Iniciamos una serie de artículos con el diario de Viaje a Guatemala







miércoles, 20 de abril de 2011

La Peña de la Vela en Hinojosa de Duero (Salamanca)

Hay que tener presente que cuando se va a una excursión, o una marcha, que es como se llaman ahora, no vas a observar la naturaleza, como suele ser el objetivo habitual del naturalista en sus salidas. En estos casos se trata de hacer una actividad deportiva, a la que la gente se apunta para pasarlo bien en compañía de amigos o familiares. Si se tiene presente esto, todo irá bien.
Con ese espíritu festivo se inicia la marcha, saliendo de la plaza del pueblo de Hinojosa de Duero. Al principio el camino es descansado: se pasa por zonas de labor y pastos con algunos olivares y almendrales dispersos cercados con paredes de piedra. El personal animado y fresco camina a buen paso solo deteniéndose para hacer fotos a alguna de las fuentes que hay al borde del camino, como el caño de los siete pilonitos. A este ritmo casi sin darse cuenta se llega a la Peña de la Vela, que es un pequeño promontorio al borde de las arribes en donde hay varias curiosas construcciones de pastores y cabreros. Son unos cercados de piedra de varios tamaños y que tienen adosados unas chozas o chiviteras que se utilizaban antiguamente de refugio para los pastores o para los animales. Las arribes del Duero por lo abrupto del terreno se aprovechaban para el pasto de las cabras, actividad que hoy prácticamente ha desaparecido.

Corrales en la peña de la Vela
En la peña de la Vela hay un mirador desde el que se pueden contemplar algunas de las vistas más espectaculares de las arribes del Duero. Aquí el río ha escavado un profundo cañón que hace de frontera entre España y Portugal, formando un paraje singular, por su belleza paisajística y por su rica fauna y flora. Es destacable la riqueza de la zona en aves rupícolas como buitres leonados, alimoches, águila real o águila perdicera, aunque hoy no veremos nada de eso concentrados como estamos en mirar para el suelo para ver donde pisamos.

Vista desde el mirador de la Peña de la Vela
 La diferencia de altitud entre el borde de la penillanura y el fondo del valle (que es de aproximadamente 500 m) crea un ecosistema singular que como uno de los paseantes que hace de cicerón para un amigo define correctamente como : “encinar termófilo”.
La gente se demora en el mirador contemplando el paisaje y posando para una foto con las arribes al fondo. Se escuchan expresiones curiosas como ese que le dice a un amigo:
-         Chuchi, ponte ahí que te saque una foto con el ”chistófono”. Dicho con el cantarín acento de la zona.
Reiniciada la marcha comienza la parte más interesante del viaje, que es el descenso por “el arribe” o “la arribe” que de las dos formas se dice. El personal debe tener hambre o ganas de llegar porque coge “carrerilla” y baja a toda prisa, quedándonos rezagados aquellos que a cada paso nos paramos para ver las plantas o cualquier otra cosa de interés. Con tanto corres alguno va a ha terminar “ perniquebrao”.
Es primavera y  cada paso hay algo interesante que ver: enebros, encinas, cornicabra, piornos, escobas, nazarenos, esparragueras, torvisco, culantrillo menor, helechos, lavandas, jaras y muchas plantas más, entre las que destaca por su belleza la Centica major con sus flores en forma de tubo de color anaranjado y blanco.
Vista del rio Duero
Cuando llegamos al fondo del valle a orillas del río Duero, el calor es intenso, aunque se ve compensado por la sombra que ofrecen los árboles de la ribera. En esta zona quedan algunos olivares que albergan a multitud de mariposas como la doncella o la aurora. Así llegamos hasta “la aceña” donde la organización ofrece agua y una naranja.
Terminado el refrigerio volvemos al camino que como ahora es más fácil da una oportunidad a la charla entre los caminantes. Así nos enteramos que hace años los niños comían las hojas de la acedera para teñir de verde los chicles a falta de los actuales colorantes artificiales.

La Cabeza de San Pedro
Cruzamos un pequeño arroyo y llegamos a los pies de la cabeza de San Pedro que en su cima conserva restos arqueológicos, que en esta ocasión no visitamos, y un poco más adelante llegamos a la carretera del “salto de Saucelle”. Al borde de la misma hay varios ejemplares de almez y alcornoque, algunos de gran tamaño. En los charcos que deja el agua que sale de un pilón se concentran decenas de aviones comunes, que se convierten en centenares al pasar sobre el puente del rio Huebra y que estos pájaros aprovechan para colgar sus nidos. Desde aquí ya nos queda poco camino para llegar al antiguo poblado del salto de Saucelle, hoy convertido en centro de turismo rural donde nos espera la comida y el tamborilero.

Puente sobre el rio Huebra



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