Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







jueves, 5 de julio de 2012

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo XX)


CAPITULO XX

Que en un pequeño pueblo de Castilla, el cura hubiese asesinado al panadero era una bomba informativa. La noticia saltó de las páginas interiores de los periódicos a las portadas, acaparando incluso más espacio que el último rifirrafe entre el gobierno y la oposición, en la sesión de control parlamentario.
En esta ocasión a la periodista del culo gordo la acompañaron otros muchos más. Las cadenas de televisión y radios enviaron unidades móviles para hacer conexiones en directo durante todo el día.
Los habitantes de San Lorenzo del Valle se refugiaron en casa, cerraron puertas y ventanas y se prepararon para resistir el asedio.
Toño, el Conejo, no tenía más remedio que salir si quería que las ovejas pastasen ese día en el monte. Al pasar por la calle de las eras con su rebaño fue asaltado por un enjambre de periodistas. Toño pudo comprobar que los de las avispas son menos peligrosos que los de los periodistas. Las ovejas asustadas por la jauría empezaron a correr y el perro negro de Toño mordió a un cámara en una pierna. Gracias a Dios el perro no hizo carne y la cosa se saldó con un descosido en la pernera del pantalón del reportero.
Hemos llegado a la conclusión, que San Lorenzo del Valle y la prensa no tienen suerte en sus relaciones. Los periodistas acudieron a la casa de Ovidio en un último intento, para obtener algo de información, alguna imagen que sacar en el noticiario de las tres, pero allí tampoco tuvieron éxito. La casa estaba cerrada a cal y canto. Tal era su desesperación que abordaron a Daniel cuando caminaba hacia la iglesia. Intentó evitarlos cambiando de calle para entrar por la puerta de la sacristía, pero algunos lo persiguieron, terminando todos en una carrera ridícula. El Che le llamó esa noche para decirle que le había visto en televisión corriendo como si fuese un delincuente.
Tanto desencuentro con los periodistas tuvo algo positivo y es que, desengañados, abandonaron San Lorenzo y trasladaron sus equipos móviles a la ciudad a la búsqueda de declaraciones del Gobernador Civil o del señor Obispo y no volvieron a molestar a los vecinos del pueblo.
Al día siguiente regresó la Nico acompañada por uno de sus hijos y por la tarde llegaron los otros tres. Lo que pasó en esa casa no lo sabemos, que ninguno contó nada de lo hablado, discutido o acordado durante esas horas. Lo único que podemos contar y eso porque Pepe, el del bar estaba presente, es que a la mañana siguiente se presentó en el bar, Cosmín ,el hijo mayor de Ovidio para desayunar antes de emprender el viaje de retorno a su casa. Estaba Cosmín mojando la magdalena en el café cuando entró en el bar uno de los senadores, a por su ración diaria de aguardiente.
-         Buenos días Cosme- dijo el Senador.
Aunque todo el mundo lo conoce por Cosmín, lo llamó por su verdadero nombre porque sabía que al hijo de la Nico no le gustaba el diminutivo. Lo dejó bien claro, siendo todavía un crío, un día en las fiestas del pueblo cuando se pegó con otro chico de un pueblo vecino porque lo llamó Cosmín. Repitió la operación durante los siguientes meses con todo aquel que se atrevía a emplear el apodo. A todos zurró la badana a pesar de su pequeño tamaño, que de ahí viene lo de Cosmín. El niño al nacer pesó siete kilos y era tan grande como un ternero pero en eso se quedó, que una vez que salió del vientre de su madre, le dio por no comer y se fue quedando canijo y raquítico.
-         Buenos días- contestó Cosme.
-         ¿Cómo llevas lo de la muerte de tu padre?- preguntó el senador.
Pepe el del bar, pensó que se iba a liar. Se equivocó. Cosme, el mismo que de niño al ser preguntado por a quién se parecía más si a su padre o a su madre, respondía que al panadero, el mismo que se pegaba con los muchachos en las fiestas, contestó al senador tranquilamente de la siguiente manera:
-         Una cosa te digo y que te quede bien claro. Yo seré hijo de Justo el panadero, pero mi padre es Ovidio.
Pagó el desayuno y se fue.
Pasaron varios días sin novedad. Septiembre estaba a punto de terminar y el trabajo de Daniel en San Lorenzo también. Vagabundeaba por el campo como todas las mañana de domingo cuando se encontró con Ovidio en la viña.
-         ¿Qué haces?- dijo Daniel.
-         Estoy colocando estos trastes para espantar a los pájaros y que no se coman la poca uva que hay.
La viña parecía un carnaval. Ovidio tendía cuerdas entre unos postes de madera clavados en el suelo. De las cuerdas colgaban todo tipo de objetos, botellas de plástico, cedés, trapos, todo aquello que fuese viejo y de muchos colores le servía.
     Ovidio se sentó en una piedra. Llevaba una bolsa de la que sacó una hogaza de pan.
-         ¿Quieres?- ofreció a Daniel.
-         Bueno.
El menú se componía de jamón, chorizo y queso. Daniel partió una rebanada de pan y sobre él extendió un trozo de jamón. Comieron en silencio. De vez en cuando bebían un trago de la botella de vino. El vino casero, fabricado por Ovidio, era ácido, turbio y de un color indefinido, ni tinto ni blanco. Al cabo de un rato Daniel preguntó:
-         ¿Por qué no dijiste que tú no habías sido?
-         Porque si no llega a adelantarse Don Simón yo lo habría matado. Deseaba su muerte y estaba decidido a hacerlo. Soy inocente de la ejecución pero culpable de la intención. Según las leyes no merezco castigo, pero para mi y para mi conciencia…
Ovidio empezó a llorar, entre sollozos fue capaz de decir:
-         Nunca perdonaré a Don Simón. El no tenía derecho a matarlo, era yo quien tenía que hacerlo.
¿Por qué llora Ovidio?, ¿Por qué no se declaró inocente?
A Ovidio no le faltan motivos para llorar. Su mujer le ha sido infiel durante toda la vida, y ahora ha descubierto que no con un solo hombre como creía sino con dos a la vez. Ni en los culebrones se ven cosas así. Una vez más comprobamos que la realidad supera a la ficción. Sus hijos no son suyos, que son fruto de la infidelidad de su mujer. Y para colmo de males cuando llegó el momento de hacer justicia otro se le adelantó, arrebatándole su derecho.
¿Qué hubiésemos hecho nosotros en la situación de Ovidio? La pregunta es difícil. Aquellos que lo creen tener muy claro, son o peligrosos o unos estúpidos, y el que se de por aludido allá él.
Pensando como un espectador y desapasionadamente la respuesta fácil y lógica es: te divorcias y punto. Pero esta solución tan razonable tiene un problema y es que se olvida de los sentimientos, de las pasiones. Es este componente el que hace que la cosa no sea tan sencilla. Habrá muchos que tampoco estén de acuerdo con esa solución por otros motivos. Los creyentes de varias religiones la rechazarán, unos dirán que hay que aguantar y confiar en que Dios nos dará fuerzas para continuar y que ante tales sacrificios recibiremos nuestro justo premio, que no sabemos muy bien en qué consiste. Otros, más fanáticos, aplicarán esa justicia consistente en el castigo y por eso lapidarán a los adúlteros. En estos casos la barbarie vence a la civilización y es lógico que se luche contra esas prácticas salvajes que acaban con la dignidad de las personas y los derechos humanos.
No son los únicos que piensan que la muerte de los adúlteros es la solución. Vemos en las noticias como los maridos matan a sus esposas por cosas como ésta. Ovidio optó por matar al amante de su mujer y en eso mismo pensó Don simón. Ambos son concientes que eso es un crimen o un pecado, que nos destruye, que nos rebaja a la condición de animales. Y esta es la causa por la que Ovidio llora. No es tanto por las penalidades o el engaño, es porque al matar estamos abandonando nuestros valores y nuestras creencias, nos perdemos a nosotros mismos. Si ya no somos nosotros entonces no somos nada. Por eso muchos se suicidan después de cometer el crimen y no antes como sería lo lógico. ¿Cuántas veces hemos oído eso de que: Por qué no se suicidó antes de matar a su mujer?”. Por eso mismo, porque antes de cometer el crimen todavía era Yo, pero una vez que la mató puede que recuperase la honra pero se perdió a sí mismo. Perdió sus valores y su humanidad.
Hay que erradicar este tipo de crímenes y para ello hay que borrar de la sociedad conceptos como la” honra” y la restauración del honor perdido, hay que acabar con las bromas y los chistes de cuernos y cosas así y hay que meter en la cabeza de todos que la infidelidad es un problema del que la practica y no del que la padece. La Nico es por naturaleza infiel, puede que de joven estuviese enamorada de Justo, que fuese el amor de su vida, pero su infidelidad no tiene nada que ver con el amor. Ella es infiel como otros son tímidos o extrovertidos, habladores o reservados, generosos o avaros.
Ovidio no llora por eso. Llora porque deseó la muerte de Justo y a punto estuvo de matarlo. Eso va contra su moral y sus principios, y nada tiene que ver con la religión o cosas así. Es culpable de desear la muerte de alguien, por eso se dejó detener y por eso no dijo nada cuando estaba preso. Para su conciencia es culpable. Habrá quien no lo entienda. Pues claro. No es posible comprender los pensamientos de lo demás. Cada uno de nosotros tenemos nuestra forma de pensar y de actuar, que no tiene porque coincidir con la de nadie más. Y esto si que es una perogrullada que muchos no llegan a comprender en toda su vida.
Para poner orden entre tanto caos el hombre se ha servido de una herramienta que es la base de la convivencia: la ley. Podríamos pensar que la ley es el elemento que emplea el Poder para limitar nuestras posibilidades de pensamiento o de acción, pero es al contrario es la base de la libertad. Porque la Ley es más que las leyes, y hay que saber distinguir una de otra. Eso sí ojo con eso de que “la ley o el caos” que algunos emplean, precisamente, para destruir la libertad. Nosotros pensamos que la libertad es como la energía que ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Algunos quieren “mucha” libertad, quitándosela a los demás y eso lo hemos visto muchas veces a lo largo de la historia con el nombre de dictadura. Dios nos libre de ellos, o mejor aún, las leyes nos libren de ellos.







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