Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







lunes, 25 de abril de 2011

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo III )


CAPITULO III

Al día siguiente Daniel se despertó temprano, esa primera noche en San Lorenzo durmió mal. Por regla general duerme de un tirón, pero esa noche por lo que sea, se despertaba cada poco. La Mantovani como era el primer día de trabajo, y hasta las once no llegaría la furgoneta con el resto del material que faltaba, le citó para esa hora, añadiendo en su habitual tono desabrido “… y sin que sirva de precedente. No te acostumbres. El resto de los días quiero verte a las ocho en punto, ni un minuto más tarde”. Daniel pensó, que si le daba libre ese rato era porque a ella le vendría bien, para hacer sus cosas. Después de desayunar se dirigió a la Iglesia; estaba cerrada. Como no tenía nada mejor que hacer decidió dar una vuelta por los alrededores. Cuando quiso darse cuenta estaba fuera del pueblo. No se veía a nadie. Caminaba por un camino estrecho, lleno de charcos y llegó a una casa destartalada, rodeada por árboles y con aire de estar deshabitada. Se equivocaba. Es la casa de Aristóteles el Mariscal.
         Ese nombre, difícil para los rústicos del lugar y largo para los usos habituales, había pasado por varias fases alargándose y acortándose como un muelle. Le bautizaron como Aristóteles Leonardo por deseo de su padre que tenía la teoría de que los grandes hombres tienen nombres largos y poco comunes, así que cuando nació su primer hijo se fue a estar con el maestro y le preguntó:
-         Don Julián, usted que ha estudiado y que todo lo sabe, dígame: ¿cuál es el hombre más importante de la historia?
-         ¡Hombre!, es difícil elegir a uno. Son muchos los hombres que han hecho historia. Tienes a los grandes conquistadores como Alejandro Magno, o Napoleón, a los reyes y emperadores como Julio César o nuestro Felipe II. Hay muchos.
-         Sí ya, pero yo no me refiero a los reyes o emperadores, que sí, que vale, tiene riquezas y posesiones, pero se pasan la vida batallando para que no se las quiten sus enemigos, y al final los imperios se pierden. Que se lo digan a España, que mire usted en lo que se ha quedado, en na, que hasta los ingleses nos han robado Gibraltar. Yo lo que quiero  saber es quién ha sido el sabio más grande de la historia, porque esos quedan en las enciclopedias con muchas páginas para ellos solos, y además lo que saben no se lo puede quitar nadie.
-         Razón no te falta Eulogio- que así se llamaba el padre del Mariscal, que en paz descanse. Si de sabios se trata los mas grandes han siso Aristóteles y Leonardo da Vinci.
-         Vale don Julián, pero de los dos quién es el más importante.
-         No puedo responder a tu pregunta, la sabiduría no se pueda calibrar, no se puede pesar como a los cebones en la báscula, cada uno en lo suyo ha sido el más importante.
Eulogio no se fue muy convencido para casa. El creía que siempre hay alguien que es el mejor, como él mismo sin ir más lejos, que es el mejor jugador de pelota de la comarca. “Hasta ahora no me ha ganado nadie un partido de individuales, que otra cosa es por parejas que, ahí ya interviene como sea tu compañero”. Estuvo dándole vueltas a la cabeza, pensando en el nombre que debía poner a su hijo, si Aristóteles o Leonardo, y como era costumbre bautizar a los pocos días de nacer, por lo que pudiese pasar, no fuese a llamarlo Dios a su lado sin recibir el sacramento del bautismo, decidió que lo mejor sería ponerle los dos nombres. “Llevar el nombre de dos sabios será mejor que llevar el de uno solo, ¿o no?”, le decía a su mujer tratando de convencerla.
Así fue como se bautizó a su hijo como Aristóteles Leonardo Portanovis García, y gracias a que el cura de entonces no le dejó poner lo de Davinchi como Eulogio quería. No está claro si el que Aris se creyese heredero de un Mariscal francés, se debía a defecto de nacimiento, o a que su padre con tantas ínfulas de grandeza, con tanto querer que su hijo fuese como los grandes sabios de épocas doradas le trastornó el juicio y le estropeó el cerebelo. Fuese por lo uno o por lo otro, el caso es que el niño empezó a mostrar síntomas de no estar bien de la cabeza. En la escuela era capaz de aprender y memorizar las lecciones como el resto de los niños, pero el problema aparecía cuando tenía que interpretar las cosas. Se le ocurrían las ideas más disparatadas. Los maestros se dieron cuenta enseguida, que algo no marchaba bien. Si le preguntaban: “Aristóteles, ¿porqué vuelan las aves?”, en lugar de contestar como los demás niños, “¿por que tienen alas?”, él respondía: “Porque tienen un hilo invisible que solo los pájaros pueden ver, y que los sujeta de las nubes cuando vuelan de día y de las estrellas cuando vuelan de noche”.
Sus compañeros de colegio y, todo el mundo en general, le llamaban Aris. Solo su padre le seguía llamando Aristóteles Leonardo. Con el paso de los años quedó patente que el intelecto del muchacho no funcionaba correctamente. Al cumplir los quince años, su padre le regaló un libro de historia. Hubiese sido mejor que emplease el dinero en comprarle  una bicicleta o un reloj, porque a partir de entonces Aris pegó de decir que era el descendiente y legítimo heredero del Mariscal Junot. Según el libro que le regaló su padre, el General Junot pasó por estas tierras durante la ocupación francesa. Eso fue suficiente para prender la mecha de la locura de Aris. Poco a poco fue construyendo un personaje, montándose una película, según la cual él era el legítimo heredero del Mariscal Junot, y eso le daba el derecho de reclamar las supuestas posesiones que éste había logrado como botín de guerra. Por reclamar, Aris, hasta reclamaba un palacio que se utilizó durante la guerra como cuartel general de las tropas francesas durante la invasión y que actualmente era la sede del palacio episcopal.
Con la intención de que su legítimo derecho fuese reconocido, y se le restituyesen todos sus derechos y posesiones, su mente calenturienta ideó mil maneras de llamar la atención de las autoridades, casi todas ellas extravagantes, y que le llevaron a pasar la noche en el cuartelillo más de una vez. Como aquella vez que el equipo de la ciudad jugó un partido de fútbol con el Barça y Aris saltó al campo interrumpiendo el juego con una pancarta que decía: “Como legítimo y único heredero, universal y vitalicio del Mariscal Junot, reclamo se restituya mi título, derecho y posesiones”. En la portada de los periódicos del día siguiente al partido, apareció una fotografía en la que se veía a Aris, el Mariscal, escoltado por dos policías que lo llevaban prendido del brazo.
En su casa guardaba cientos de recortes de prensa y de fotografías recuerdo de sus actividades reclamatorias. En un lugar destacado, junto a la famosa fotografía del partido del Barça, tenía otra en la que estaba junto al presidente Aznar. En otra Aris colgaba peligrosamente de un cable sujeto a la torre de la catedral llevando entre las manos un cartel reivindicativo. Aquel día no se mató porque Dios no lo quiso y porque el cuerpo de bomberos intervino eficazmente.
Todo cambió hace un par de años cuando a Aris le detectaron una enfermedad crónica en el corazón. Desde entonces ya no monta numeritos fuera del pueblo. Ahora se limita a dar la paliza a sus vecinos, pero como estos ya se conocen la historia, lo evitan o lo despachan rápidamente dándole la razón como a los tontos. Cuando Eulogio, su padre, murió, y de eso ya han pasado diez años, su madre se fue a una residencia de ancianos que las monjas del Divino Tesoro tienen en Matacabras.  Aris, el Mariscal, cerró la casa familiar y él mismo construyó la chabola en la que ahora vive. Prefiere estar lejos de la gente, donde no lo molesten. Como la salud mental del Mariscal es la que es, no se deben sacar conclusiones de aplicación al resto del género humano, pero no deja de ser sorprendente el comportamiento tan contradictorio, errático, casi aleatorio que tenemos independiente de que nuestro cerebro esté sano o enfermo. El Mariscal que se pasó media vida reclamando una herencia inventada, cuando le llega el momento de heredar la casa paterna, la desprecia; y lo que es más curioso, rechaza a la gente, se esconde, quiere que lo dejen vivir a su aire, pero busca permanentemente una víctima a la que contar su historia del Mariscal Junot.
Por el pueblo siempre va acompañado de un perro tuerto y sin rabo al que llama Wellington, y que no hace honor a su nombre, pues es cobarde y deslucido, como comprobó Daniel en esa primera mañana en San Lorenzo del Valle.
El perro en la mitad del camino, extendía su cuerpo intentando calentarse con el tenue sol de la mañana de invierno. Cuando Daniel pasó a su lado huyó con la cabeza gacha, y si hubiese tenido rabo lo habría metido entre las piernas. Entró en la casa. Alertado por el perro, en la puerta apareció su amo. Vestía a juego con la casa. Su indumentaria estaba formada por prendas puestas encima unas de otras sin ton ni son.
-         Buenos días- dijo Daniel.
El Mariscal no contestó. Se limitó a cerrar la puerta y a caminar hacia Daniel. Los locos dan un poco de miedo, y hasta que no los conoces y sabes si pertenecen al género de los pacíficos o de los violentos hay que tomar  precauciones. El hombre sonrió, levantó la mano saludando y Daniel comprendió que este es de los inofensivos.
-         Soy Aristóteles Leonardo, hijo de Eulogio y heredero único y legítimo del Mariscal Junot.
-         Mucho gusto en conocerle.
El Mariscal le invitó a entrar. Rodeaba la casa una porción de terreno bastante grande repleta de cachivaches, que se podrían clasificar genéricamente como basura. Eran restos de somieres, neveras, neumáticos y botellas desperdigados sin orden ni concierto, aunque algunos debían tener una función decorativa según el extravagante gusto estético del Mariscal. Los neumáticos rodeaban a los árboles y por el tamaño del tronco está claro que puso la rueda a la vez que plantó el árbol, las puertas de las neveras delimitaban espacios y las botellas semienterradas en el suelo formaban un bordillo para el jardín. Cuando se acercaron al porche de la casa y el Mariscal abrió la puerta, a Daniel le sacudió un olor pestilente por lo que rechazó su invitación de pasar al interior. Le dijo que con la buena mañana que hace –mentira- prefería quedarse en el porche y que si tenía algo que enseñarle podían verlo “aquí fuera”. El Mariscal entró en la casucha y salió cargado con  varias carpetas repletas de documentos, recortes de periódicos y fotografías que extendió sobre la mesa. Como aquello era un despropósito y un coñazo Daniel para escaquearse hizo alusión a un árbol que asomaba por detrás de la casa.
-         Es una secuoya. Estoy montando un jardín botánico. ¿Quieres verlo?-  dijo el Mariscal.
-         Bueno.
Fueron a verlo y ciertamente había reunido muchos árboles y arbustos. Daniel le hacía preguntas.”¿Dónde conseguiste tal árbol? ¿Necesita mucho riego?...”. El Mariscal estaba encantado de tener a alguien que le hiciese caso. Tenía tilos, castaños, robles, encinas, madroños, pinos, cipreses, tejos, enebros, acacias, y para hacer justicia hay que decir que, así como la parte delantera de la casa era un caos de basura esta parte estaba limpia y bien organizada.
Daniel tenía que marcharse. Al despedirse, el Mariscal le entregó una tarjeta de visita que rezaba: “Aristóteles Leonardo Portanovis García. Hijo de Eulogio y Marina. Mariscal y Botánico”, y un número de teléfono móvil.
Volvió al pueblo y se dirigió a la iglesia. Tuvo que esperar un rato a que llegase La Mantovani con las llaves.
El retablo en el que trabajaría durante los próximos nueve meses se compone del banco, dos pisos y ático. El primer piso está ocupado por la hornacina del santo en la que se representa a San Lorenzo siendo abrasado por las llamas. A los lados del santo hay unas tablas con la vida del Santo. En la parte central del segundo piso el tema elegido por el artista es el nacimiento de Jesús, con las figuras correspondientes, el niño, la Virgen, San José, el burro y el buey. A los lados otras tablas completan la vida del santo. En el ático se representa el calvario de Cristo. Jesús en su cruz está flanqueado por los dos ladrones mientras que a sus pies llora una mujer y un legionario amenaza con su lanza.
         Merece la pena contar la historia de cómo se decidió arreglar el retablo de San Lorenzo, porque es representativa de la forma que tenemos en España de tomar las decisiones. Fue Porfirio el Alcalde el que consiguió el dinero para restaurar el retablo, pero no es mérito suyo, todo fue el producto de una carambola y de una cadena de despropósito tan habituales en este país. La historia comenzó con una reunión que los ediles de la comarca mantuvieron con una Consejera autonómica. Por un convenio entre la Comunidad Autónoma y el Gobierno del Estado se creó un fondo para financiar proyectos en zonas desfavorecidas entre las que se incluye la comarca donde está San Lorenzo del Valle. El caso es que se disponía de dinero pero no de proyectos para gastarlo. En la reunión la Consejera comunicó a los alcaldes que podían presentar proyectos para emplear el dinero. Rápidamente se levantó Porfirio de su asiento:”Ese dinero se puede emplear en arreglar la carretera de mi pueblo que está llena de baches y con más curvas que el circuito del Jarama”, dijo; a lo que la Consejera respondió que no podía ser, que para ese tipo de obras, “ya hay otras líneas de inversión”.
-         Vale pues arreglarla, dijo Porfirio.
-         Ahora no podemos porque el presupuesto de este año ya lo hemos destinado a otros sitios.
Porfirio se sentó enfadado.
Durante los meses siguientes los Ayuntamientos fueron presentando sus proyectos. Porfirio como cabezón y testarudo que es, se emperró en que si no era parar arreglar la carretera de San Lorenzo del Valle, él no quería el dinero. Porfirio no estaba por la labor de seguirle el juego a la Consejera. Terminó el plazo de presentación de propuestas, y a los pocos días llegó la sorpresa. Por no se sabe que normas, establecidas en no se sabe donde, por algún politicucho del tres al cuarto, resultó que ninguna de las candidaturas presentadas reunía los requisitos exigidos y como no podían volver a presentar otra, el dinero no podía ser adjudicado. Como el presupuesto hay que gastarlo no quedaba más remedio que dárselo a quien no había sido rechazado, y en esta situación sólo estaba San Lorenzo del Valle. No pregunten el por qué, pues no lo entiende nadie, seguramente, ni la Consejera; debe ser cosa de la burocracia administrativa. Así emplean nuestros políticos los recursos públicos. Gastan el dinero de los impuestos sin ton ni son. Ponen a interventores y despliegan todo el rigor administrativo para controlar cada céntimo del gasto cuando este va dirigido al ciudadano pero luego dilapidan miles de euros en chorradas. El caso es que Porfirio recibió una llamada de la Consejería comunicándole que tenía el dinero pero que no podía emplearlo en arreglar la carretera. Porfirio, crecidito, pregonaba por todo el pueblo su éxito. A todo el que se cruzaba en su camino le restregaba la noticiaba, especialmente a aquellos que le habían criticado y que en realidad eran todos los vecinos.
Durante los días siguientes se vio a Porfirio con el ceño fruncido y reconcentrado: Cavilaba. ¡Quien lo diría de Porfirio!, con lo bodoque que es. Pero por más que estrujaba las meninges no se le ocurría nada. Una noche cuando llegó del campo, su mujer Olivia le puso la cena frente al televisor, como todos los días, y le dijo:
-         Podías emplear el dinero en restaurar el retablo de la iglesia, que según Don Simón necesita unos arreglitos.
Porfirio contestó de mala manera que se metiese en sus asuntos, que qué sabía ella de las cosas del Ayuntamiento y del “gobierno de la cosa pública”, repitiendo una frase que había escuchado a la Consejera. Pero los días pasaban y a Porfirio no le llegaba la inspiración. Las Musas deben emplear su tiempo y esfuerzo en iluminar a artistas, como los belgas, y tienen  abandonada a la gente corriente: no es justo. Si alguien se cruzaba con el Alcalde por la calle, o en el bar y le proponía algo, Porfirio contestaba siempre lo mismo; “qué sabes tú de la cosa pública”.
Marisa, la del bar, quería reformar las antiguas escuelas para hacer un centro de atención a los ancianos que en este pueblo hay muchos, pero a  Porfirio no había forma de convencerle: “no, no y que no”.
Pasaban los días y el plazo que la Consejera había dado llegaba a su fin. Por fin una noche, después de cenar, Porfirio se fue a casa de Don Simón, el cura. La reunión duró dos horas, y gracias a Dios que no se prolongó más tiempo, porque entonces la bodega del señor párroco habría quedado tan menguada que para los oficios tendría que haber recurrido al agua de le Fuente del Sapo, que es la que está junto a la iglesia. Cuando Porfirio regresó a su casa, las luces estaban apagadas y la Olivia acostada. Como no quería despertarla no encendió la luz. Caminaba a oscuras por el pasillo de casa con los brazos extendidos palpando las paredes y arrastrando los pies, pero el efecto del vino dulce de Don Simón hizo su efecto. Porfirio tropezó con algo. A continuación se produjo un estrépito que despertó a toda la casa. Olivia y su hija la Barbarita se levantaron de la cama gritando: “¿qué pasa, qué pasa? Porfirio y su mujer se encontraron en el pasillo frente a frente. El suelo estaba lleno de cristales. Porfirio dijo:
-         Arreglamos el retablo.
-         Y a mi, ¿quien me arregla el jarrón?- replicó Olivia.



miércoles, 20 de abril de 2011

La Peña de la Vela en Hinojosa de Duero (Salamanca)

Hay que tener presente que cuando se va a una excursión, o una marcha, que es como se llaman ahora, no vas a observar la naturaleza, como suele ser el objetivo habitual del naturalista en sus salidas. En estos casos se trata de hacer una actividad deportiva, a la que la gente se apunta para pasarlo bien en compañía de amigos o familiares. Si se tiene presente esto, todo irá bien.
Con ese espíritu festivo se inicia la marcha, saliendo de la plaza del pueblo de Hinojosa de Duero. Al principio el camino es descansado: se pasa por zonas de labor y pastos con algunos olivares y almendrales dispersos cercados con paredes de piedra. El personal animado y fresco camina a buen paso solo deteniéndose para hacer fotos a alguna de las fuentes que hay al borde del camino, como el caño de los siete pilonitos. A este ritmo casi sin darse cuenta se llega a la Peña de la Vela, que es un pequeño promontorio al borde de las arribes en donde hay varias curiosas construcciones de pastores y cabreros. Son unos cercados de piedra de varios tamaños y que tienen adosados unas chozas o chiviteras que se utilizaban antiguamente de refugio para los pastores o para los animales. Las arribes del Duero por lo abrupto del terreno se aprovechaban para el pasto de las cabras, actividad que hoy prácticamente ha desaparecido.

Corrales en la peña de la Vela
En la peña de la Vela hay un mirador desde el que se pueden contemplar algunas de las vistas más espectaculares de las arribes del Duero. Aquí el río ha escavado un profundo cañón que hace de frontera entre España y Portugal, formando un paraje singular, por su belleza paisajística y por su rica fauna y flora. Es destacable la riqueza de la zona en aves rupícolas como buitres leonados, alimoches, águila real o águila perdicera, aunque hoy no veremos nada de eso concentrados como estamos en mirar para el suelo para ver donde pisamos.

Vista desde el mirador de la Peña de la Vela
 La diferencia de altitud entre el borde de la penillanura y el fondo del valle (que es de aproximadamente 500 m) crea un ecosistema singular que como uno de los paseantes que hace de cicerón para un amigo define correctamente como : “encinar termófilo”.
La gente se demora en el mirador contemplando el paisaje y posando para una foto con las arribes al fondo. Se escuchan expresiones curiosas como ese que le dice a un amigo:
-         Chuchi, ponte ahí que te saque una foto con el ”chistófono”. Dicho con el cantarín acento de la zona.
Reiniciada la marcha comienza la parte más interesante del viaje, que es el descenso por “el arribe” o “la arribe” que de las dos formas se dice. El personal debe tener hambre o ganas de llegar porque coge “carrerilla” y baja a toda prisa, quedándonos rezagados aquellos que a cada paso nos paramos para ver las plantas o cualquier otra cosa de interés. Con tanto corres alguno va a ha terminar “ perniquebrao”.
Es primavera y  cada paso hay algo interesante que ver: enebros, encinas, cornicabra, piornos, escobas, nazarenos, esparragueras, torvisco, culantrillo menor, helechos, lavandas, jaras y muchas plantas más, entre las que destaca por su belleza la Centica major con sus flores en forma de tubo de color anaranjado y blanco.
Vista del rio Duero
Cuando llegamos al fondo del valle a orillas del río Duero, el calor es intenso, aunque se ve compensado por la sombra que ofrecen los árboles de la ribera. En esta zona quedan algunos olivares que albergan a multitud de mariposas como la doncella o la aurora. Así llegamos hasta “la aceña” donde la organización ofrece agua y una naranja.
Terminado el refrigerio volvemos al camino que como ahora es más fácil da una oportunidad a la charla entre los caminantes. Así nos enteramos que hace años los niños comían las hojas de la acedera para teñir de verde los chicles a falta de los actuales colorantes artificiales.

La Cabeza de San Pedro
Cruzamos un pequeño arroyo y llegamos a los pies de la cabeza de San Pedro que en su cima conserva restos arqueológicos, que en esta ocasión no visitamos, y un poco más adelante llegamos a la carretera del “salto de Saucelle”. Al borde de la misma hay varios ejemplares de almez y alcornoque, algunos de gran tamaño. En los charcos que deja el agua que sale de un pilón se concentran decenas de aviones comunes, que se convierten en centenares al pasar sobre el puente del rio Huebra y que estos pájaros aprovechan para colgar sus nidos. Desde aquí ya nos queda poco camino para llegar al antiguo poblado del salto de Saucelle, hoy convertido en centro de turismo rural donde nos espera la comida y el tamborilero.

Puente sobre el rio Huebra



lunes, 18 de abril de 2011

El pequeño naturalista

El pequeño naturalista a la caza de algún insecto.


(17/04/2011  Rio Camaces)
(Nos sentamos en una piedra que tenía escrementos de nútria. Cogimos zapateros, gambusias, y muchos galápagos. Y vimos tres galapagos posados en una roca. Hemos cogido muchas mariposas)


viernes, 8 de abril de 2011

Las lágrimas de San Lorenzo (Capítulo II)

CAPITULO II

San Lorenzo del Valle hace honor a su nombre y apellido. Al nombre por la iglesia y el patrón que procesionan por las fiestas y al apellido por el valle del río Ranillas que es donde se asienta.
Es un pueblo no apto para la lírica ni para la épica, por lo menos en su parte vieja, pues San Lorenzo tiene un Barrio Viejo donde viven los del pueblo de toda la vida y un Barrio Nuevo donde viven los veraneantes de toda la vida, es decir; los que se fueron del pueblo de jóvenes y regresan cada verano, para las fiestas, antes con sus hijos y ahora con sus nietos.
El Barrio Viejo, o el de abajo como otros lo llaman es una colección de casas y corrales desvencijados, amenazando ruina y llenos de remiendos. Parece como si el pueblo se hubiese construido todo de una vez, en una época remota, sin duda más próspera y desde entonces la única tarea realizada por sus habitantes haya sido la de poner parches a su deterioro. Parches y más parches en paredes, puertas, ventanas y tejados algunos con tanta solera que ya hay parches sobre los parches. Las casas son de piedra y adobe, con su esqueleto de madera y los remiendos son de todos los materiales imaginables; ladrillos, bloques, chapas, neumáticos, latas o cualquier otro que resista al agua y al viento. Parece que las puertas y ventanas se han llevado la peor parte; en unas faltan cristales o están rotos, en otras una lata de sardinas del año 54 tapa un agujero; los cuarterones y los marcos están torcidos, con la madera carcomida y podrida por la humedad. Muchas casas tienen las puertas y ventanas tapiadas con ladrillos.
El pueblo se organiza en torno a la carretera, que lo divide en dos mitades. A un lado queda la plaza donde está el Ayuntamiento y un edificio nuevo que se utiliza como consultorio médico. En la plaza las casas están restauradas o por lo menos se mantienen en un estado aceptable; en una esquina hay un bar con la fachada de color de rojo y en la esquina opuesta una panadería pintada de blanco.
A la salida del pueblo, después de una curva de la carretera, en lo que eran las antiguas eras, está el Barrio Nuevo; formado por chalets con jardín en la parte delantera y huerto en la trasera, que son el fiel reflejo de la personalidad de sus propietarios. Los hay grandes con fachada de cantería, y columnas en el porche para hacernos saber que a su propietario le han ido bien las cosas; y los hay pequeños y modestos, que no todos los que salieron del pueblo han tenido el mismo éxito. De todas formas nos equivocaríamos si como método para saber a quién le ha ido bien y a quién le ha ido mal, quién a triunfado y quien no tanto, utilizásemos el tamaño de su casa, pues en San Lorenzo, como en cualquier otro sitio, hay a gente a quien le gusta llamar la atención y aparentar lo que no es y a quién, por el contrario, lo que le gusta es pasar desapercibido. Y así nos encontramos con muchos chalets pintados de colores chillones, que aunque sus propietarios no tienen el capital suficiente para vestir su casa de piedra, o hacer las escaleras de mármol, no renuncian, por ello, a llamar la atención. El resultado es que el Barrio Nuevo de San Lorenzo parece más un catálogo de pinturas que un barrio de pueblo castellano, cualquiera diría que estamos en un pueblo turístico de la costa.
La carretera de San Lorenzo es estrecha, llena de curvas y con el asfalto levantado. Por las cunetas corre el agua de las últimas lluvias y en algunos lugares salta la calzada. La Mantovani conduce con precaución. Las encinas, y los robles que todavía mantienen las hojas secas aguantando sobre las ramas, ocultan el pueblo. Daniel a lo lejos localiza el campanario de la iglesia, pero es sólo un momento por que enseguida la carretera hace otra curva y el pueblo vuelve a esconderse entre los árboles. Hasta que no están a las mismas puertas del pueblo no vuelven a verlo. Se entra por las eras nuevas, en donde dos porterías sin redes limitan un campo de fútbol en el que pasta un rebaño de ovejas.  La carretera al pasar por el pueblo recibe el nombre de calle Larga, como se puede leer en una placa colocada a su inicio. No siempre se ha llamado así. Debajo de la placa con el nombre de la calle, hay otra placa mucho más vieja y que el dueño de la casa en la que está puesta ha utilizado para tapar un agujero en la fachada. La placa aunque un poco borrosa por el óxido y el paso del tiempo todavía puede leerse; “Avenida del Generalísimo”. “Mucho mejor el nuevo nombre”, pensó Daniel.
La calle Larga les llevó hasta la plaza. La Mantovani aparcó junto al bar, al lado de un tractor.
-         Baja y pregunta por Marisa, que es la que tiene las llaves- ordenó La Mantovani.
El bar estaba atendido por un hombre calvo y tripa cervecera y la clientela estaba formada por un hombre mirando al televisor y cuatro viejos sentados en torno a una mesa camilla, con las piernas tapadas con las faldillas y jugando a las cartas. Al entrar Daniel todos los ojos se dirigieron hacia él.
-         Buenas tardes.
-         Buenas tardes- contestó el hombre de detrás de la barra.
-         ¿Está Marisa?
Los viejetes dejaron la partida, el hombre de la televisión quitó el diario de Patricia y el camarero abandonó la lectura del periódico. A partir de ese momento comenzaron las explicaciones, preguntas y presentaciones. Todos saben que Daniel es el que viene a restaurar a San Lorenzo y conocen tantos detalles sobre él y sobre la Mantovani, que Daniel pensó que deben tener contacto con la CIA. El hombre de la televisión resultó ser Porfirio y es el Alcalde del pueblo. Los jugadores de cartas también se presentaron pero Daniel no se quedó con sus nombres. El camarero, Pepe, llamó a su mujer para que saliese:
-         Marisa, sal ya están aquí.
La tal Marisa resultó ser una mujer bajita, simpática, dicharachera y muy habladora.
-         Voy a por las llaves- dijo.
Regresó al momento y salieron a la calle. La Mantovani, había salido del coche y estaba a punto de entra en el bar.
-         ¿Por qué tardas tanto?, ya estaba cansada de esperar - regañó a Daniel.
La Mantovani ya puede irse acostumbrando a que en este pueblo el tiempo tiene otro ritmo diferente, las cosas se hacen despacio, con parsimonia; no es como en la ciudad en que hay una agenda que cumplir, en que el tiempo está medido y si no te aplicas no llegas a la próxima cita. Aquí se trata de lo contrario, hay que hacer las cosas despacio para que cundan más y así llenen las horas del día. Si vas a por el pan hay que entretenerse con el panadero o con los clientes, comentando cualquier insignificancia. Si te encuentras con un vecino te paras a hablar, si vas al huerto sólo coges los tomates de hoy porque así mañana tienes que volver y engorras más el tiempo.
Para ir a la casa rural desde el bar sólo hay que cruzar la plaza y caminar unos metros, así que Marisa señaló a La Mantovani donde estaba, para que fuese con el coche y Daniel y ella se fueron andando.
-         ¡Tiene poca paciencia!- dijo Marisa refiriéndose a La Mantovani.
-         Ninguna- dijo Daniel.
Se pusieron a la tarea de bajar el equipaje del coche y entrarlo en la casa rural. No era tarea pequeña. Cuando Daniel se dispuso a bajar su maleta, la Mantovani se le quedó mirando como si fuese un loco haciendo surcos en el agua.
-         ¿Qué haces?- preguntó.
-         Bajar mis cosas.
-         Tú no te quedas aquí, esto es muy pequeño para los dos- dijo la bruja- ¿no te lo había dicho ya?
-         No.
-         ¡Ah!, tengo tantas cosas en la cabeza.
Marisa observaba la escena alucinada. Cuando terminaron de meter las cosas de la Mantovani, ésta dijo:
-         Gracias. Marisa te llevará a tu casa. Mañana nos vemos.
Cerró la puerta. Menos mal que Marisa estaba allí, si no Daniel se hubiese vuelto a casa en ese mismo momento.
-         No te preocupes, vas a estar muy bien. Los belgas son encantadores y su casa está muy bien. Vamos.
El camino desde la casa rural hasta la casa de los belgas es corto, pero complicado, pues para aguantar más, Marisa lo llevó por una calleja sin luz y sin asfaltar, que con las últimas lluvias estaba llena de charcos. Salieron a una plaza con un abrevadero en medio. La casa de los belgas está a las afueras del pueblo, la parte delantera da a la plaza del caño y la de atrás al monte. Es una casa antigua de dos plantas y se nota que los que la han restaurado tienen buen gusto. A Daniel le gustó. Pensó que al final ha tenido suerte, porque se ha librado de la Mantovani, “ahora sólo falta que los belgas, de los que habla Marisa sean agradables”.
         La casa de los belgas, o casa del cura, como la conocen los del pueblo, porque antiguamente era la residencia de los sacerdotes, es de dos plantas, con fachada de piedra, ventanas pequeñas y un balcón a la calle con la barandilla de forja. Junto a la casa hay un patio empedrado, al que se entra desde la calle por un portón grande de madera. Una escalera de piedra adosada a la pared de la casa conduce al piso superior y por otra puerta se llega a la cocina del piso de abajo. Los belgas que compraron la casa  cuando llevaba mucho tiempo abandonada y la arreglaron ellos mismos, son una pareja de artistas, pero no de artistas de la farándula, sino de artistas serios. Ellos son artistas plásticos. En realidad solo María, la belga, es de Bélgica. Su marido es de la parte de Guadalajara, y se llama Tomás Alcocer López. Para los que tengan interés en su obra o quieran visitar alguna de sus exposiciones que sepan que firma como Alcocer.
Maria es artista visual, pero como aquí nadie sabe lo que es eso ella dice para ponerlo fácil que es escultora. Actualmente su proyecto – que es como ahora llaman los artistas a su trabajo- consiste en crear objetos nuevos a partir de cosas de uso cotidiano. “Se trata de estudiar la esencia de las cosas que nos rodean y transformarlas, cortando, pegando, añadiendo o quitando partes y combinándolas con otros objetos para crear algo nuevo que tendría una existencia sin utilidad real o aparente y que nos llevaría a plantearnos de nuevo la cuestión de cuál es su esencia”. Daniel no entendió nada, y eso que Maria, la belga habla un castellano perfecto, con poco acento y vocalizando bien, justo lo contrario que su marido que a pesar de ser español no se le entiende ni torta cuando habla.
Maria acompañó a Daniel al estudio para mostrarle una pieza. Resultó ser una percha de alambre oxidada, doblada de una forma imposible, de la que colgaba el asa de una espumadera, un sujetador rojo con encajes negros y unos engranajes de acero unidos por algo como imanes o rodamientos, -que Daniel no supo que eran- dispuestos en forma rebuscada como si fuesen el mecanismo de algo.
La disciplina de Alcocer es también la escultura, pero lo que hace y como lo explica es la antítesis de su mujer. Si María es extrovertida, hace esculturas abstractas, pequeñas y se explica con claridad y con gracia; su marido es naturalista, hace piezas grandes y es un poco soso; si de algo se enteró Daniel es porque se lo explicó Maria. Alcocer lleva varios años con el mismo proyecto. Consiste en hacer sepulcros como los que hay en las catedrales de reyes y papas, pero con representaciones de escenas actuales, lo que según él supone un contraste que descoloca al espectador.  El proyecto pensaba completarlo haciendo una capilla completa, de tal manera que en la sala en que se realice la instalación el público se encontrará con una espacio que le recordará a las iglesias y catedrales de los siglos XV o XVI con todos sus ornamentos, altar y sepulcros, pero con motivos y representaciones del siglo XXI.
-         Creo que deberíamos dejar que el chico descanse, y se instale. Ya tendremos tiempo más tarde de explicarle nuestro trabajo. Dijo María interrumpiendo a su marido.
-         Tienes razón- dijo Alcocer.

El matrimonio acompañó a Daniel a la planta de arriba donde estaba su cuarto. No era muy grande pero le gustó porque dispone de un aseo propio y sobre todo porque tenía dos ventanas, una daba al corral y al patio de la casa vecina y la otra al monte. El día comenzó mal, con las tonterías y desplantes de la Mantovani, pero “la cosa se va arreglando”, pensó Daniel, “no tengo que aguantar a la bruja, lo que es un mejora sustancial, y estos belgas son la leche”.
-         ¿Por qué dais alojamiento en vuestra casa?- preguntó Daniel.
-         No lo hacemos- dijo Alcocer.
Como Daniel puso cara de no entender, María completó la escueta respuesta de su marido, como otras muchas veces le vería hacer en los meses siguientes.
-         Es la primera vez que tenemos un huésped que no sea un amigo o un familiar, pero cuando Marisa, la del bar, nos contó que había alquilado la casa rural a los restauradores del retablo, pero que necesitaría una habitación para otra persona, nosotros pensamos que ser interesante alojar a alguien que no es del pueblo y romper monotonía.
-         Espero no defraudaros.
Después de colocar sus cosas y descansar un rato, Daniel bajó a la cocina a comer algo. Cuando estaba terminando entró Maria en la cocina para decirle que le esperaban en el salón para tomar un café. Estuvieron los tres un rato charlando sobre como era el pueblo, sobre su gente, y Daniel aprovechó para preguntar por qué eligieron San Lorenzo para vivir.
-         Nos gustó- dijo el belga.
-         Queríamos venir a vivir a España, a un lugar tranquilo, lo más lejos posible de los círculos de artistas. Visitamos muchos pueblos antes de decidirnos por este, dijo la belga.
-         Nos gustó la casa.
-         ¿Por qué no le enseñas a Daniel las diapositivas de la instalación?
-         ¿Quieres verlas?- preguntó Alcocer.
-         Me encantaría, respondió Daniel.
Las diapositivas estaban hechas en un hangar, un almacén o lo que fuese aquel local inmenso, en el que se veía un batiburrillo de botes de pintura y  de objetos colocados en estanterías que llenaban las paredes y que solo dejaban libres los huecos de unas ventanas grandes por los que entraba una luz cenicienta.
-         Es el taller de Amberes donde fabrican las piezas.
En un lateral estaban las esculturas de Alcocer. Las primeras diapositivas eran las del sepulcro de los reyes. Era de resina blanca, con los monarcas yacentes, las cabezas apoyadas sobre cojines, y con las manos cruzadas sobre el pecho. El rey vestía un traje de gala, con una cinta cruzando el pecho y medallas con forma de estrella de muchas puntas sobre el corazón. En los altorrelieves de los laterales del sepulcro se reproducían varias escenas de la vida de los personajes. En un lateral el rey navegaba en un velero, en el otro la reina abrazaba a un mujer con lágrimas en los ojos rodeada de otras personas que por sus  gestos y actitud también estaban llorando y en el frente del sepulcro se reproducían dos escenas una al lado de otra; en la primera un hombre de uniforme, bigote y tricornio estaba subido en un estrado, con el brazo levantado y una pistola en su puño; en la segunda se veía al rey, de frente enmarcado por algo que representaba una televisión.
         En el segundo sepulcro se representaba a unos príncipes. El con unas orejas descomunales que casi tapaban a la princesa acostada a su lado. La princesa es muy guapa, lleva un vestido largo y una diadema en la cabeza. Las escenas representadas son tres: en la primera se representa el día de la boda de los príncipes que pasean en una carroza por las calles de una ciudad aclamados por sus súbditos, la segunda es una escena campestre en la que el príncipe está rodeado de árboles y huertas,  en la tercera y última unas motos perseguían a un coche que estaba a punto de chocarse con una columna.
         El tercer sepulcro es de color negro. El personaje lleva el uniforme de un General. Las tres escenas representadas son: una en la que unos aviones están a punto de estrellarse contra un rascacielos, otra en la que unos barcos y aviones lanzan misiles y bombas sobre una ciudad y en la última, un hombre de bigote colgaba de una soga.
         De la observación de la obra del belga se pueden sacar dos conclusiones; la primera que Alcocer es un gran artista y la segunda que la gente con bigote es peligrosa.


Refranes (1ª parte)

Refranes (parte I)

De la economía

Gasta más el pobre en hilo que el rico en vestido.
El que anda en zapatillas por Navidad no preguntes como le va: o le va muy bien, muy bien o le va muy mal.
Caga más un buey que cien golondrinos.
El ojo del amo engorda el caballo.
Poco se gana hilando pero menos mirando.
Lo que menos vale lo que más caro cuesta.
El que va vendiendo no puede ir corriendo.
Año bisiesto pocos pollos en el cesto.
Dios te de salud y gozo y casa con corral y pozo.


De la familia.

Familia y trastos viejos: pocos y viejos.
El que no ha conocido abuela no ha conocido cosa buena.
El que quiera tener un hijo pillo que lo meta a monaguillo.
Al que Dios no le dio hijos el Diablo le dio sobrinos.
Sobre un pedazo de huerto le puse pleito a mi hermano, hoy nos odiamos a muerte y el huerto es del escribano.


De la prudencia.

El que dice lo que no debe oye lo que no quiere.
Oyendo, viendo y callando con todos en paz andando.
El que tiene burros y alforja nadie le sabe sus cosas.
El que en un año quiere ser rico al medio le ahorcan.

De la comida.

Uva a uva se llena la vieja la cula.
No le quites de merendar al que hayas de dar de cenar.
En la mesa de San Francisco donde comen cuatro comen cinco; pero mejor en la de San Andrés que en la de cuatro comen tres.
La misa y el pimiento son de poco alimento.
Hambre que espera hartura no es hambre pura.
Con tela de cebolla y agua de regato crece la barriga y merma el espinazo.



De la mujer.

La mujer mejor perfumada es la que no huele a nada.
No es más limpia la que más lava sino la que menos ensucia.




De la suerte.

A perro flaco todo son pulgas.
Al que Dios se la de San Pedro se la bendiga.
El que no va a la guerra no muere en ella.
Después que mi hija casé cien maridos le encontré.
Vale más llegar a tiempo que rondar un año.
Al que no le dan a escoger bastante tiene que hacer.
El que no se aventura no cruza el mar.

De el matrimonio.

Par tocar y casarse hay que arrimarse.
El que acierta al casar , no tiene más que acertar.
Marido rico y necio no tiene precio.
Boda y mortaja del cielo baja.
Busca fuera el marido lo que no encuentra en el nido.


De la gente.

La que en alto hila: el uso se le cae y el culo se le empina.
Tal palabra me dijeres tal corazón me pusieres.
No voy a misa porque estoy cojo pero voy a la taberna poquito a poco


De las feas.

Es de la calidad del tordo, la cara gorda y el culo gordo.

De conformarse con lo que hay.

A falta de pan buenas son tortas.
Cuando no hay lomo de todo como.
El que en el mundo queda en el mundo de “bandea”.
Los duelos con pan son menos


De las apariencias.

De dinero y santidad la mitad de la mitad.
Si lo ves blanco y “migao” es leche.
Nadie conoce la olla como el cucharón.
Se coge más pronto a un mentiroso que a un cojo.
Cuando vivas en comunidad no muestres tu habilidad.
Del dicho al hecho hay un trecho.
Según San Andrés el que de lejos lo parece de cerca lo es.
¡Cuantas manos besas que quisieras ver cortadas!
Del agua mansa libreme Dios que de la brava ya me libro yo.

De los vecinos.

Fui a la vecina y avergonceme: llegue a casa y remedieme.
Cuando las barbas de tu vecino veas pelar pon las tuyas a remojar.
Quien rie el mal de su vecino el suyo viene de camino.


De el clima

Mentirá la madre al hijo pero no la “helá” al granizo.
Aunque llueva mucho por Navidad en San Juan hay que regar.
Chicharra que canta, calor adelanta.
Cuando el grajo vuela bajo hace un frío del carajo ( y cuando se mete por los rincones hace un frío de cojones)

De lo que valen las cosas.

No se sabe lo que vale el agua hasta que se seca el pozo

De el trabajo.

A Dios rogando y con el mazo dando.
Oveja que bala bocao que pierde.
Toda la vida ensillando burros y la cuadra llena.
Lo que de noche se hace de día se ve.
El oficio del niño es poco pero el que lo desprecia es loco.
No ames a quien amó ni sirvas a quien sirvió.
La buena lavandera hasta que no acaba no mea.

De madrugar.

El que se levanta tarde ni oye misa ni come carne.
Poco sirve madrugar si no amanecen los calzones.
El madrugón del cabrero que le daba el sol en el trasero.


De los tontos.

Hay tontos, que tontos nacen. Hay tontos que tontos son y hay tontos que vuelven tontos a los que tontos no son.
El que poco sabe pronto lo reza.

De la experiencia.
 Gato escaldao, del agua fría huye.
Por el humo se sabe donde está el fuego.

De el campo.

Hacendado en olivos, un año en terciopelo y cinco en cueros vivos.

De la justicia.

El que roba a un ladrón tiene cien años de perdón.

De las fiestas.

El que va de romería se arrepiente al oto día.
Mozo dominguero no quiere lunes.
Cantar por la mañana es de galanes y por la noche de lagumanes.

De enero.

Enero mató a su madre en el lavadero.
La justicia de enero es muy rigurosa en llegando febrero es otra cosa.
El ajo de enero llena el primero y el de diciembre primero.
Tan guapo es enero como febrero.
El que coge la aceituna antes de enero deja el aceite en el madero.

De febrero.

Febrero loco: si mal un día peor el otro.
En febrero busca la sombra el perro pero detrás del humero.
En febrero ya da el sol en cualquier reguero.
Por San Blas una hora más.

De marzo.

Cuando en marzo mayea en mayo marcea.
En marzo si viene de rabo no deja oveja con pelleja ni pastor enzamarrado.
San José esposo de María iguala las noches con los días.
Los aires de marzo escaldan hasta las damas en el palacio.

De abril.

El queso de abril para ti y el de mayo para tu hermano.
Cien años vivirás y un buen mes de abril no conocerás.  Lo decía uno que había vivido ciento uno y no había conocido ninguno.


De agosto.

Si llueve en agosto, cojeras miel y mosto.

De septiembre.

Septiembre o seca las fuentes o lleva los puentes.