofreciendo la tarjeta.
- ¿Me llamarás?
La Guardia Rodríguez se puso colorada y miró a los lados. Vio a sus compañeros muertos de risa. Agachó la cabeza. A ella que siempre es tan seria, tan estricta que hasta sus compañeros la temen, precisamente a ella le está pasando esto.
El jefe de los guardias estaba a sólo dos pasos de Daniel, a punto de ponerle la mano encima.
Daniel miró a Rodríguez y repitió la pregunta:
- ¿Me llamarás?
Lo que sucedió a continuación pasó muy rápido.
La guardia Rodríguez cogió la tarjeta, levanto la vista y dijo:
- Sí.
Daniel se giró para marcharse justo cuando el gordo estaba a punto de echarse el guante. Iba a dar la orden para que lo detuviesen, pero el sargento Tejedor intervino:
- Mi Teniente, déjelo ir, por favor. Nos ha estado ayudando. Luego le cuento.
Daniel llegó a la furgoneta. El Guardia del bigote se partía de risa.
- Le has echado cojones chaval, eres el primero que se atreve a acercarse a la fiera de Rodríguez.
Cuando llegó a la Iglesia sus compañeros le estaban esperando.
- ¿Dónde has estado?- preguntaron.
- Ya os dije que me quedaba una cosa por hacer.
Daniel ya no sentía el vacío en el estómago. Cargaron las cosas y emprendieron el viaje.
Cada lugar por el que pasaban le traía un recuerdo. En las eras recordó a Toño el conejo y a su perro negro perseguido por la oveja recién parida, al pasar por la dehesa recordó a los alcaudones y los zarzales donde tenían sus nidos, al pasar por el puente del río recordó a Ovidio y cuando iban a pescar los cangrejos. Nada le recordó a Irene. Al llegar al cruce ya no estaba el control de la guardia Civil, pero si pensó en la agente Rodríguez. Entonces recordó la nota que le había dado el Mariscal. La sacó del bolsillo del pantalón y leyó. Decía así:
En el pueblo de San Lorenzo
Una noche de verano
Un hombre se ha tomado
La justicia por su mano.
Todo ha comenzado
Porque Justo el panadero
En la puerta de su casa
Este cartel ha colgado:
“Ha llegado la ocasión
Después de mucho trabajar
De coger la jubilación”
Por tres agujeros, tres,
La sangre se desparrama
Tiñe de rojo los suelos
Llega a los pies de la cama
Y lo que antes era blanco
Ahora se vuelve grana.
El crimen fue cometido
No por el legítimo esposo
Sino por otro amante cornudo
Que no era sospechoso.
Caso tan curioso
Es difícil de explicar
Que fue portada de periódicos
Y todavía da que hablar.
No se entiende como
Gente de tanta edad
Anda de cama en cama
En lugar de en su casa estar
La mujer tiene sesenta
El panadero sesenta y dos
El marido dedos de ocho manos
Cuenta y multiplica por dos.
No era ningún misterio
Que la mujer del pastor
Ha cometido adulterio
Y para su alma salvar
Recurre a Don Simón.
Tanto trabajo tiene
El bueno del confesor
Que entre pecadora y Santo
Pronto nace el amor.
Al pastor se llevan preso
En una celda han encerrado,
Pero él guarda silencio
El crimen no ha confesado.
El pastor ha recibido
Visita de D. Simón
Y el cura ha confesado,
No es secreto de confesión:
“por celos he matado
Y el pecado cometido
De Dios no tiene perdón”
Tres semanas retenido
Tuvieron al desdichado
Pasadas las tres semanas
Con un cordón se ha suicidado.
Dos hombres han muerto
Por culpa de una mujer
Y por buscar un sitio
Donde poderla meter.
Un crimen cometido
No nos hace criminales
Que nos traten con respeto
Es lo único que pido.
Sepan que en San Lorenzo,
Aquellos que nos miran mal,
que un buen retablo tenemos
y al más grande Mariscal.
FIN