6 De julio.
Desayunamos huevos estrellados con
frijoles, queso, mantequilla y plátanos fritos, en un restaurante
situado en la plaza de Guastatoya. Es sábado y en la plaza han
organizado tenderetes, y actuaciones musicales para recaudar dinero
con fines benéficos. Hace calor y la gente se sienta a la sombra en
los bancos del parque. Hay un escenario donde los artistas locales
cantan, y los escolares cuentan a la televisión el dinero que han
recaudado en sus escuelas.
El tráfico de Guastatoya en la calle
principal parece el de una gran ciudad. Sobre todo circulan Tuc-tuc,
que son unos mototaxis con una plaza para el conductor y dos plazas
detrás para los pasajeros.
El viaje desde Guastatoya hasta Playa
Grande dura unas 6 horas y media. La carretera es una continua
sucesión de curvas y de desprendimientos. Se pasa por una región
montañosa llena de bosques, especialmente una vez rebasado San
Jerónimo, en que se atraviesa el corredor biológico del bosque
nuboso. Este corredor conecta la reserva de la Biosfera de la Sierra
de las Minas con el Biotopo Universitario para la conservación del
Quetzal. Todo el mundo dice que la Sierra de las Minas es preciosa,
pero el acceso es tan difícil que habrá que dejarlo para un próximo
viaje a Guatemala. Junto a la carretera hay varios carteles indicando
que esas porciones de bosque las han adquirido algunas empresas para
compensar sus emisiones de CO2 a la atmósfera.
Alrededores de Cobán |
Durante todo el trayecto se ve a gente
caminando por la orillas de la carretera o vendiendo cualquier cosa
en puestecillos fabricados con cuatro palos y un plástico encima.
Los pueblos han crecido a las orilla de las carretera y los niños
cruzan la calzada jugándose la vida.
Cuando llegamos a Cobán cambiamos de
conductor. Lo llaman del aviador y a partir de entonces ya no
podemos volver a ver más el paisaje pues todo el mundo se marea.
Maneja como un loco haciendo rechinar las ruedas en cada curva. Ya de
noche nos pararon en un puesto donde se controla el paso de fruta
para evitar la propagación de la mosca mediterránea.
Llegamos a la aldea envueltos en la
oscuridad. Lo primero que nos encontramos es un sapo grande dentro de
la habitación. En el aseo hay otros dos. Las luciérnagas iluminan
los alrededores de la casa con sus lucecitas verdes.
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